En el trabajo anterior pretendí resaltar brevemente la importancia de las instituciones en el ordenamiento democrático contemporáneo, más allá de la vinculación automática con los procesos electorales. La instituciones representativas revisten la esencialidad de la democracia en su esquema liberal. El funcionamiento de ellas y la forma en que se relacionan con la ciudadanía, forma parte sustancial del análisis sobre su eficiencia y vigencia, dando cabida al populismo como evidencia de sus más notables fallas.
Ahora bien, estos esfuerzos dejaron abierta la interrogante sobre la relación aparentemente problemática entre el populismo y la democracia. En la intención de ahondar sobre este aspecto, me apoyaré en el demostrativo trabajo de Benjamín Arditi, “El Populismo como periferia interna de la política democrática”[i], el cual aborda con claridad tres enfoques para explicar la relación entre estos dos términos.
«El populismo se nutre de los principios democráticos, tanto que este permea en la cotidianidad de vida política moderna y pudiera llegar a transformarlos agudamente hacia su derivación más autoritaria.»
Arditi introduce su trabajo advirtiendo sobre varios elementos de la lógica populista que en alguna medida reivindican la democracia moderna. El uso de modos de representación y los mecanismos de interacción con el pueblo, son algunos de esos elementos propios de la democracia y que se encuentra presentes en la dinámica populista. Por otro lado, también advierte sobre variantes autoritarias que lo alejan de dicho sistema, donde la alteración de los ajustes representativos o incluso la interrupción de los mismo, pudiera derivar en autoritarismo. Para Arditi, “el populismo es un rasgo recurrente de la política moderna, que se repite tanto en contextos democráticos como no democráticos”. El populismo se nutre de los principios democráticos, tanto que este permea en la cotidianidad de vida política moderna y pudiera llegar a transformarlos agudamente hacia su derivación más autoritaria. Una suerte de dualidad esencial que expresa la flexibilidad y complejidad de la lógica populista.
Este primer señalamiento permite introducir las tres propuestas o modalidades según las que se explica esta complicada relación. La primera de ellas parte de entender el populismo como un “modo de representación” dentro del sistema democrático, en coexistencia entre ambos; la segunda propuesta ubica al populismo como un “síntoma” que evidencia las fallas de la democracia capaz de perturbarla o alterarla, sacarla de su normal funcionamiento; la tercera expone la lógica populista como un “espejo”, en el que la democracia podría encontrarse con su peligroso reverso. En esta oportunidad, iniciaré con la primera de estas propuestas.
«El estilo persuasivo del populismo, no parece alejarse demasiado de la propia practica democrática, la principal diferencia sería la radicalización de estos elementos que constituye el discurso populista frente a las demás expresiones políticas.»
La introducción de un modo de representación populista en la política democrática parte de entenderlo como un estilo de persuasión discursiva, confeccionado sobre la capacidad de comunicarse de una manera más atractiva con el sujeto, el pueblo. Ya sea por la simpleza de su narrativa o por la apelación a las soluciones directas sobre el conjunto de problemáticas no resueltas, este estilo impregna a la propia política democrática. Arditi señala que esa dinámica persuasiva es propia de los rasgos democráticos contemporáneos e incluso su apelación redentora frente al status quo se encuentra presente en otras prácticas no necesariamente populistas. El estilo persuasivo del populismo, no parece alejarse demasiado de la propia practica democrática, la principal diferencia estaría localizada en la radicalización de estos elementos que constituye el discurso populista frente a las demás expresiones políticas. Sin embargo, el autor reconoce inmediatamente la dificultad para medir la intensidad de esa radicalización; calcular el grado de la apelación al pueblo contra al establishment resulta una tarea complicada.
Hasta ahora esta modalidad para explicar la relación entre populismo y democracia, ha evidenciado una conexión sobre los estilos de persuasión populista que han impregnado y están presentes en gran parte de la política democrática contemporánea, además de la dificultad de diferenciarlos unos de otros. Ahora bien, Arditi propone enfocarse en la concepción de representación de manera que pueda evidenciarse con mayor éxito la relación en cuestión, asumiendo que coexisten pero que son inevitablemente diferentes.
El término de representación, nos dice el autor, se comprende en su sentido político como el “actuar por otros”, como las acciones de los representantes vinculadas a los intereses de los representados, en una relación recíproca de interacción y control entre estos y aquellos. Esa representación no resulta inalterada en su ejercicio, es decir, existe una brecha en la que la acción de los representantes nunca será exactamente igual que la voluntad de sus representados. La acción de representar incluye un elemento diferenciador inevitable entre el ausente (el pueblo) y el presente (el representante), que sólo pudiera ser superado con la presencia simultánea de ambos. Esta concepción de la representación se exhibe como propia de la democracia liberal, apartada de la noción hobbesiana entendida como “autorización”, en la que la todas las acciones del representante son válidas sin mayores controles y de la concepción simbólica que no ahonda sobre las acciones del representante más allá de “estar en lugar de”.
El populismo, por su parte, apela a una relación directa e inmediata entre el pueblo y el líder, suprimiendo esa alteración propia de la representación liberal por considerar un hecho la presencia simultánea y constante de la voluntad popular en la encarnación de ese liderazgo. Para el populismo, el líder es un recurso simbólico que pasa a ser fiduciario de la soberanía popular, con la principal tarea de condensar su identidad y de simplificar el entorno. En otras palabras mientras aquella, la representación democrática, se circunscribe al “actuar por otros” reconociendo el papel del representante y el elemento diferenciador de su accionar frente a la voluntad del pueblo, la representación populista concentra elementos de las tres concepciones anteriores. En el populismo, la representación los mecanismos propios de la democracia liberal, incluye elementos de autorización basados en la personalización y confianza en la figura del líder, además le agrega una fuerte simbología como encarnación de las aspiraciones colectivas.
«Para Manin la democracia representativa ha mutado a una política de espectáculo con predominio en la oferta, es decir, en la puesta en escena de los líderes y/o candidatos:“democracia de audiencias”.»
En criterio de Ariditi, esta condensación populista sobre las nociones de representación “es prevalente dentro de la propia democracia liberal”. Para explicar esta afirmación, se apoya en la propuesta de Bernard Manin sobre las formas contemporáneas de democracia representativa, planteando una suerte de mutación de este sistema hacia lo que concibe desde hace algunas décadas como “democracia de audiencias”. Para Manin, los parámetros de la democracia representativa han cambiado: una mayor volatilidad del voto, la perdida de disciplina partidista-electoral, una mayor personalización del vínculo entre los electores y los candidatos, una interacción directa e inmediata a través de los medios de comunicación entre estos, la complejidad de la realidad contemporánea y la diversificación de las problemáticas, la dificultad de presentar propuestas programáticas partidistas como respuesta a los problemas y la relación de confianza entre el líder y los electorales como simplificación de esa complejidad, son algunos de los elementos que evidencian esta transformación. Para Manin la democracia representativa ha mutado a una política de espectáculo con predominio en la oferta, es decir, en la puesta en escena de los líderes y/o candidatos, es decir, una “democracia de audiencias”.
Por todo lo anterior, tanto Arditi como Manin, sostienen que el modo de representación populista se ha vuelto dominante en la democracia contemporánea, entendiendo que todos los elementos identificados en el esquema representativo de la “democracia de audiencias”, reflejan una similitud evidente con la noción populista.
La primera propuesta de Arditi exhibe la relación entre la democracia contemporánea y el populismo desde la forma en que se entiende y se articula la representación de la soberanía popular. La primera dirigida hacia el papel del representante como encargado de expresar la voluntad de la ciudadanía, mientras la segunda acentúa la personalización en su carácter fiduciario, es decir, el líder como encarnación de esa voluntad; explica tanto la cercanía de la representación populista con los preceptos democráticos más básicos, como la clara diferencia en su manifestación, un lúcido ejemplo de esta complicada relación. Abordaré las otras dos propuestas para continuar los esfuerzos de comprenderla.
[i] ARDITI, Benjamín, (2005).“El populismo como periferia interna de la política democrática”, en Panizza, F. (comp.), 2005, El populismo como espejo de la democracia, p. 97-132. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.