El giro sociológico.., y el retorno a la historia
Tanto los transitólogos como los especialistas en regímenes híbridos parecían manejar un concepto de democracia bastante similar, consensuado alrededor de las definiciones y procedimientos trabajados por Dahl a partir de Schumpeter. Era absolutamente lógico, por la influencia de la ciencia política estadounidense en estos trabajos, así como por el interés de los autores en contribuir a consolidar procesos de democratización en curso, evitar el retorno del autoritarismo, y en dotar de herramientas a los decisores políticos.
El consenso traslucía la existencia de una práctica ya consolidada, sólida, probada y exitosa, que nos era presentada completa, y que nos tocaba aprender de los mayores e intentar replicar, adaptando lo adaptable, aclimatando determinada institución para hacer posible que el éxito logrado en Estados Unidos o en Europa Occidental pudiera repetirse en otros países. Si algo fallaba el error estaría en la aplicación, en las insuficiencias culturales de la sociedad en la que se insertaba, jamás en el modelo.
«Apatía cívica, creciente despolitización, participación declinante y desconfianza creciente en las elites políticas fueron apenas el prólogo de una ola que parecía amenazar a sistemas aparentemente estables.»
El debate en torno a la noción misma de democracia parecía superado, pero un desasosiego subterráneo estaba tocando las puertas de los países democráticos más desarrollados, se empezaba a hablar de un proceso de “desconsolidación”. Apatía cívica, creciente despolitización, participación declinante y desconfianza creciente en las elites políticas fueron apenas el prólogo de una ola que parecía amenazar a sistemas aparentemente estables: el populismo ya no era una anomalía distante sino una presencia cercana, de hoy y de mañana. Esto tenía que conmocionar la manera de pensar la democracia porque ya estaba alterando la manera de vivirla.
El problema del populismo empezó a generar una profusa literatura politológica, y se fue construyendo una narrativa liberal de autodefensa que también me resultaba insuficiente para comprender el fenómeno. Responsabilizar al “líder populista” como el causante de la crisis hablaba de la fragilidad del sistema, como si no hubiera existido el discurso demagógico a lo largo de toda la historia de los gobiernos populares, en similar sentido, criticar un supuesto carácter infantil o incapaz de tomar decisiones del votante, de la ciudadanía, era un argumento que se deslizaba contra la democracia en sí misma, no solo contra el populismo. Era necesario ampliar el campo de búsqueda.
Había una necesidad de explicarme qué había sucedido con el entusiasmo democrático de otrora, dónde estaba la base social que sostenía la lucha por la democracia, cómo políticas autoritarias podían contar con una base popular. A efectos de estas interrogantes el acercamiento de Norberto Bobbio me resultaba excesivamente jurídico e idealista, como si las ideas tuvieran una vida propia, autónoma de la realidad social. El enfoque schumpeteriano y sus derivados me parecían fríamente mecanicistas y funcionalistas, incapaces de satisfacer mi angustia.
Tuve que dar dos pasos atrás y modificar mi perspectiva. Como es costumbre, paso de una lectura a otra al ritmo de mis interrogantes, angustias y curiosidad. Eso me llevó a salir un momento de lo estrictamente conceptual y técnico para retornar a la historia. Decidí construir una materia electiva para la Escuela de Historia dedicada a recorrer las metamorfosis del autogobierno. La misma noción de democracia se me escapaba entre las manos para asir por completo lo que estaba buscando.
Retomé algunas viejas lecturas con otra mirada. Manuales como “Democracia” de Anthony Arblaster me resultaron útiles, así como la obra Luciano Cánfora, “La democracia, historia de una ideología” repleta de datos interesantes sobre las fuerzas sociales sobre las que descansaba la lucha democrática.
«Esta democracia liberal podía ser entendida como un sistema de protección, como desarrollo, como equilibrio o como participación».
En “La democracia liberal y su época” C. B. Macpherson colocaba al matrimonio entre la tradición democrática y la liberal en relación con sus distintas acepciones. Esta democracia liberal podía ser entendida como un sistema de protección, como desarrollo, como equilibrio o como participación.
Francisco Rodríguez Adrados en su “Nueva historia de la democracia”, editado por Alianza, hacía más énfasis en el mundo antiguo que en el contemporáneo. Una respuesta al acercamiento eurocéntrico a la democracia lo realizó Amartya Sen en “El valor de la democracia”, donde hacía énfasis en el precedente de gobiernos asamblearios en India, África, entre otras sociedades como orígenes y experiencias no-occidentales de democracia. En una colección de historia conceptual Joaquín Abellán realizó un esfuerzo importante para brindarnos una obra didáctica de gran valor sobre la evolución del concepto de “Democracia”. La recopilación “La democracia en sus textos”, coordinada por Fernando Vallespín resultó especialmente interesante para el desarrollo de la materia electiva, aunque el énfasis se seguía haciendo más en la evolución conceptual que en el proceso de construcción social de la democracia.
El recorrido que David Held realizó por la historia de la práctica democrática, “Modelos de Democracia”, no se limitaba al concepto. Efectivamente, en la medida en que la obra pretende abarcar la totalidad del recorrido histórico de estos regímenes políticos, se establecía como un ejercicio ambicioso que mezclaba capítulos de desigual profundidad.
» La idea de que en la historia humana podemos identificar dos grandes pasiones políticas, la pasión por la libertad y la pasión de la igualdad, y el avance inexorable de la democracia en la sociedad obedece fundamentalmente a la pasión igualitaria…»
Mi objeto me seguía siendo esquivo hasta que volví a colocar la mirada en un viejo conocido. Había leído a Alexis de Tocqueville a mediados de los noventa, con un interés más historiográfico que estrictamente sociológico. Pero volver a leer “La democracia en América” y especialmente “El Antiguo Régimen y la Revolución” me llevó a avanzar en la precisión de mi objeto, en la identificación de un flujo, de una fuerza social. La idea de que en la historia humana podemos identificar dos grandes pasiones políticas, la pasión por la libertad y la pasión de la igualdad, y que el avance inexorable de la democracia en la sociedad obedece fundamentalmente a la pasión igualitaria, constante e indetenible, adquirió un nuevo sentido al leerlo en medio de la crisis actual.
«Así, los procesos de apertura y liberalización política podían observarse a través de este prisma.»
Estaba releyendo a Tocqueville cuando llegó a mis manos “Democracia” de Charles Tilly, quien, como buen sociólogo, diferenciaba entre procesos de democratización, que marcan el cambio de las relaciones entre gobernantes y gobernados, y la democracia como objeto ya consolidado. Su concepto de régimen democrático era mucho más flexible y dinámico que otros, y esa elasticidad era muy útil para comprender procesos de democratización vistos desde una perspectiva de largo plazo, en la medida en que iba modificándose la relación entre el Estado y los ciudadanos en términos de amplitud, igualdad, protección y consulta mutuamente vinculante. Así, los procesos de apertura y liberalización política podían observarse a través de este prisma. Incorporaba también un elemento clave que los acercamientos filosóficos obviaban y los funcionalistas daban por sentado: la territorialidad efectiva del poder, el tema de la estatalidad. Charles Tilly constituyó otro descubrimiento de importancia cardinal para intentar comprender las fuerzas sociales que sostenían el momento fundacional de una democracia.
Este acercamiento sociológico me llevó a volver a un autor que había conocido, como historiador, años antes, “Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia: señor y campesino en la formación del mundo moderno” de Barrington Moore Jr, que había sido publicado en 1966 pero ahora podía tener una lectura distinta. Algo similar ocurrió con Alain Touraine y “¿Qué es la democracia?”, que había leído sin demasiada atención en 1995 y 1996 por recomendación de sociología política y que ahora me ayudaba a colocar el foco en los cambios ocurridos en la sociedad durante los procesos de democratización, que preceden a la consolidación de las democracias como régimen político y la acompañan en su desarrollo.
Los trabajos de Charles Tilly, que empecé a buscar luego de descubrir al autor, me llevaron a intentar comprender el fenómeno del poder como hecho sociológico y su historia. Allí vino el acercamiento a la obra de Michael Mann, “Las fuentes del poder social”, que contribuye a ordenar la historia del funcionamiento del poder en la sociedad, lo que permite la aparición de formas diversas de autogobierno (democracias, repúblicas) desde la antigüedad hasta el mundo contemporáneo, donde la “jaula social” parece haberse hecho totalmente ineludible.
En esta búsqueda el último descubrimiento ha sido la obra de John Keane quien, luego de décadas de investigación, presenta “Vida y muerte de la democracia”, donde recorre tres grandes etapas de esta pasión política, la primera, denominada democracia asamblearia, cuyo paradigma más conocido fue la Atenas clásica, la democracia representativa como segunda etapa, que tiene su cúspide en el experimento político más fascinante del mundo contemporáneo, los Estados Unidos de América y, por último, emplea el término “democracia monitorizada” para identificar un tercer momento, que se extiende hasta la crisis actual, de volatilidad del poder político, planteando las perspectivas de un futuro incierto.
Como acostumbra pasar aún tengo más preguntas que respuestas, y este itinerario bibliográfico ni es sistemático ni recorre una línea recta, sino que está lleno de movimientos de zig-zag realizados a la luz de las preguntas que un historiador metido en la política puede hacerse, de la interacción con colegas de diversas disciplinas que me han enriquecido durante más de dos décadas de pensamiento y acción, historiadores, politólogos, sociólogos, filósofos, abogados, políticos en activo, entre otros, que me han enriquecido con su amistad, su consejo, sus conversaciones y recomendaciones. Ellos han sido mis compañeros de un viaje que apenas se inicia…, y en el que seguimos luchando.