El autoritarismo competitivo es un concepto que responde a la emergencia de regímenes híbridos como fenómeno característico de la post Guerra Fría. Esta época de la historia, con sus muros caídos y su “final de la historia”, demostró ser más complejo que el escenario planteado inicialmente como el triunfo definitivo de la democracia liberal. En lugar de esto, presenciamos la proliferación de regímenes que, también contrario a la matriz inicial, no eran transicionales, sino que representaban formas de dominación relativamente estables. El autoritarismo competitivo puede perderse fácilmente en la baraja analítica, entre otras razones porque es fácil perderse también en el debate sobre si estos son meramente democracias imperfectas o disminuidas. El autoritarismo competitivo crea condiciones desiguales entre gobierno y oposición, en perjuicio del desempeño democrático. Existe en estos regímenes una fachada democrática, y los mecanismos e instituciones democráticos siguen siendo la principal vía para obtener y ejercer el poder, pero desde el poder se viola esta dinámica de tal manera que el régimen no logra cumplir un estándar mínimo de democracia[1].
«La diferencia entre este tipo de régimen y un autoritarismo cerrado está en la existencia de espacios para el ejercicio de oposición»
Normalmente se habla de tres causas del autoritarismo competitivo: la decadencia de un régimen autoritario, el colapso de un régimen autoritario, o la decadencia de un régimen democrático. La diferencia entre este tipo de régimen y un autoritarismo cerrado, de corte clásico, está en la existencia de espacios para el ejercicio de oposición, que aquí llamamos rendijas democráticas. A través de estos espacios, de estas rendijas, los distintos sectores en oposición al régimen pueden, de manera efectiva, retar al poder de una manera que sería imposible en un autoritarismo consolidado. Los espacios principales están representados por la arena electoral, la judicial, la legislativa y los medios de comunicación. Incluso las más insignificantes rendijas en estos espacios pueden ser utilizadas por los opositores para desafiar, debilitar y en casos incluso derrotar a gobernantes y sistemas autoritarios.
Si una concepción de “rendijas democráticas” basada en instituciones tan formales, que pueden ser cooptadas finalmente por el poder autoritario, pareciera insuficiente, ¿De qué otras maneras puede la gente hacerse sentir en contextos de instituciones débiles y sistemas autoritarios? En China, un estudio muy completo[2] da cuenta de “grupos solidarios”, que ejercen un control informal sobre el gobierno. Aquí, incentivos morales y de distintos tipos son un recurso invaluable para el logro de objetivos políticos, económicos y sociales. Estos grupos parten de la idea de que cuando las fronteras de un grupo solidario se solapan con las fronteras administrativas del gobierno local, los funcionarios públicos tienen una fuerte obligación social a contribuir con el bienestar del grupo. En Rusia, donde se ha establecido una súper-presidencia con una especie de teflón que desvía las responsabilidades hacia los mandatarios locales (y que sitúa al mandatario central como el gran intercesor), surge el concepto de “monarquismo ingenuo” para designar aquellas actividades diseñadas para lograr la intervención presidencial[3]. Estas incluyen cartas, protestas e incluso renombrar puntos geográficos en honor al gobernante, pero lo clave no está en una supuesta devoción ciega, sino en el uso estratégico que este tipo de activismo puede hacer para lograr sus objetivos, independientemente de lo que los activistas y demás ciudadanos piensen realmente del liderazgo local y central. En una ocasión, activistas que intentaban impedir la deforestación de un bosque local para la construcción urbana, imprimieron y colocaron fotos de Vladimir Putin en cada uno de los árboles. Su lógica no se basaba en amor al líder, sino en una apuesta clara: los constructores -ni nadie- se atreverían a tocar a Putin. Funcionó. Ningún árbol fue cortado y los activistas tuvieron éxito en su objetivo de preservar su espacio local. Estos ejemplos de China y Rusia, recordamos, no aspiran ilustrar una dinámica democrática ideal. Lo contrario, representan rendijas para la participación popular y la resistencia ciudadana en contextos autoritarios, cada una a través de acciones estratégicas que parten de la realidad concreta de ambas sociedades.
«…apostamos por las rendijas -institucionales e informales- que sirvan de catalizador del cambio social y muevan los cimientos del régimen en la lucha por una democracia incluyente y genuina»
En los regímenes híbridos, la democracia tiene un aspecto decorativo. Incluso en ese esquema ornamental, sin embargo, existen grietas para la participación popular. No obstante, debemos hacer tres advertencias: En primer lugar, modelos como el de los grupos solidarios pueden resultar difíciles de aplicar más allá del ámbito local, en la escena nacional; segundo, los arreglos informales pueden ayudar a obtener la atención del gobierno, pero en ningún caso a la escala que traería un sistema formal de accountability; y tercero, estos sistemas informales, al aliviar las presiones sobre el Estado a corto plazo, pueden retrasar las reformas necesarias a nivel institucional, que traerían mayores beneficios tanto para los ciudadanos como para el Estado a largo plazo.
No podemos finalizar sin reiterar una idea central: a diferencia de los autoritarismos hegemónicos, cerrados, los autoritarismos competitivos apelan a la democracia (de manera superficial y decorativa) como forma de legitimación. Esto abre rendijas importantes para la participación y el ejercicio de oposición, no solo a través de arreglos informales como los que hemos ilustrado, sino principalmente a través de las arenas electoral, legislativa y judicial, junto a los medios de comunicación. Tener esto en cuenta es importante para analizar las maneras en las que una sociedad puede hacerle frente a un régimen autoritario de este estilo. Si entramos al terreno de las preferencias, no concebimos como “preferible” la consolidación del autoritarismo competitivo en un autoritarismo hegemónico, buscando un “todo o nada” que nos aleja aún más de la democracia, sino que apostamos por las rendijas -institucionales e informales- que sirvan de catalizador del cambio social y muevan los cimientos del régimen en la lucha por una democracia incluyente y genuina, que responda a la gente y promueva el bienestar y la igualdad en un régimen de libertades. Estos espacios deben aprovecharse en un régimen híbrido. Allí, sabemos que no hay democracia y precisamente eso nos obliga a aprovechar cualquier rendija y convertirla en una oportunidad para desafiar al poder. En un régimen autoritario hegemónico, que ofrece escasas posibilidades para la impugnación democrática y aún menos para el retorno a un sistema democrático, puede ser demasiado tarde.
[1] En una entrega anterior advertimos que no hay un único concepto de democracia. En esta idea nos referimos a un esquema que va más allá de la concepción electoral-minimalista, y que engloba el respeto a las minorías, la separación y limitación de poderes, y el estado de derecho, nociones todas propias de la democracia liberal.
[2] Ver Tsai, L. (2007). “Solidary Groups, Informal Accountability, and Local Public Goods Provision in Rural China”, American Political Science Review 101:2, 355-372.
[3] Ver Mamonova (2016). “Naïve Monarchism and Rural Resistance in Contemporary Russia”, Rural Sociology 81:3, 316-342.