El Congreso Constituyente se reunió en la casa de La Estrella en la ciudad de Valencia, a partir del 6 de mayo de 1830. Su integración estuvo de acuerdo con el Decreto del 13 de enero del mismo año, en el que el general Páez instaba a las Provincias a elegir a sus diputados. Dos días después de instalado el Congreso se convino en que una Comisión integrada por un diputado por cada una de las Provincias, redactara la nueva Constitución Nacional. Esta comisión cumplió con su trabajo y presentó el texto el 19 de junio, luego de varios meses de discusión, en los que se ventilaron de nuevo las tesis centralistas y federalistas; el texto se aprobó el 22 de septiembre de 1830.
Páez es el “hombre fuerte”
Mientras se perfeccionaba el texto constitucional, el Congreso Constituyente presidido por el doctor Miguel Peña, sancionó un Reglamento el 10 de julio mediante el cual el Poder Ejecutivo Provisional recaía sobre la figura del general Páez, con la denominación de Presidente del Estado de Venezuela, a su vez, Diego Bautista Urbaneja era designado Vicepresidente. Así, venía a perfeccionarse un mando defactoque detentaba Páez desde 1829, cuando la separación de Venezuela de la República de Colombia ya era un hecho de fuerza jurídica, aunque a partir de 1826, con los acontecimientos de La Cosiata, la incorporación de Venezuela al proyecto “grancolombiano” estaba en entredicho.
El constituyente equilibró entre las tendencias federalistas y centralistas en pugna y logró redactar una carta magna centro-federal, que tomaba en cuenta la autonomía de las municipalidades, así como reconocía el impulso central. Consagró el principio de la Separación de los Poderes, y definió en su artículo 6 la naturaleza del Estado: “El Gobierno de Venezuela es y será siempre republicano, popular, representativo, responsable y alternativo.” Fijó el período presidencial en cuatro años y estableció la no reelección inmediata, contemplando un período, como mínimo, para presentarse a otra elección presidencial. Estableció quiénes gozaban de los derechos de ciudadano, los mismos que les permitían ser elegidos y elegir los destinos públicos: “Art. 13º – Todos los venezolanos pueden elegir y ser elegidos para los destinos públicos y si está en el goce de sus derechos de ciudadano. Art. 14º – Para gozar de los derechos de ciudadano se necesita: (1) Ser venezolano. (2) Ser casado o mayor de veintiún años. (3) Saber leer y escribir. (4) Ser dueño de una propiedad raíz cuya renta anual sea de 50 pesos, o tener una profesión, oficio o industria útil que produzca cien pesos anuales sin dependencia de otro en clase de sirviente.”
Como vemos, el constituyente acogió la costumbre de su tiempo, al conferirles la facultad del voto a los propietarios, con elecciones de segundo grado. Le colocó una camisa de fuerza al propio Congreso al señalarle una imposibilidad: “Art. 228º -La autoridad que tiene el Congreso para reformar la Constitución no se extiende a la forma del Gobierno que será siempre republicano, popular representativo, responsable y alternativo.”
«La verdad es que el constituyente, de mayoría liberal en los términos clásicos de la filosofía política, actuó como tal, acogiendo muchos de los preceptos del Liberalismo».
En cuanto al culto religioso, el texto constitucional no expresó ningún precepto, con lo que la religión católica no fue consagrada como la del Estado. Esto, fue la base de algunos enfrentamientos entre el Estado y la Iglesia Católica. Algo similar ocurrirá con los privilegios militares que la carta magna no consagró. La verdad es que el constituyente, de mayoría liberal en los términos clásicos de la filosofía política, actuó como tal, acogiendo muchos de los preceptos del Liberalismo. Conviene recordar que quienes mandaban entonces formaban parte del Partido Conservador que, a los efectos venezolanos, era un grupo que abrazaba las ideas de la filosofía Liberal. Lo mismo ocurre con el Partido Liberal venezolano, cuyas ideas eran más cercanas al intervencionismo, en términos clásicos.
En enero de 1831 el general José Tadeo Monagas, en oriente, reaccionó contra la Constitución Nacional, proclamando la integridad de Colombia y la autoridad máxima del Libertador, pero cuando se alzó ignoraba que Bolívar había muerto un mes antes. Consideraba que la Constitución promulgada no respetaba suficientemente los fueros militares. Luego, Monagas se alzó en mayo, en Aragua de Barcelona, proponiendo la constitución del Estado de Oriente, integrado por cuatro Provincias y que llevaría el nombre de República de Colombia. El general Páez envía al general Santiago Mariño a disuadir al general Monagas y, en vez de lograr su cometido, Mariño termina encabezando el proyecto inicial de Monagas, desplazándolo. El Congreso Nacional destituye a Mariño, lógicamente, y queda encargado de la Presidencia de la República el Vicepresidente Diego Bautista Urbaneja, ya que el general Páez se dirige, al frente de su tropa, a Valle de la Pascua a dialogar con Monagas. Páez logra el 23 de junio que Monagas deponga las armas y lo favorece con un indulto. Como vemos, al no más comenzar el camino republicano, el caudillismo mostró su rostro, como si se tratara de una seña presagiante de lo que sería todo el siglo XIX. De hecho, esta será la primera desavenencia entre dos caudillos que se enfrentarán luego, y que también intentarán entenderse en torno a la detentación del mando supremo.
Entre el primer levantamiento de Monagas, en enero, y su acuerdo con Páez, en julio, el Congreso se reúne de nuevo en Valencia el 18 de marzo de 1831 y convoca a elecciones para el 25 del mismo mes. Páez es electo con 136 votos de los 158 sufragios, comenzó entonces el período presidencial de cuatro años, que culminaría en 1835, y el general empezó a desempeñar su primera presidencia, dentro del marco de la Constitución Nacional de 1830.
Este período que abordamos comprende la primera presidencia de Páez (1831-1835), la del doctor José María Vargas (1835-1836), las de Andrés Narvarte y José María Carreño (1836-1837), la de Carlos Soublette (1837-1839), José Antonio Páez (1839-1843) y Carlos Soublette (1843-1847), y en todas el signo político predominante fue el Liberalismo, contando para ello con una figura de primer orden: Santos Michelena.
Santos Michelena pone orden
Detengámonos en sus realizaciones. Se suma al ejército juvenil de la batalla de La Victoria, el 12 de febrero de 1814, y cae preso, pero el jefe realista Cajigal lo deja libre con la orden de que se vaya al exilio. Eso hace. Cajigal creía que le estaba infringiendo un daño y, por lo contrario, le estaba cambiando la vida favorablemente. Se fue a Filadelfia, y allá estuvo trabajando entre 1814 y 1820, entre sus 16 y 22 años. Dicen sus biógrafos, Pedro José Vargas y Simón Alberto Consalvi, que estudió en la universidad, pero ninguno señala en cuál, lo que nos lleva a dudar. En todo caso, no importa, lo que sí es seguro es que trabajó y conoció un país que estaba creciendo bajo el imperio del liberalismo económico y la impronta de ese libro capital para la humanidad: La riqueza de las naciones (1776) de Adam Smith, del que no sólo consta que Michelena leyó con un lápiz para subrayar en la mano, sino que lo citó varias veces a lo largo de su vida.
En esos años de trabajo tuvo una experiencia fundamental para su futuro: la del contabilista, la del que lleva números y conoce a fondo la dinámica de los costos de producción, la oferta y la demanda, todo el universo esencial de la dinámica económica que luego le sería de enorme utilidad. En 1820 se muda a Cuba, donde se casa con Encarnación Bosque, y trabaja en otra empresa como administrador. Regresa a Venezuela en 1822 y se establece en La Guaira. Dos años después está en Caracas y es electo diputado al Congreso de la República de Colombia, en Bogotá. Se muda y dos años después introduce en el parlamento una nueva Ley de Comercio, que lamentablemente no fue aprobada.
En 1826 el vicepresidente de la República, Francisco de Paula Santander, lo designa Cónsul en Londres y allá estará hasta 1828. Estos dos años son claves para entender sus posiciones económicas y su conocimiento del Liberalismo. Regresa a Caracas y al ser electo José Antonio Páez presidente de la República para el período 1831-1835, éste designa a Michelena Canciller y Ministro de Hacienda. Tiene 34 años. Le toca organizar las cifras de una nueva República, la de Venezuela ya separada de Colombia. De tal modo que estamos hablando del creador de la Hacienda Pública Nacional y del Canciller que negoció el Tratado Pombo-Michelena. Esto lo lleva a mudarse de nuevo a Bogotá entre 1833 y 1834. Allá negoció el tema de la deuda externa y la parte que le tocaba a Venezuela de la deuda de Colombia, y logró que los neogranadinos aprobaran los términos del Tratado que nos entregaba la mitad de la península de La Guajira, pero el Congreso de Venezuela se tardó tanto en aprobarlo, que cuando lo hizo en 1839 los neogranadinos ya no lo querían, aludiendo que habían hallado títulos que los favorecían. Se perdió un trabajo consistente, que nos hubiera favorecido.
Michelena es uno de los artífices de la Ley del 10 de abril de 1834. Una ley que permitió la libertad de contratos y estimuló enormemente el desarrollo agrícola y pecuario hasta que los precios internacionales bajaron y las ejecuciones judiciales, la entrega de las prendas de garantía, fueron mayores que los beneficios. Pero no hay duda de que funcionó durante diez años, tiempo de gran crecimiento económico en Venezuela. Al ser electo presidente de la República el ilustrísimo doctor José María Vargas, éste lo ratifica en el cargo, hasta que renuncia cuando se les condonó la pena a los que le dieron un golpe militar a Vargas, la llamada “Revolución de las reformas”.
Cuando Carlos Soublette es elegido presidente de la República, en 1837, lo designa otra vez Canciller y Ministro de Hacienda y luego, cuando Páez es electo de nuevo presidente de la República, Michelena es Vicepresidente, en 1840. Su prestigio es enorme y se presenta como candidato a la presidencia de la República en 1843, pero pierde ante Soublette. Se retira de la vida pública a su hacienda Onoto en Aragua, hasta que regresa como diputado al Congreso Nacional de 1846.
«Michelena es uno de nuestros grandes civiles, constructor de la trama jurídica y civil de aquella República que renacía de las cenizas del proyecto fracasado de Colombia, y halló un ritmo de crecimiento económico como ha habido pocos en nuestra historia».
Como vemos, una vida pletórica de contribuciones centrales para la formación del Estado en el siglo XIX. Un estadista de gran calado. Un liberal. Lamentablemente, en el oprobioso asalto al Congreso comandado por José Tadeo Monagas el 24 de enero de 1848, una verdadera vergüenza, fue herido varias veces y falleció 48 días después. No existía la penicilina, ese milagro de la ciencia médica del siglo XX. Michelena es uno de nuestros grandes civiles, constructor de la trama jurídica y civil de aquella República que renacía de las cenizas del proyecto fracasado de Colombia, y halló un ritmo de crecimiento económico como ha habido pocos en nuestra historia. Esa etapa tiene nombres y apellidos: José Antonio Páez, Carlos Soublette, José María Vargas y Santos Michelena.
La coyuntura que condujo a que el jefe del partico conservador, Páez, apoyara a un liberal para que alcanzara la Presidencia de la República para el período 1847-1851, se explica con un personaje: Antonio Leocadio Guzmán. El desgaste del partido conservador era tal, que la única manera que halló Páez para cerrarle el paso a Guzmán fue apoyar a Monagas. Así fue como se inició un nuevo período (“El monagato”) que veremos en el capítulo que viene, pero que en lo personal supuso para Páez la prisión y un prolongado exilio.
Por otra parte, este período Conservador (1830-1847) fue propicio para el crecimiento de la economía. Se siguió un orden constitucional de alternabilidad en el poder, aunque sólo lo compartieron Páez y Soublette, con la breve excepción de Vargas. Se alcanzó cierta estabilidad, no porque no hubiese habido alzamientos, que los hubo en cantidad apreciable, sino porque las facultades militares y políticas de Páez se impusieron siempre, incluso ayudado por el azar, como fue el caso de Farfán. Muy pronto va a arrepentirse Páez de haber apoyado a Monagas, pero ya el cambio estaba en marcha, y la etapa de cierta estabilidad y prosperidad, había concluido.
José María Vargas lo intentó
Como apuntamos antes, en este lapso de 17 años tiene lugar la presidencia de Vargas, con todas las vicisitudes que la imantaron, y en relación con ella es imposible dejar de señalar la conducta civilista del general Páez así como los hechos que condujeron al golpe de Estado. Recordemos que el doctor Vargas asumió la Presidencia de la República el 9 de febrero de 1835 y, desde el momento mismo de su victoria, se va creando una suerte de conjura en su contra por parte de los seguidores de Santiago Mariño, no hace lo mismo Soublette que se va a Europa, ni Páez que se retira a sus haciendas.
Por otra parte, muy pronto Vargas entra en diatriba con el Congreso de la República, cuando este último propone una Ley de impuesto subsidiario del 1%, recabado en las aduanas, con destino a la Hacienda Pública. El Presidente objeta el proyecto de ley, pero las Cámaras lo aprueban, a lo que Vargas responde invocando la violación de la Constitución por parte del Senado. Esta prueba de fuerza condujo a que el doctor Vargas presentara su renuncia el 29 de abril de 1835, pero no le fue aceptada, aunque alegaba no disponer de la suficiente fuerza como para mantener la paz de la República entre las facciones en pugna.
La renuncia de Vargas fue interpretada por sus adversarios como una muestra de debilidad, aunque no le hubiese sido aceptada. Así fue como se estructuró una conjura en su contra que se denominó “La Revolución de las Reformas”, integrada por Mariño, Diego Ibarra, Luis Perú de Lacroix, Pedro Briceño Méndez, José Tadeo Monagas, Estanislao Rendón, Andrés Level de Goda y Pedro Carujo. Esta asonada se expresó el 8 de julio de 1835 en Caracas, cuando Carujo penetró en casa del doctor Vargas para detenerlo y se produjo un intercambio de palabras que la historia ha recogido insistentemente. Dijo Carujo: “Doctor Vargas: el mundo es de los valientes”, y Vargas le respondió: “El mundo es del hombre justo”. Después de la detención del Presidente y del Vicepresidente Andrés Narvarte, fueron embarcados ambos con rumbo a Saint Thomas en la misma tarde del día fatídico.
Al no más conocerse la asonada, acompañada de un texto de nueve puntos en el que los conjurados querían el mando de las Fuerzas Armadas para el general Mariño, el entonces Jefe de esas mismas fuerzas, designado por Vargas para tal efecto: José Antonio Páez, se puso en marcha para dominar la situación y restablecer el hilo constitucional. Páez entra triunfante a Caracas el 28 de julio de 1835, y el 20 de agosto está de nuevo Vargas en la Presidencia de la República. El movimiento insurreccional, sin embargo, no terminó de ser derrotado sino el 1 de marzo de 1836, en Puerto Cabello.
Lo que debía hacerse con los derrotados fue la piedra de tranca entre Vargas y Páez. El primero, y sus seguidores, exigían que sobre ellos cayera todo el peso de la ley, mientras Páez abogaba por la clemencia y el indulto. La estrategia conciliadora le había servido en el pasado a Páez en distintas circunstancias, pero Vargas exigía castigos ejemplares. Por otra parte, era evidente que la figura del general Páez había crecido mucho más con esta situación, ya que se había convertido en suerte de árbitro mayor y absoluto de la República, de modo que las posibilidades de Vargas de imponer sus criterios por encima de los del caudillo llanero, eran improbables. A Vargas le fue aceptada la renuncia el 24 de abril de 1836. A partir de entonces se dedicaría exclusivamente a la docencia y a la investigación científica y su consecuente escritura.
«Con esto, por más que el general Páez se comportaba con apego a la Separación de los Poderes, y estaba verdaderamente comprometido con la creación de una República, se reforzaba la ascendencia de un hombre de armas, sobre la mayoría de la población civil».
No fue propicia la señal que quedó en el ambiente nacional después de la Presidencia de Vargas, no porque el doctor no fuese el hombre excepcional que fue, sino porque al no más asumir el poder un civil, el avispero de los caudillos regionales comenzó a alborotarse, y tuvo que venir el caudillo mayor a aplacarlo. Con esto, por más que el general Páez se comportaba con apego a la Separación de los Poderes, y estaba verdaderamente comprometido con la creación de una República, se reforzaba la ascendencia de un hombre de armas, sobre la mayoría de la población civil. ¿Comenzaba entonces el caudillismo en Venezuela? Quizás la respuesta sea otra pregunta: ¿Podía no ser el caudillismo el signo de la Venezuela republicana, cuando lo había sido durante la Venezuela colonial?
Todo indica que no, que el caudillismo emergería de inmediato enfrentando la sindéresis republicana, buscando imponer su propia gramática, empuñando para ello una espada, y cobrando los servicios prestados durante la Guerra de Independencia. Esto último, como veremos, será tema recurrente a lo largo de casi todo el siglo XIX, incluso hasta cuando llegue al poder Antonio Guzmán Blanco, ya que muchas de sus actuaciones fueron tributarias de la gesta de su padre. Toda una generación de próceres de la independencia, pasando por encima de las instituciones republicanas, buscó el poder para sí, como si se tratara de una deuda que la Nación había contraído con ellos.
Bibliografía
CONSALVI, Simón Alberto (2012). Santos Michelena. Caracas, Biblioteca Biográfica Venezolana, El Nacional-Banco del Caribe.
VARGAS, Pedro José (1972). Santos Michelena. Biografía y esbozo de su tiempo. Caracas, Ediciones del Congreso de la República.