La política, como bien nos enseña Hannah Arendt (1997), es la forma como los hombres se organizan en su diversidad para lograr un fin superior y vivir en libertad. Es la acción conjunta de los hombres al tomar determinado camino en el acontecer político la que definen los hechos.

La democracia es sin lugar a dudas el mejor sistema para la convivencia ciudadana, para vivir en libertad, pero vale destacar que no es perfecto más sí perfectible, para que ello ocurra es de vital importancia las conductas y valores democráticos dentro de la sociedad y que son indispensables para la fortaleza del sistema; estos aspectos que dependen del comportamiento de la gente, trascienden a las instituciones formales de la democracia y garantizan en el tiempo que el sistema democrático se consolide.

Para reflexionar tomaremos como un aspecto de reflexión la noción de lealtad como un valor fundamental para el sistema democrático, que fue analizada por Juan Linz en La quiebra de las democracias (1996) y que lleva a la necesidad de profundizar el concepto y su impacto, porque esto se refiere a la conducta de las personas que actúan en el ejercicio de la política, los liderazgos como variable importante de sostenimiento del sistema. Dicho concepto debe ser entendido como apego a la normativa legal y valores que sustentan al sistema democrático, como un mínimo referente.

El presente trabajo analiza las acciones en la democracia desde el punto de vista de la lealtad al sistema, porque en la competencia de los actores en el sistema político, es posible pensar que debería aflorar un valor superior, lealtad a la democracia, que permitiera dirimir cualquier controversia, cualquier duda, porque en conflictos inevitables en los cuales se tenga que decidir entre obligaciones y lealtades a personas o grupos, es fundamental que los valores, cultura e instituciones democráticas se antepongan a cualquier interés particular, ésta debería ser el faro que alumbre el camino de la resolución de conflictos.

«…la lealtad a la democracias debe privar por encima de motivaciones circunstanciales, éste concepto serviría como un factor de cohesión.»

El preservar, defender y respetar la institucionalidad democrática y lograr una mayor eficacia y efectividad del sistema, en función del bienestar colectivo y de la consolidación del sistema democrático debería privar sobre intereses personales, partidistas o coyunturales. En las democracias en general y más aún en las jóvenes democracias, debe ser preferible renunciar a una ganancia de corto plazo, de intereses de grupos o personas, pensando en el mayor beneficio para el país, la lealtad a la democracias debe privar por encima de motivaciones circunstanciales, éste concepto serviría como un factor de cohesión.

Por otra parte las actitudes favorables o de apoyo al régimen democrático son independientes de los problemas económicos o las críticas frente a los gobernantes; es decir, que los ciudadanos sepan diferenciar y reconocer las ventajas de la democracia, independientemente de las deficiencias que en un momento dado puedan tener uno o varios gobiernos, y que la mayoría de la población esté siempre a favor de solucionar dichas deficiencias dentro de la institucionalidad democrática, logrando así la perfectibilidad de la democracia.

Es fundamental para el desarrollo de la democracia que todos los miembros de la sociedad, el liderazgo en general y el político en particular, hayan interiorizado los valores democráticos; es decir, deben estar persuadidos de que la solución de los conflictos, contradicciones, divergencias, etc., entre sus miembros, solamente pueden ser resueltos de acuerdo con las normas de convivencia democrática, sin que ninguno de ellos piense siquiera en tomar el poder por asalto para lograr cambiar la situación. Por el contrario, es primordial que se respete el uso de la negociación, la tolerancia, esperar a que el juego electoral permita cambiar las condiciones, ofreciendo posibilidades de solución a los problemas dentro de la alternabilidad democrática. Estos elementos fortalecen el sistema político.

En particular es importante la actuación frente a la violencia social que toda situación de problemas insolubles produce, cuyos efectos se sienten en la vida cotidiana de la población, como por ejemplo, la seguridad personal que es amenazada por el crimen, el alto costo de la vida, el desempleo, etc. Esta situación genera violencia social, sobre todo en los sectores de más bajos recursos, que debe ser resuelta para evitar, a la larga, el descrédito del sistema político. Es por ello que el menoscabo del desempeño del sistema lleva a la pérdida del poder. [1]

Lealtades y deslealtades en la democracia

Para comenzar es importante señalar que este punto reviste particular significación sobre todo cuando analizamos democracias con muchos problemas sociales e insuficiente desarrollo de la cultura política.  Según Linz (1996), otro aspecto que se debe garantizar en la consolidación de la democracia, se refiere a las características de la oposición. Estas son definidas por el autor como leal, semileal y desleal, y que analizaremos a continuación.

Vale destacar que el concepto de lealtad está referido a los valores éticos que sustentan la democracia y que deben ser compartidos por todos los actores, tanto del gobierno como de la oposición, para que el juego democrático pueda fluir sin brusquedades o sobresaltos, permitiendo así su proceso de consolidación. La lealtad debe estar dirigida a los intereses nacionales y públicos, no a  los clanes, facciones o grupos de amigos.

«…es el valor democrático que está por encima de intereses personales o circunstanciales, y que en momentos de crisis debe orientar las acciones de los líderes»

Por encima de todo hay que entender que la oposición es consustancial a la democracia, ya que en ella existen distintos individuos o grupos con diferentes intereses que compiten por la alternancia en el ejercicio del poder. Como  se sabe, los actores políticos compiten por la toma del poder[2] lo que permite en el proceso deliberativo que las partes rivalicen con su mejor argumento –o proyecto– en las respuestas y soluciones que presentan a las demandas de la población, dando así la posibilidad de la alternabilidad de los cargos dentro del gobierno y la elección voluntaria de los ciudadanos para ser gobernados dentro de las alternativas que se ofrecen, pero los que compiten deben actuar de acuerdo con las normas, evitando cualquier conducta que sea desleal con la democracia; es decir, sus comportamientos deben afianzar los valores democráticos.

Cabe enfatizar que la lealtad se debe al sistema político y no a un personaje, grupo o partido político; es el valor democrático que está por encima de intereses personales o circunstanciales, y que en momentos de crisis debe orientar las acciones de los líderes, preservando la democracia y el interés público por encima de cualquier provecho personal o grupal. Como lo expresa Samuel Huntington:

…el interés público no es algo que exista a priori en la ley natural o en la voluntad del pueblo. Tampoco es simplemente cualquier cosa que resulte del proceso político. Es más bien todo aquello que fortalece las instituciones gubernamentales. El interés público es el de las instituciones públicas. Es algo creado y engendrado por la institucionalización de las organizaciones de gobierno… (Huntington, 1970, pp. 33)

En otro orden de ideas, tienen así mismo particular importancia también los valores y la cultura democrática de la oposición. En el sistema político seguramente ocurrirán crisis, cuya solución dependerá de cómo gobierno y oposición manejen los conflictos. En el juego democrático, la armónica convivencia de las diferentes fuerzas políticas es determinante porque  “…Las perspectivas de una democracia estable en un país se ven potenciadas si sus ciudadanos y líderes defienden con fuerza las ideas, valores y prácticas democráticas…” (Dahl, 1999, pp. 178)

Entonces, debe entenderse lealtad como la fidelidad a los valores y prácticas de la cultura democrática. Independientemente de otros conceptos críticos sobre la lealtad, aquí utilizaremos la caracterización de Linz (1996), quien señala que deberá entenderse por fuerzas leales al régimen democrático aquellas que tengan:

  • Compromiso de usar sólo los medios electorales para la renovación del Gobierno y la voluntad de entregarlo a otros participantes igualmente comprometidos con la democracia.
  • Rechazo total al uso de la violencia para conservar o alcanzar el poder.
  • Rechazo a apelar a las fuerzas armadas para tomar el poder.
  • Defensa de la democracia dentro del marco constitucional legal, rechazando el uso de la violencia para mantener el poder por más tiempo, o acabar con la oposición, incluso con la desleal.
  • Compromiso a participar en el proceso político, las elecciones y el congreso sin ninguna otra condición que la de mantener las libertades democráticas.
  • Asumir responsabilidades de gobierno cuando sea necesario y en particular en una crisis con el único fin de evitar que se debilite.
  • Voluntad para reunirse con todos aquellos que estén dispuestos a salvar el régimen, aunque no pertenezcan a su grupo ideológico.
  • Rechazo de todo contacto secreto con la oposición desleal.
  • Denuncia ante el gobierno de las actividades de las fuerzas desleales o de las fuerzas armadas tendientes a derrocar el gobierno legítimo.
  • Compromiso con la definición del papel político de los poderes neutrales para asegurar el proceso político democrático, limitando el papel de actores tales como presidentes, judicatura y fuerzas armadas.

Por su parte, la oposición semileal es aquella que por una u otra razón cuestiona la autoridad del Estado pudiendo, aún sin saberlo, emplear los mecanismos de la democracia como forma de deslegitimación del sistema. Situaciones como conspiraciones y golpes militares, posiblemente serán promovidas por fuerzas semileales para justificar sus críticas a un gobierno o partido y posicionarse en el escenario político como alternativa electoral, aprovechando la coyuntura para intereses personales o partidistas, en desmedro del interés nacional.

En el ejercicio de la democracia, si bien la denuncia es necesaria y  consustancial a ella, es particularmente delicado el uso que una oposición semileal puede hacer de los escándalos públicos como la corrupción, la difamación constante de los partidos y líderes políticos del sistema, porque si la denuncia o la critica confunde al sistema con los actores, posición ambigua característica de las semilealtades puede poner en peligro al sistema democrático. De allí que hay una gran diferencia entre decir que los partidos políticos son corruptos o señalar que tal o cual personaje de un determinado partido es corrupto presentando las pruebas ante la ley.

«…el riesgo siempre presente en las democracias nuevas, de la tentación de buscar la participación de los militares para derrocar al régimen ante la incapacidad o imposibilidad de combatirlo.»

La institución de partidos políticos es fundamental para la democracia y un mensaje antipartido puede amenazar al sistema. Otra característica de una oposición semileal es también el apoyo a propuestas de partidos presuntamente desleales, y, por supuesto, el riesgo siempre presente en las democracias nuevas, de la tentación de buscar la participación de los militares para derrocar al régimen ante la incapacidad o imposibilidad de combatirlo por la vía democrática.

De acuerdo con lo planteado, el uso de la denuncia por parte de la oposición tendrá implicaciones diferentes dependiendo de la intención de lealtad que ésta tenga, que bien puede ser para mejorar y perfeccionar –se hará conforme a las leyes- o, por el contrario, puede tener el propósito de desprestigiar al contendor o peor aún, al sistema, en beneficio de una corriente desleal con objetivos en el largo plazo.

Desde este punto de vista, el combate de la corrupción política se convierte un instrumento que puede ser utilizado para mejorar la democracia y la rendición de cuentas a las que están obligados los gobiernos, dado el compromiso adquirido en el ejercicio de una función pública y castigando la desviación de las conductas de funcionarios que se pongan al servicios de intereses privados;  pero también, como Linz señala:

Como la corrupción con toda seguridad se hace especialmente visible en la política democrática, la oposición tiene una gran oportunidad para desacreditar como corrompidos no sólo a los líderes (y a sus asociados), sino a todo el partido, y en el caso de la oposición desleal, a todo el sistema (Linz, 1996, pp. 63).

Vale destacar que en sociedades con un alto grado de institucionalización política, las denuncias en materia de corrupción de funcionarios públicos deben venir seguidas del correspondiente proceso de investigación y sanción en el caso de encontrarse pruebas. Lo que ciertamente no debe ocurrir, so pena de afectar la confianza en el sistema, es la impunidad o ausencia de sanción que deje en un limbo las denuncias.

Es preciso recordar que el término de lealtad al sistema democrático no debe confundirse con compadrazgo político, es decir, componendas que permitan hechos indebidos con el supuesto espíritu de salvar la democracia o apoyar sus instituciones, solidaridades automáticas.

«…la oposición desleal es aquella que manifiestamente está en contra del sistema democrático liberal, que objeta la autoridad del Estado…intentando tener un Estado con reglas propias «

Por el contrario, la lealtad debe ser entendida como aquella que preserva los valores de la democracia por encima de intereses partidistas o coyunturales, la que es vigilante del mantenimiento de las formas del quehacer democrático y de la responsabilidad de sus acciones. De allí la importancia del uso del poder que hacen los miembros de los partidos, cuyas actuaciones pueden afectar el prestigio del partido.

Por último, la oposición desleal es aquella que manifiestamente está en contra del sistema democrático liberal, que objeta la autoridad del Estado, como, por ejemplo, los movimientos anarquistas que rechazaban la democracia parlamentaria para realizar una revolución, por demás utópica, o también los grupos violentos extremistas que en nombre de un nacionalismo, o por características culturales, lingüísticas o religiosas, luchan por independencias secesionistas intentando tener un Estado con reglas propias.

El manejo de estas fuerzas desleales y su participación dentro de la democracia es particularmente delicado, porque cuando actúan públicamente bien pueden enviar mensajes antisistema en nombre de una democracia plebiscitaria, cuestionando el concepto de mayoría legítima de la democracia representativa, con mensajes antipartido que en el fondo lo que ocultan es su concepción antidemocrática y absolutista del poder, pero esos mensajes pueden ir calando en la población y crear serios problemas al sistema, sobre todo si pueden usar las deficiencias del mismo para su beneficio, conformando una matriz de opinión antipolítica.

La democracia debe ser entendida como un sistema de vida social, que va más allá de la alternabilidad en el poder que se logra a través de las elecciones; debe orientar las conductas en la cotidianidad, en las pequeñas y grandes decisiones, es responsabilidad del liderazgo en general y del político en particular, que sus acciones trasciendan los procesos electorales, pero deben ser internalizadas por todos los ciudadanos.

 BIBLIOGRAFÍA

Arbós,  X. y  Giner  S. (1996).  La    gobernabilidad.   Ciudadanía  y democracia   en    la encrucijada mundial. Madrid: Siglo XXI  (2a. edición).

Arendt, Hanna. (1997). ¿Qué es la política? Barcelona: Paidós.

Bobbio, N. (1994). Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política. México: Fondo de Cultura Económica

Dahl, R. (1974). La poliarquía. Participación y oposición. Madrid: Guadiana de Publicaciones.

______ (1987). Un prefacio a la teoría democrática. México: Ediciones Gernika.

______ (1993). La democracia y sus críticos. Barcelona: Paidós.

______ (1999). La democracia. Una guía para los ciudadanos. Madrid: Taurus.

Linz, Juan y Stepan, Alfred. (1996). “Hacia la consolidación democrática”.En: La Política. Revistade estudios sobre el Estado y la sociedad (No. 2).Madrid: Paidós Ibérica

 Linz, Juan. (1996). La quiebra de las democracias. (4ta.edición). Madrid: Alianza.

Huntington, Samuel. (1970). El orden político en las sociedades en cambio. Barcelona: Paidós

Rivero, Ángel. (1997). “Representación política y participación”. En: Rafael del Águila (coordinador). Manual de Ciencia Política, Madrid: Trotta, págs. 205-229.

Weber, Max. (1997). El político y el científico.  (17ª reimpresión) Madrid: Alianza.

[1] Se pueden estudiar muchas referencias históricas sobre este problema en el libro de Juan Linz, La quiebra de las democracias (1996, Madrid: Alianza, págs.132-150).

[2] Debe entenderse que: “1) El poder no es una cosa que uno tiene (…) el poder es el resultado de una relación en la que unos obedecen y otros mandan. No es posesión de nadie, sino el resultado de esa relación. 2) Por esa razón, el poder está estrechamente vinculado no sólo ni prioritariamente con la fuerza o la violencia, sino con ideas, creencias y valores que ayudan a la obtención de la obediencia y dotan de autoridad y legitimidad al que manda. 3) Así, aun cuando el miedo al castigo es un componente de todo poder, no es un componente fundamental (…) Es decir, todo poder que aspire a estabilizarse debe contar, además de con la violencia, con un conjunto de creencias que justifiquen su existencia y su funcionamiento (que hagan creer al que obedece en la necesidad, las ventajas, etc., de la obediencia). 4) Los ciudadanos no consideran del mismo modo: a) pagar impuestos, (…) b) ser asaltado por un ladrón (…) La diferencia entre a) y b) está en que los que ordenan en el primer caso son considerados autoridades legitimadas para exigirnos obediencia (…) 5) Para apreciar cómo se ordena, se concentra o se dispersa el poder en un sistema político concreto no es suficiente el estudio de sus leyes …” ( a Del Águila, 1997: 23)

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