Hace una semana comenzaron las elecciones parlamentarias y regionales en Rusia, teniendo una extensión hasta el domingo. Los comicios tuvieron inicio en condiciones no ideales, empezando por el previo bloqueo en redes del voto inteligente, siendo esta una iniciativa del político opositor encarcelado, Alexei Navalny, para unir fuerzas entre la oposición y debilitar el partido de Vladimir Putin. Además, el Gobierno clasificó como extremista la Fundación para la Lucha contra la Corrupción bajo la cual se organizaban parte de los candidatos opositores, y se restringió la postulación de algunos de ellos.
De entrada la oposición advirtió que las posibilidades de fraudes eran mayores que nunca con la implementación de votos digitales y la ausencia de observadores independientes. A su vez, tomando en cuenta que sólo el 27.5% de los ciudadanos rusos se han vacunado y para julio de este año se habían reportado más de 350.000 muertos por covid-19, también se esperaba una abstención importante que podría ser utilizada a favor del Gobierno.
El lunes de esta semana, surgieron múltiples denuncias por parte de la oposición respecto a irregularidades en el llenado de las urnas, la postergación de los resultados de las votaciones online, y la Comisión Europea añadió que se habían realizado las elecciones bajo una “atmósfera de intimidación” hacia las voces críticas e independientes. Los resultados publicados por el Gobierno apuntaron a una victoria abrumadora por parte del partido de Putin, Rusia Unida, obteniendo el 49.76% de los votos, accediendo a 324 escaños de 450 de la cámara baja de la Asamblea Federal del país, controlando el Poder Legislativo con mayoría cualificada. La oposición ha optado por convocar manifestaciones con el fin de impugnar los resultados de estas elecciones calificando los mismos como ilegales.
La participación democrática en un régimen autoritario
Las elecciones como medios de legitimación para regímenes autoritarios no es una estrategia creada por el régimen ruso ni mucho menos de este año, sin embargo, muestra una vez más cómo las elecciones sin garantías, condiciones justas y mecanismos de supervisión por parte de agentes externos al Gobierno conllevan en un primer lugar a la consolidación del régimen gobernante.
Esta es una situación por la que está pasando no solamente Rusia, sino también la antigua colonia británica, Hong Kong, y Venezuela, por lo que resulta actual y urgente la necesidad de cuestionar el rol de las elecciones bajo condiciones autoritarias. Se puede argumentar que la participación y la movilización de la sociedad civil es necesaria sin importar las condiciones para lograr transiciones democráticas, generar presión hacia el régimen que detenta el poder o hasta ganar espacios dentro de las instituciones estatales con la aspiración de impulsar cambios desde los mismos.
No obstante, ninguna de estas ventajas han podido reflejar una mejora en los niveles democráticos de países como Rusia, Cuba y más recientemente Venezuela. Por el contrario, cada comicio ha representado una nueva oportunidad para que el Gobierno renueve la “legitimidad” de origen de sus gestiones, generando espacios difusos en los que se pueden construir defensas que parten desde la “voluntad general” expresada en el voto, hasta la defensa de la soberanía del país ante críticas de la comunidad internacional.
Si bien la participación ciudadana representa la base para una democracia estable con instituciones sólidas, esta no siempre tendrá consecuencias positivas, puesto que prácticas aparentemente democráticas pueden tener lugar bajo gobiernos autoritarios en regímenes híbridos, permitiendo que estos puedan fortalecerse, violando derechos y libertades pero manteniendo límites que no amenacen la gobernabilidad del país.
Ahora bien, el dilema de participar en elecciones bajo condiciones autoritarias no se reduce a una pregunta cerrada, sino que presenta una situación sumamente compleja en la que la oposición debe articular sus esfuerzos de forma que se pueda obtener el mejor resultado posible en función a la democracia del país. El caso de Rusia frente a las elecciones legislativas de este año evidencia un reto contemporáneo que están enfrentando países en distintas regiones del mundo.
Las elecciones son las fuentes de legitimación de todo Gobierno y hasta de la vida política de los ciudadanos, siendo así fundamentales, sin embargo, dejan de serlo cuando no hay transparencia, confianza en los procesos, pluralidad, competitividad, garantías y mecanismos eficientes de evaluación en manos de la sociedad civil. La periodicidad de las elecciones no determina el nivel democrático de un país, sino la protección del voto bajo las condiciones antes mencionadas, por lo que es labor de los partidos políticos, de los ciudadanos y del Gobierno velar por la garantía de estos requisitos mínimos, pues sin las mismas carece de sentido participar en cualquier tipo de elección.
Lee más al respecto sobre este tema en: