La democracia se presenta como una forma de vida, en la que cualquier ciudadano tiene la libertad de expresarse, reunirse, asociarse y manifestarse. La intolerancia del Gobierno polaco está atentando contra este modo de vivir, ya que esta semana un grupo de legisladores presentaron un proyecto de ley para prohibir los desfiles y cualquier tipo de manifestación pública de grupos LGBTQ.
Esta no es la primera vez que sucede este tipo de ataques en el país, de hecho los enfrentamientos entre el Gobierno del presidente Andrzej Duda y la comunidad LGBTQ aumentaron desde hace dos meses cuando se propusieron las “zonas libres de LGBT”, en las que no se puede comunicar públicamente ningún tipo de información relacionada con esta comunidad.
En el 2019, alrededor de 100 municipios y Gobiernos regionales polacos se alinearon con Duda en la “defensa de la tradición cristiana”, argumentando que la “ideología LGBT” busca imponerse como el comunismo en la era del bolchevismo, siendo esta un “neobolchevismo”. Activistas conservadores como Krzysztof Kasprzak han señalado que esta comunidad representa una forma de totalitarismo parecido al nazismo y asegura que tienen como objetivo “derrocar el orden natural”. Bajo esta justificación, un grupo importante de políticos del país se han inclinado por violentar las libertades básicas de sus ciudadanos en medida que estos decidan usar las mismas en defensa de la comunidad LGBT. ¿Sus argumentos son válidos? ¿Cuál es el alcance de la tolerancia y quién la determina?
Desde una perspectiva profundamente rawlsiana, la libertad solo debe ser restringida o limitada en beneficio de la libertad misma, por lo que solo se justificaría prohibir desfiles y manifestaciones pacíficas de la comunidad LGBT en medida de que estas vulneren la libertad del resto de los ciudadanos polacos, cosa que no sucede. ¿Es necesario ser tolerante con esta comunidad para ser democrático? En el marco de una democracia, entendida como forma de vida, sí se debe ser tolerante con este y cualquier otro grupo de la sociedad que no exceda los límites de la tolerancia, apelando a la paradoja de Karl Popper. El nazismo es incompatible con la idea de una sociedad en la que absolutamente todos los ciudadanos sean libres e iguales ante la ley, mientras que la comunidad LGBT no ofrece una amenaza de este tipo.
Resulta imposible desligar una sociedad y su comportamiento de su cultura, por lo que justificar estos ataques a través de la religión surge como una respuesta natural. Con esto no se debe pensar que por lo tanto es lo correcto, pues, si se desea vivir en democracia, es inviable hacerlo excluyendo ciertos grupos de la sociedad y limitando sus libertades. Pareciera que el Gobierno polaco y los legisladores que han propuesto la prohibición de las manifestaciones públicas de la comunidad LGBT no tienen presente la defensa de los valores democráticos, sino la imposición de la tradición cristiana como el único código de referencia moral para los actos de cada uno de sus ciudadanos.
Cuando un Gobierno empieza restringir las libertades básicas de sus ciudadanos sin ninguna justificación que respalde la libertad misma, probablemente seguirá haciéndolo en medida de que esto lo beneficie. Esta es una práctica autoritaria que debe ser interpretada como tal desde un principio para que la sociedad civil se movilice en defensa de sus libertades, como ha pasado con múltiples manifestaciones en Varsovia. Es responsabilidad de cada uno de los ciudadanos polacos defender los valores democráticos que quieren para sí mismos, puesto que no importa si perteneces o no a la comunidad LGBT, igual debe preocuparte que el Gobierno esté tomando unilateralmente la decisión respecto a sobre qué pueden manifestar las personas que viven en el país. Hoy puede ser un desfile del Orgullo, y mañana podría ser una protesta en contra del presidente del país lo cual sea considerado como una práctica nazi.
El hecho de que un grupo de personas decida manifestar pacíficamente en distintas ciudades de Polonia en apoyo de la comunidad LGBT no impide que aquellos que se identifican con la tradición cristiana pongan en práctica sus costumbres. Imponer a toda una sociedad que se comporte de acuerdo con una religión resulta totalitario e irrazonable. Sin embargo, la realidad es que la democracia como forma de vida no puede ser respaldada y sostenida solamente por algunos grupos de la sociedad, sino por su generalidad, es decir por sus ciudadanos y sus instituciones políticas.
En Polonia, la imposición de ideologías y prácticas totalitarias no provienen de las manifestaciones de los grupos LGBT, sino de la tensión que estas generan en la frágil cultura democrática del país, la cual es quebrada cuando el Gobierno decide imponerse y silenciar la diversidad que caracteriza a las sociedades democráticas. Esto refleja indudablemente una amenaza para aquellos ciudadanos que desean disfrutar de las libertades que les ofrece vivir en democracia.
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