Los conceptos de democracia y libertad están tan íntimamente relacionados que, a menudo, hablar de uno implica una conversación sobre el otro. En no pocas ocasiones, las dos nociones se confunden en una. La libertad posee una valoración prácticamente universal, y casi todos los pensadores y líderes políticos han dedicado gran parte de sus obras a su análisis y promoción. Ya hemos visto, en entregas anteriores, que lo mismo sucede, como mínimo en un sentido ritualista, con la idea de democracia. A primera vista, el que existe entre democracia y libertad es un maridaje indisoluble. Sin embargo, debemos hacer par de advertencias: En primer lugar, no todo el mundo entiende lo mismo por “libertad”, como discutiremos más adelante; y, en segundo lugar, la libertad choca inevitablemente con otros valores políticos y sociales que son esenciales a la democracia. ¿Podemos hallar un punto medio, en el que pensemos la libertad y los valores con los que esta suele entrar en conflicto (llámese la igualdad y la justicia, por nombrar algunos), no solo como contradictorios, sino también como complementarios?
En búsqueda de esta respuesta, debemos retrotraernos a otra pregunta: ¿Quién es el sujeto de la libertad? ¿Se trata del individuo o de un colectivo? Lo mismo sucede al intentar lograr una definición mínima sobre la libertad: ¿Tiene que ver con la ausencia de coerción de un agente externo, o es la capacidad para perseguir ciertas metas? En resumen, ¿hablamos de libertad para o de libertad de?
«La discriminación, la segregación, la persecución violenta y el apartheid se han manifestado como herramientas distintas que los opresores utilizan para lograr la dominación de sociedades enteras»
La historia de la humanidad ha mostrado, una y otra vez, el repulsivo rostro de la opresión: Desde las tiranías clásicas de ayer hasta los más complejos autoritarismos híbridos de hoy, pareciera claro que la lucha por ser libres ha estado en el centro de la actividad humana por cientos de años. La discriminación, la segregación, la persecución violenta y el apartheid se han manifestado como herramientas distintas que los opresores utilizan para lograr la dominación de sociedades enteras, o de determinados grupos dentro de esas sociedades. Pero, más allá de las caras reconocibles de los opresores, el asunto de las capacidades, de la agencia si se quiere, es también de obligatoria discusión, y lleva el concepto de la libertad por otros derroteros. ¿Pueden los pobres llegar a ser realmente “libres”? ¿Pueden aquellos que no han contado con las oportunidades para alcanzar su máximo potencial y capacidad de agencia sacar provecho de las libertades políticas que adornan nuestras constituciones y discursos oficiales?
Isaiah Berlin introduce dos nociones de libertad. A la primera la llama libertad negativa. En el corazón de la idea de libertad negativa está el concepto de coerción, que implica una interferencia deliberada de otros en el ámbito personal. Se infiere que, en esta concepción, la libertad es la ausencia de coerción. Sin embargo, una libertad ilimitada, en este sentido, nos dejaría en algo parecido al estado de naturaleza hobbesiano, en el que el caos se apoderaría de todo, imposibilitando la satisfacción de las necesidades mínimas, o las libertades de los vulnerables serían reprimidas por las de los poderosos. Aquí vislumbramos una primera respuesta a la pregunta central de estas líneas: en la idea de proteger las libertades de los débiles de las libertades de los fuertes, emerge el valor de la justicia, no solo en conflicto con la libertad, sino como complemento, al menos, a una idea de libertad más amplia e incluyente.
Si los límites superiores de la libertad han de fijarlos las leyes, de modo que protejan a los débiles de los fuertes, ¿Cuáles son los límites inferiores? De acuerdo con libertarios como Mill y Locke, debe existir un espacio mínimo de libertad personal que resulte inviolable, sin el cual cualquier tipo de búsqueda de libertad mayor es imposible. Esta idea se traduce, en la práctica, en el establecimiento de una separación clara entre las esferas pública y privada.
«Una persona en estado de pobreza extrema puede que valore más un plato de comida o una dosis de medicina que la libertad, pero al final del día su libertad no es un tipo de libertad distinta a la de una persona privilegiada, sino que son idénticas.»
Hasta este punto, hemos hablado de libertad en su acepción individual. Esta noción no ha sido una constante histórica y no falta quien plantee que no es la necesidad más imperiosa para muchos. Por ejemplo, una persona en estado de pobreza extrema puede que valore más un plato de comida o una dosis de medicina que la libertad, pero al final del día su libertad no es un tipo de libertad distinta a la de una persona privilegiada, sino que una y otra son idénticas. Esto es consistente con la crítica liberal que propone una “igualdad de libertad” que lleva a la aceptación de que la libertad debe, en ocasiones, limitarse para asegurar la libertad de los demás, lo que para Berlin resulta un compromiso práctico. Sabemos de la oposición inequívoca de pensadores como Mill a esta idea, cuando advierten que una civilización no puede avanzar sin una libertad ilimitada que considera sagrada, y cuya violación redundaría en la mediocridad colectiva. Berlin, en desacuerdo, replica que cierta coerción para limitar la libertad puede prevenir males mayores, señalando que la libertad ilimitada no es incompatible con ciertos tipos de autocracia, lo cual alejaría la noción de libertad de su, aparentemente, inseparable idea de democracia.
Sobre la libertad positiva seremos más breves. Aquí, en lugar de preguntarnos cuál es el ámbito y el grado de libertad del individuo, nos preguntamos cuál, o quién, es la fuente de control que determina que alguien haga, o sea, esto en lugar de lo otro. El aspecto “positivo” de esta idea tiene que ver con el deseo de autodeterminación del individuo, y entra en conflicto directo con la noción de libertad negativa, que presentamos previamente. Para los críticos más fervientes, esta noción es, a menudo, no más que un disfraz para la tiranía.
Volvamos a un tema crucial en esta conversación, sobre si el sujeto de la libertad es el individuo o un colectivo. Cuando, desde las tarimas de los mítines, los líderes gritan que “¡Venezuela es libre!”, ¿A qué se refieren? ¿A quiénes se refieren? Cuando Martin Luther King expresaba “¡Seremos libres!”, ¿Quién es ese “seremos”? y ¿De qué manera se inscribe en el debate anterior?
Estas referencias a la libertad son, al contrario de las iniciales, esencialmente colectivas, no individuales. Cuando King expresa “nacimos libres ante Dios”, el nacimos se refiere a una colectividad: el afroamericano. Sin embargo, la libertad no está sola en su lista de demandas, ya que el pionero de los derechos civiles llama a “trabajar abiertamente por la justicia y la libertad”. Más aun, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz, además de llamar a la “libertad del espíritu”, el mítico activista aspira a que las personas puedan tener “tres comidas al día para sus cuerpos, educación y cultura para sus mentes, y dignidad e igualdad”. De nuevo, valores que a menudo entran en conflicto con la libertad van de la mano con mayores libertades, en una dinámica complementaria que va al centro de nuestro punto inicial.
“Tengo un sueño que algún día, incluso el estado de Mississippi… será transformado en un oasis de libertad y justicia”
En su famoso discurso “Yo tengo un sueño”, King visualiza un “otoño vigorizante de libertad e igualdad”. Libertad e igualdad, no libertad o igualdad. Esto refuerza la idea de que la libertad no puede ser ilimitada o egoísta, y ve un maridaje resuelto, no un divorcio, entre los valores de libertad e igualdad, que son frecuentemente presentados como antagónicos en la literatura. Hacia el final de su discurso, insiste: “Tengo un sueño que algún día, incluso el estado de Mississippi… será transformado en un oasis de libertad y justicia”. Libertad y justicia.
Sí, la libertad entra en conflicto con otros fines sociales, como la igualdad y la justicia. No cabe duda de que la libertad ilimitada de una minoría puede perjudicar las libertades de las mayorías y convertirse en opresión. Y aunque Berlín advierte sobre la creencia en una falsa “solución final” que armonice los intereses sociales, es cuando dice que la posibilidad de conflicto nunca puede eliminarse de la vida humana que encontramos la respuesta verdadera a nuestra pregunta inicial.
En este sentido, compartimos con Berlin que el respeto por los principios de la justicia es tan básico en el hombre como su deseo de libertad, y la presencia de esa doble aspiración en, por ejemplo, las demandas colectivas de Martin Luther King, nos invita a pensar que un compromiso es posible y que la libertad, la igualdad y la justicia son compatibles al representar, todas, un bien en sí mismas.
Reflexionando sobre lo anterior, estamos convencidos de que la complementariedad entre estos valores políticos existe, y lo hace en la validez de las demandas simultaneas por mayor libertad, mayor justicia y mayor igualdad. Particularmente, esa complementariedad existe en un ámbito específico: el de la política, y en un sistema específico: el sistema democrático.
«Es la política democrática el terreno en el que podemos luchar por una libertad incluyente que no sea el privilegio de los ricos, dejando a los pobres a “ser libres para vivir debajo de un puente”»
Nuestra posición es que, precisamente porque el conflicto es inherente a la vida humana, la política es la arena para la consecución simultánea de la libertad y la justicia. Es la política, particularmente la política democrática, el terreno en el que podemos luchar por una libertad incluyente que no sea el privilegio de los ricos, dejando a los pobres a “ser libres para vivir debajo de un puente”. Es enteramente posible, en este sentido, trabajar abiertamente, y al mismo tiempo, por la libertad y la justicia.
Solo en una sociedad libre pueden las personas alcanzar su potencial y aspirar a la igualdad y la justicia. Pero solamente una sociedad justa puede considerarse realmente libre. En este sentido, la dinámica de la libertad actúa como la de un círculo virtuoso, cuando se encuentra presente, y como un círculo vicioso, en su ausencia.
En su más célebre discurso, Martin Luther King hablaba de cumplir las promesas de la democracia. Esas promesas implican un compromiso irreductible con la libertad, tanto individual como colectiva. Pero la democracia es un cascarón vacío si no se esfuerza también por la igualdad y la justicia. Es por eso que podemos concluir, luego de estas consideraciones, que la libertad entra inevitablemente en conflicto con otros valores, como la justicia y la igualdad, pero que estos valores contribuyen a la promoción de otros fines preciados para la humanidad, como la justicia y la igualdad que, sin libertad, son también cascarones vacíos que dejan sociedades que no son ni justas, ni iguales, ni libres.
Referencias
Berlin, I. (1958). “Two Concepts of Liberty”. In Isaiah Berlin (1969) Four Essays on Liberty. Oxford: Oxford University Press.
King, M.L. (1986). A Testament of Hope. The Essential Writings of Martin Luther King, Jr. San Francisco: Harper San Francisco.