“Nos, que somos tanto como vos y todos juntos más que vos, os hacemos rey de Aragón, si juráis los fueros, y si no, no”.  La gran crisis de legitimidad que actualmente sacude a Venezuela, nos ha vuelto a demostrar la actualidad de esta vieja fórmula, con la que se juramentaban los reyes de Aragón.  Como un recuerdo que estaba adormecido en lo más lejano de la consciencia, los venezolanos volvemos a actuar apegados a la vieja tradición hispánica de la representatividad, expresada inicialmente en cabildos. Como hicimos en 1810 ante lo que consideramos el gobierno ilegítimo de José Bonaparte; como volvimos a hacer en 1829 para separarnos de la Gran Colombia, cuya legitimidad también discutimos; como volvimos a hacer en 1859 liquidar jurídicamente a la república que veníamos siendo y crear otra, al menos en teoría federal;  incluso, en alguna medida, como lo volvimos a hacer en 1910 con el Congreso de Municipalidades, cuando la situación llega al extremo del colapso institucional pleno, siguiendo la tradición convocamos al pueblo a cabildo y allí discutimos que hacer. A propósito de lo ocurrido en 1810, uno de los promotores de la república, firmante del Acta de Independencia y de sus primeros historiadores, Francisco Javier Yanes, alegó la fórmula aragonesa como un derecho consuetudinario que nos permitía tomar las riendas del poder.  En algún grado es lo que Juan  Guaidó y los otros parlamentarios están haciendo ahora.

En un artículo publicado en este portal en octubre pasado, Rafael Arraíz Lucca reivindicaba al cabildo colonial como el primer espacio proto-democrático de nuestra historia.  En efecto, el principio esencial expresado en el juramento aragonés, y más o menos replicado por todos los otros juramentos (“la jura”) y reinos hispánicos, es que el Pueblo es el que le da al Rey su condición.  Al jurarle fidelidad, delegan su soberanía en él, pero no como un cheque en blanco, sino a cambio de que éste acepte también respetar sus derechos (sus “fueros” entonces), “y si no, no”.  Obviamente, hay diferencias importantes entre aquellas juras que en la colonia hacían los Ayuntamientos, con el mundo actual.  Por ejemplo en aspectos tales como lo que debe entenderse como pueblo –entonces sólo los padres de familia propietarios reunidos en cabildo, siendo el resto la multitud− o en la distancia que hay entre una idea de fuero como privilegio, de lo que entendemos actualmente por derecho. Pero la base es la misma: la soberanía está en el pueblo y es legítimo sólo el que la recibe de él según lo estipulado por las leyes.  De hecho, esas prácticas fueron claves en el desarrollo de las ideas populistas de los jesuitas Francisco Suárez y Juan de Mariana, que tanto influyeron en la configuración de las ideas modernas de democracia en el siglo XVIII.  Baste decir que Mariana fue de los autores atendidos por Thomas Jefferson y John Adams.

«La separación de España y la de la Gran Colombia,  el inicio y la consumación definitiva de la independencia, se debieron, en gran medida, a acciones de cabildantes.»

Por eso cuando el gobierno cae en manos ilegítimas, o pierde por su ejercicio la legitimidad, el pueblo tiene el derecho, y en realidad el deber, de retomar el poder.  Por las buenas, o haciendo justicia como Fuenteovejuna. Si vemos bien, fue en clave de Fuenteovejuna que el cabildo de Caracas destituyó a Vicente Emparan para crear una junta, otra institución hispánica destinada a atender emergencias, cuando consideraron que en Madrid no había gobierno legítimo. Y fue lo que hicieron las asambleas reunidas a finales de 1829, cuando Simón Bolívar propuso que se reunieran los pueblos para elaborar propuestas con miras al congreso que habría de reunirse en Bogotá en enero de 1830.  Fue aquel uno de los últimos esfuerzos para salvar a la Gran Colombia, pero el dictamen de la Asamblea de San Francisco (porque se reunió en la iglesia de ese nombre, en Caracas) fue claro: separarse de aquella república y reunir un congreso propio.  El resto de las principales ciudades la secundó.  La separación de España y la de la Gran Colombia,  el inicio y la consumación definitiva de la independencia, se debieron, en gran medida, a acciones de cabildantes.  Otro tanto pasó con las asambleas de padres de familia y otras figuras notables, fueron las que una a una separaron a las provincias de la República de Venezuela entre 1859 y 1863,  para formar Estados independientes que después organizaron los Estados Unidos de Venezuela que fuimos hasta 1953, cuando volvimos a llamarnos república. Como todo hay que decirlo, fueron los cabildos controlados por los realistas, los que impugnaron al Congreso de Angostura, al que consideraron ilegítimo, en 1819 en el “Manifiesto de las Provincias Unidas de Venezuela a todas las Naciones civilizadas de Europa”.

«Después, cuando la democracia irrumpe en 1945 con la elección directa del jefe de Estado, los cabildos se relegan completamente a lo local, cosa que ni siquiera la descentralización de la década de los noventas revirtió.»

El poder de Fuenteovejuna se disipó en lo subsiguiente entre las autocracias que dominaron a Venezuela, y después con las ideas modernas de democracia que la encaminaron la representatividad hacia otros caminos.   Durante los casi setenta años de autocracias que vivimos entre 1870 y 1935, redujo su ámbito de acción a aspectos muy locales.  Pero eso no significó que su capacidad simbólica y legitimadora desapareciera del todo.  Por algo en el intrincado sistema electoral que se impuso a inicios del siglo XX, se dejó en los concejos municipales la elección de los diputados al Congreso y, con eso, en última instancia, del presidente.  Es decir, se les siguió convocando como fuente primera de la soberanía, más allá de que estuviera entonces conculcada por los caudillos, por los comisarios y por el sector de las elites locales afectas al autócrata de turno. Después, cuando la democracia irrumpe en 1945 con la elección directa del jefe de Estado, los cabildos se relegan completamente a lo local, cosa que ni siquiera la descentralización de la década de los noventas revirtió. ¿Quién se preocupa realmente por lo que ocurre en su Concejo Municipal o por las elecciones de las que salen los ediles?

«Es muy probable que lo de los cabildo abiertos le dé muy rápidamente el paso a otras formas de organización, pero de momento puede ser el aleteo de un efecto mariposa que le está diciendo al poder, desde el fondo de lo que históricamente siempre hemos sido: respete las leyes, porque “si no, no”»

El día de hoy tanto la democracia como la descentralización están en una profunda crisis, por decir lo menos.  Con la institucionalidad desfilachada como no había ocurrido en años, con todo aparentemente devastado –sólo aparentemente: he ahí un parlamento y unos partidos funcionando y cosechando mucho de su esfuerzo− parecemos volver a los inicios, como quien decide restart (“resetar”) todo lo vivido desde hace dos centurias, para recuperar lo perdido. Es muy probable que lo de los cabildo abiertos le dé muy rápidamente el paso a otras formas de organización, pero de momento puede ser el aleteo de un efecto mariposa que le está diciendo al poder, desde el fondo de lo que históricamente siempre hemos sido: respete las leyes, porque “si no, no”.  Fuenteovejuna está recuperando el poder.

 

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