La pandemia generada por el COVID-19 ha causado grandes impactos en todo el mundo. La economía es uno de los sectores más afectados a nivel mundial, los eventos de aglomeración masiva han sido suspendidos hasta nuevo aviso y esta situación ha mostrado la verdadera capacidad de los sistemas de salud para atender crisis sanitarias no previstas, lo cual ha generado un sin fin de debates en todos los aspectos. Pero hay uno en particular que ha tomado gran relevancia, gracias a la necesidad de explorar nuevas maneras de ofrecer algunos servicios de forma telemática y su importante aplicación para realizar pronósticos: el Big Data.

            China es el epicentro de propagación de esta pandemia. Se habla de muchas posibles causas que pudieron generar esta enfermedad, pero lo verdaderamente alarmante es la poca información suministrada por este país acerca de este virus, lo que se tradujo en respuestas deficientes de otras naciones. Por otro lado, la labor de la Organización Mundial de la Salud ha sido muy criticada. Estados Unidos ha retirado su financiamiento a la OMS, el cual para el bienio 2018-2019 representó más de $890 millones debido a las “graves fallas de la organización frente a la pandemia del covid-19”, según palabras del mandatario norteamericano. A raíz de esto, surjen ciertas dudas acerca de países y algunas instituciones que han batallado contra la pandemia pero no han suministrado suficiente información al respecto. Al principio, China no advirtió de los peligros del virus que inició a finales del 2019 y tardó varios meses en ofrecer información científica a otras naciones para prepararse ante un posible brote, por lo representa una grave desconfianza a las instituciones públicas.

            Desde el cierre de la ciudad de Wuhan, el gobierno Chino ha implementado medidas de aislamiento bastante severas para reducir la cantidad de contagios en las ciudades más afectadas y en todo el país. Aplicaciones digitales y el uso de rastreo a través de cámaras de seguridad, GPS, transacciones bancarias y redes sociales, fueron utilizadas para lograr un mayor seguimiento a los ciudadanos y mantener un mayor control sobre la población. Las acciones tomadas por el país asiático sin duda representan una utilización no autorizada de los datos personales y un debate bastante amplio sobre los derechos individuales como la privacidad.

            Sin embargo, en un mundo cada vez más globalizado y con un desarrollo exponencial de las nuevas tecnologías, ¿no estamos poniendo a disposición de grandes empresas, gobiernos e incluso particulares, nuestra información personal? ¿No estamos gritando a viva voz dónde nos encontramos cuando montamos un storie en instagram sobre lo bien que la estamos pasando en nuestro bar favorito de la ciudad? ¿O cuando buscamos cada semana el precio del vuelo a nuestro destino favorito para vacacionar? ¿En verdad velamos por nuestra privacidad?

            Umberto Eco, escritor y filósofo italiano, afirma que “por primera vez en la historia de la humanidad, los espiados están colaborando con los espías para simplificar la tarea de estos últimos.” En un mundo cada vez más interconectado conocemos mucha información de cada una de las personas con las que interactuamos. Somos capaces de saber dónde estudian, qué lugares suelen frecuentar, incluso sus familiares directos con tan solo una simple búsqueda en Facebook. Las generaciones más jóvenes se encuentran alimentando a toda una base de datos en la nube día a día y que se hace más grande cada vez más.

            El Big Data ha encontrado aplicaciones muy relevantes y de gran importancia para muchos sectores. En la economía se logran hacer proyecciones a futuro de distintos escenarios y conocer los probables cambios en la bolsa de valores. En la agroindustria, los agricultores pueden conocer los pronósticos climáticos e identificar los mejores momentos para sembrar o cosechar. Pero, también en aspectos que jamás imaginamos que podrían adaptarse este tipo de tecnologías: el fútbol.

            Los ojeadores están utilizando data recopilada de los jugadores más jóvenes para poder realizar proyecciones y conocer quienes serán las futuras estrellas del balompié mundial. Ubicando chalecos o pulseras inteligentes en los jugadores, se recoge información de vital importancia en cada partido jugado, como los kilómetros recorridos, porcentaje de pases realizados exitosamente, e incluso se mide la calidad del sueño en sus jornadas de descanso para conocer su evolución, comparando sus estadísticas con otros deportistas talentosos y poder hacer predicciones. Aquellos que muestras estadísticas positivas, son los más probables de ser exitosos.

            Pero haciendo un análisis en frío, podemos extrapolar este tipo de comportamientos a otros aspectos mucho más humanos en nuestro día a día. Capaz predecir a qué edad fallecerá una persona por sus hábitos alimenticios, sus valores nutricionales, su características físicas y haciendo una comparación con aquellas otras que ya fallecieron por alguna de estas causas. O tal vez anticipar la universidad que escogerá un joven estudiante por sus aficiones y gustos preferidos o la influencia de sus padres. O tal vez algo mucho más crudo, predecir qué jóvenes cometerán un delito en un futuro cercano con tan solo comparar su situación socioeconómica, problemas familiares o trastornos psicológicos detectados y comparar con delincuentes o reincidentes que presentan las mismas características. Esto sin duda abre un debate aún mayor que el anteriormente presentado.

            No se me hace descabellado reformular la pregunta anterior, ¿debemos velar por nuestra privacidad y proteger nuestra información a toda costa? ¿O más bien debemos fortalecer nuestras instituciones, las cuales deben velar por nuestras libertades individuales? Ya muchas empresas que ofrecen servicios básicos utilizan este tipo de información para conocer a qué hora es mejor suministrar de agua a los hogares de Australia por las horas en las que los habitantes suelen ducharse, o a los gobiernos diseñar políticas públicas adecuadas a las necesidades de la comunidad reflejadas gracias las herramientas que nos ofrecen estas tecnologías. En Estados Unidos la ley de privacidad condena hasta por USD 5000 la violación de la privacidad, ¿esto hará que Facebook u otras compañías paguen cantidades mil millonarias por multas?

            La información se ha vuelto un bien muy preciado en el mundo y cada vez vale muchísimo más. Nuestros teléfonos cada vez representan su valor en la capacidad de información que son capaces de procesar. Es por ello que vemos una gran comparación entre un Apple, que más allá de un buen teléfono te ofrece exclusividad de marca, y un Xiaomi que cuenta con la mejor relación calidad/precio. Pero, ¿cuánta información debes dar a cambio?

            Aún queda mucho por ahondar y mucha tela que cortar. Las empresas y los gobiernos tienen una gran responsabilidad sobre el buen uso de la información, al igual que los ciudadanos. Sin embargo, pareciera que con el paso del tiempo vamos renunciando cada vez más a nuestra privacidad, dejando en manos de otros nuestros bienes más preciados: la información personal en bases de datos, nuestro dinero en bancos, nuestra seguridad física en los estados. Solo unas instituciones sólidas pueden garantizar unos niveles de protección óptimos de nuestra información y del resto de las libertades individuales.

            No creo que tengamos en un futuro a una especie de Hydra con sus aeronaves sobrevolando el planeta y aniquilando posibles amenazas, o a una base de datos suprema que prediga el futuro de cada uno de los seres humanos. Pero está en nosotros decidir si garantizar la seguridad de nuestros derechos individuales, o por el contrario tener la presencia del Big Brother en cada espacio de nuestra vida.

Bibliografía

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