Las realidades políticas de cada país no pueden ser analizadas dejando a un lado su contexto y herencia histórica, ya que si no se toman en cuenta dichos aspectos crece la posibilidad de, por medio del reduccionismo, concluir ciertas afirmaciones o apreciaciones incorrectas. En la actualidad partimos de estándares globales de libertades, valores democráticos e instituciones sólidas, he ahí el hecho de que a partir del modelo estadounidense o alemán se califique a los regímenes de otros países como autoritarios o liberales, soslayando la cultura y contexto que condicionan de manera importante dichos caracteres que codifican la particularidad de cada Estado.
Se nos presenta un mundo sumamente interconectado, el globalismo como tendencia incontrolable, para algunos aspecto intrínseco de la evolución del siglo XXI, está influenciando el lente por medio del cual se dilucida la naturaleza de un objeto de estudio. En medida que más líderes globales de naciones “reconocidas” asuman una postura determinada, entonces dicha posición será la correcta para los medios internacionales, lo cual será naturalmente en detrimento de la otra parte de la historia.
El caso húngaro no es la excepción, se encuentra codificado por una serie de condiciones que dificultan la aproximación a su realidad, comenzando porque es uno de los pocos países no indoeuropeos de la Unión Europea. De este modo, ante políticas globalistas, surge el rechazo de propuestas nacionalistas y conservadoras, como es el caso de Viktor Orbán, ya que puede atentar contra los intereses de la comunidad europea. Es sencillo, que ante la posición que mencioné anteriormente de apoyo y respaldo de los medios de comunicación se pueda apuntar y presionar propuestas que no le agraden a las grandes partes, tal y como sucede actualmente con la comunidad europea y la nación magiar.
La Hungría histórica.
Antes de analizar la constitución húngara y el perfil de Orbán, primero es necesario saber que el territorio de la actual Hungría ha sido disputado desde los inicios de la civilización occidental, siendo parte del Imperio romano de Oriente, participando en los conflictos entre bizantinos y búlgaros, hasta la llegada de los magiares. La llegada de este grupo étnico es de suma importancia, ya que con ellos se encontraba su líder, Vajk, quien siendo pagano decidió implementar el cristianismo en sus dominios, pasando a llamarse Esteban I.
La cristianización del territorio determinó su estabilidad y control durante mucho tiempo, ya que se contaba con el respaldo y apoyo de la Iglesia, de manera de que los húngaros llegaron a involucrarse hasta en las Cruzadas, defendiendo fielmente su creencia y naciendo el concepto de la nación magiar, futura Hungría, como un reino cristiano. Sin embargo, los cambios geopolíticos en Europa fueron muchos durante el milenio pasado, por lo que no pasaría mucho tiempo para que Hungría cayera bajo la dominación de un nuevo imperio.
En 1848, explota la revolución nacionalista y cristiana por parte de los magiares, pero fracasa, conllevando a la germanización forzosa del pueblo. La guerra austro-prusiana tendría inicio 22 años después, causando como resultado el nacimiento del Imperio austrohúngaro. Pasando al siguiente siglo, con la derrota del imperio en el marco de la Primera Guerra Mundial, Hungría proclama su independencia y pierde más de la mitad de su territorio. En el marco de la Segunda Guerra Mundial, la nación húngara respalda por un período a Hitler, con su derrota, los soviéticos invadieron Hungría en los años 1944 y 1945 durante el Silio de Budapest.
Finalmente se funda la República Popular de Hungría en 1949 bajo el régimen soviético, causando la Revolución húngara de 1956. Según el historiador e investigador húngaro Miklós Cseszneky[1] esto representó uno de los episodios más grandes y trágicos en la historia de la nación, siendo fuente de inspiración para los movimientos anti-soviéticos y nacionalistas. Viktor Orbán no fue la excepción, en 1988 funda el Fidesz como una organización juvenil de estudiantes, luego se convertiría en el actual partido nacionalista y conservador, y el 16 de junio de 1989 figuraría por primera vez en la palestra pública al pronunciar un discurso en la Plaza de los Héroes de Budapest durante el homenaje para los resistentes de la revolución de 1956; en 1990 fue electo como miembro del Parlamento, siendo parte del cuerpo legislativo durante la caída de la Unión Soviética y la construcción de la nueva Hungría independiente.
El perfil de Viktor Orbán y su propuesta.
Luego de presentar sucintamente los aspectos históricos a considerar, ahora será posible analizar el rol del actual primer ministro en el marco de dicho contexto. Viktor Orbán se autodefine como un político conservador y nacionalista con valores arraigados en el cristianismo, de modo que señala que representa los intereses de los húngaros, y luego de revisar la historia de Hungría y su tendencia nacionalista y conservadora, pareciera que no miente al vincularse con la voluntad general de su pueblo.
Actualmente, el primer ministro húngaro es catalogado como autoritario, a veces hasta como líder del primer régimen de naturaleza dictatorial en la presente Unión Europea, también como antidemócrata, por lo que es necesario hacer referencia al apoyo que ha recibido por parte de la población para dilucidar si existe o no legitimidad popular. Por su parte, Orbán ocupa el cargo de primer ministro por primera vez en 1998, ganando la elección con el 42% de los votos, en el 2010 vuelve a dicho puesto respaldado por el 52.73% de los votantes, para luego ser reelecto en el 2014 con el 44.8% de los votos, y continuando a su cuarto período en el 2018 con el 48.9% del escrutinio.
Los principales críticos hacia sus políticas y su forma de pensar lo califican de xenófobo, intolerante y hasta homofóbico, basándose en su anti-multiculturalismo y la protección de la familia. El argumento de Orbán no es expulsar a las personas que pertenezcan a otras culturas o religiones del país, sino evitar sociedades paralelas, es decir, territorios donde cada cultura forme su propia sociedad, normas y códigos morales, lo cual puede ocasionar una gran cantidad de conflictos entre los húngaros nacionales y tradicionales frente a la inmigración constante que ha determinado el desarrollo de casi toda Europa bajo el marco del Tratado de Schengen.
De este modo, la propuesta de Orbán está dirigida a establecer como marco normativo e institucional la cultura húngara, sin negar aquellas que puedan ser distintas, pero determinando bajo cuál se regirán todas las otras normas dentro de su sociedad. No se trata de no admitir a los musulmanes, se trata de que si por normativa, los bancos no permiten el ingreso de personas con la cara cubierta, entonces evitar disputas sobre si las burkas deben o no ser permitidas por “respeto” a su cultura.
A su vez, el primer ministro señala que de esta forma también se puede evitar el surgimiento de verdaderos movimientos racistas, extremistas y hasta terroristas, ya que si se obliga a los húngaros a aceptar y adaptarse a otras culturas, en su marco histórico, podrían adoptar estas posiciones contraproducentes. Esto se puede evidenciar en los crecientes movimientos de esta naturaleza en Alemania, que si bien ha tenido una política más abierta hacia otras culturas, ha sufrido en los últimos años el crecimiento de grupos racistas y extremistas en su sociedad.
En cuanto a la discriminación, la opinión pública se basa en el proteccionismo familiar de Orbán, en el cual defiende el matrimonio entre el hombre y la mujer nada más, y la vida del no nacido, como bases tradicionales del mismo cristianismo. Este es un aspecto medular que siempre ha estado presente en la cultura húngara, y que el primer ministro, bajo el concepto de la soberanía nacional puede llegar a defender y mantener, reflejándose hasta en la nueva Carta Magna del 2011.
De este modo, Orbán señala que él como representante de los intereses de su pueblo es una minoría en el marco de la Unión Europea, por lo cual él supone un oponente ideológico que los otros países naturalmente tenderán a atacar. Si se examina, este es el juego básico de la política, la lucha constante para detentar el poder e imponer un grupo de ideas sobre otras, si bien los líderes de muchas naciones europeas critican la posible intolerancia del líder húngaro, dichos miembros podrían estar siendo intolerantes con los intereses de su nación.
Observaciones de la Constitución del 2011 y sus consecuencias en el 2020.
Al ganar las elecciones del 2010, Viktor Orbán comienza a desarrollar el proyecto de una nueva Carta Magna, que sería aprobada el 18 de abril del 2011 para entrar en vigencia el 1 de enero del 2012. Como todo cambio o reforma constitucional, fue sumamente importante y marcó de manera significativa el planteamiento del cuadro normativo de la ahora Hungría, suprimiendo el carácter de república en su nombre.
En el preámbulo de la Constitución[2], se exalta la herencia de San Esteban, el líder magiar de la Hungría histórica, los esfuerzos de la revolución de 1956 y la importancia de la cristiandad para la nación, junto con su cultura y lenguaje único. Este es uno de los principales puntos de discusión, ya que se suele argumentar que se rechaza la presencia de cualquier otra cultura, lo cual es falso, ya que en el mismo preámbulo se señala que además de promover la herencia húngara, también se protegerán las lenguas y culturas de las distintas nacionalidades que se encuentran en el país. De hecho, textualmente un punto afirma “respetamos la libertad y cultura de otras naciones, y debemos esforzarnos por trabajar con cada uno de los países del mundo”.
Otro gran punto de crítica es que en esta parte de la constitución se afirma que el Estado respalda el derecho a la vida basado en la dignidad humana, al igual que se expresa que la familia será el marco de trabajo para toda la nación. Este argumento está basado en un modelo de democracia cristiana, cuyos ideales filosóficos están fundamentados en el pensamiento de Jacques Maritain y Emmanuel Mounier. Esta filosofía expone que la persona humana está compuesta por su individualidad y su voluntad manifestada por su espíritu, por lo que se dignifica al hombre en medida en que se permite desarrollar estas dos partes como potenciales de la naturaleza humana[3]. Si se considera que esta teoría filosófica es muy confesional y discrimina otros cultos, más la libertad de las personas -de por ejemplo abortar-, entonces habría que criticar con el mismo fervor la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya que se basan en la misma corriente filosófica sobre la dignidad de la persona humana.
El 5 de julio del 2011 el Parlamento Europeo exigió una revisión sobre ciertos aspectos de la Constitución magiar, ya que podrían amenazar a los valores europeos, y hay que hacer énfasis en ello, en ningún momento se cuestiona que dicha legislación pueda afectar a los valores húngaros. La principal preocupación es la intolerancia y argumentos religiosos ya señalados anteriormente, que en realidad se vinculan con sus raíces históricas. Sin embargo, surge un punto sumamente importante, la crítica a las leyes cardinales, las cuales consisten en decretos que pueden llevarse a cabo sin consulta constitucional siempre y cuando se cuente con una mayoría calificada, es decir, dos tercios del Parlamento.
A simple vista este poder podría ser tomado como una amenaza para la democracia húngara, ya que en medida que se consiga esta mayoría especial, los límites constitucionales se vuelven tenues y surgen miríadas de oportunidades autoritarias. A pesar de que el primer ministro ha contado con dicha condición en sus últimos tres mandatos, no es sino el 30 de marzo del 2020 cuando surge la primera alarma para los medios internacionales, al usarla en el marco de la pandemia para aprobar una ley que le permite gobernar por decreto bajo el estado de emergencia a causa de la propagación del coronavirus.
Esta nueva legislación permite a Orbán bloquear o suspender leyes que interfieran con el marco de maniobrabilidad para gestionar la crisis actual, incluyendo medidas como la censura de medios que propaguen noticias falsas y el posible encarcelamiento de sus responsables. Es evidente la magnitud que tiene esta ley, y que representa una herramienta que sería sumamente homogénea con un régimen autoritario, sin embargo, no se podría catalogar de esta manera a Orbán hasta que actúe en tales términos, cosa que tres meses después de su aprobación no ha pasado. Además, la libertad de prensa fue otro tema de preocupación con la propuesta de la nueva Carta Magna por el numeral 3 del artículo IX, donde se establece que las normas y posibles medidas de supervisión de los medios deberán ser regulados por ley cardinal, tal como está pasando actualmente, sin embargo, en el numeral 1 y 2 se asume que todas las personas tienen derecho a expresar su opinión y el Estado defenderá la emisión de la prensa en virtud de la formación democrática de la opinión pública, por lo que no sería adecuado juzgar la libertad de expresión por el tercer numeral de este artículo de la Constitución sin tomar en cuenta los primeros dos.
El autoritarismo competitivo en lugar de la democracia liberal frente al globalismo.
Fuente: Politico, por Oliver Schopf (2018).
Luego de estudiar la historia de Hungría se puede entender su tendencia nacional y conservadora, la victoria de Viktor Orbán en 4 ocasiones y hasta la Constitución del 2011, sin embargo, ante la presión de líderes europeos que defienden la democracia liberal a través de la globalización, el primer ministro se ha inclinado por afirmar que ante dichos modelos es preferible un autoritarismo competitivo, ciertamente una declaración sumamente preocupante.
Por su parte, Orbán ha señalado que observa mayor éxito en sistemas políticos como el de Turquía, Rusia y China, siendo todos casos iliberales en donde se socavan constantemente las libertades y derechos de sus ciudadanos. Haciendo la salvedad de que esto no implica el respaldo del régimen de Xi Jinping, Vladimir Putin o Recep Erdogan, diferenciando sistema político con la forma de gobierno.
Ante este argumento de Orbán es difícil hacer un análisis detallado, ya que es una afirmación propia que solamente ha respaldado en relación al globalismo, pero sin dudas es un gran foco de críticas de manera justificada. La adopción de valores nacionalistas y conservadores no deben ser necesariamente practicados bajo un “autoritarismo competitivo”, por lo que este es un punto importante y alarmante que se debe revisar detalladamente en la línea discursiva del primer ministro húngaro, no su posición anti-multiculturalista, conservadora, cristiana y nacionalista.
Observaciones finales.
Partiendo de la dificultad que supone el globalismo, el nacionalismo de Orbán es una alternativa sumamente viable. El historiador israelí, Yuval Noah Harari, señala que la elección de un modelo u otro depende de dos decisiones, globalizar la política, en el caso de Hungría empezando por llevarla al nivel de la Unión Europea, o se puede nacionalizar la economía. El segundo caso es totalmente viable, porque depende del poder nacional, mientras que el primero es utópico, ya que para globalizar la política cada Estado del mundo debe ceder en igual proporción soberanía y tomar el compromiso con igual responsabilidad, lo cual, ante los intereses geopolíticos y conflictos internacionales actuales, es imposible. En palabras del sociólogo italiano Antonio Gramsci, no es más que una utopía concreta a la que se aferran los países globalistas, trabajando por una meta que potencialmente podría ser alcanzada, sin embargo, para efectos actuales no es más que un espejismo movilizador[4].
A lo largo de este artículo se han desarrollado de manera muy sucinta aspectos de vital importancia para examinar el caso húngaro y su propuesta actual, por lo que finalmente se hará una serie de acotaciones sobre las condiciones de las instituciones húngaras en comparación con las de otros países con el fin de iluminar la situación de Hungría frente a casos más conocidos.
Para este proceso comparativo se partirá de los datos e información proporcionada por el Instituto Varieties of Democracy (V-Dem)[5] de la Universidad de Gotemburgo al ser una fuente sólida para analizar la democracia húngara. Primeramente, la educación es un pilar fundamental para toda democracia, el académico británico David Runciman señala en su libro How Democracy Ends [6] que en medida que la población está mayormente educada, las instituciones son más sólidas y el voto adquiere un mayor significado, ya que los electores están más cerca -en formación o educación- de sus candidatos a elegir, por lo que tienen mayor conciencia de su poder.
El V-Dem señala que la población húngara mayor de 15 años tiene en promedio más de 11 años de educación, siendo en Estados Unidos más de 13 años, por lo que la brecha no es muy grande. Sin embargo, según el instituto, la equidad en la educación es mayor en el caso húngaro, y ambos países cuentan con el mismo puntaje en libertad académica, de manera que dicho espacio no se encuentra vulnerado. Se hace referencia a la formación y educación de sus ciudadanos porque con ello tenemos un panorama más completo sobre quiénes son los electores y ciudadanos que componen su sociedad, por lo que su nivel de educación presupone un mayor impedimento para la implantación de un régimen autoritario.
Otro índice sumamente importante, y bajo el cual podría concentrarse la crítica hacía el gobierno de Orbán es la institucionalización de su democracia, ya que las observaciones y comentarios alarmantes por parte de la Unión Europea, medios internacionales y distintos líderes mundiales resaltan la socavación de las instituciones democráticas y el crecimiento del ideal nacional en detrimento de la estructura liberal. Si se compara Hungría con dos casos, Estados Unidos y China, polos democráticamente opuestos, bajo el indicador de democracia institucionalizada del V-Dem se puede obtener resultados aún más interesantes.
Por un lado, la nación americana, el modelo ideal a seguir desde el siglo XIX hasta probablemente la actualidad, en un intervalo de 0 a 1, cuenta con un puntaje de 0.8. Por otro lado, uno de los regímenes más cercanos al totalitarismo y la restricción de libertades en la actualidad, China, de manera clara y evidente cuenta con un puntaje de 0. Se parte de esta comparación para clarificar lo -posiblemente- acertado de dicha clasificación, y procediendo al caso húngaro, su puntuación es de 1, siendo igual que la de países como Alemania y Suiza, y superior a otros como Francia, Bélgica y el Reino Unido.
La propuesta de Hungría con Viktor Orbán a la cabeza no representa innegablemente un régimen autoritario en ascenso, se pudo evidenciar por la descomposición de ciertos aspectos históricos y culturales del pueblo húngaro frente a las críticas de sus detractores. Se examinaron distintas características de la historia, política y acciones del actual primer ministro sin darle valoraciones éticas o morales para no realizar ningún basamento subjetivo, por lo que no se puede negar la herencia cultural presente en Hungría y el mandato de Viktor Orbán como consecuencia de la misma. Finalmente, la intención de este artículo no es determinar el futuro del país, ni explicar la totalidad de la realidad política húngara ya que sería digno de al menos una tesis doctoral, sino establecer claros y oscuros que han sido soslayados por la intrínseca dificultad que representa entender el caso húngaro, y que no permiten entender de la manera más acertada su panorama y actores políticos.
[1] Cseszneky, M & Fernández, S. (2017). Hungría y la construcción histórica de la identidad. Del lenguaje al discurso. La Razón Histórica, N°3, (p.1-32).
[2] Constitute Project. (2020). Hungary’s Constitution of 2011.
[3] López, M. (2014). La antropología de Jacques Maritain: problemas y virtualidades de la distinción individuo-persona. Universidad Loyola Andalucía: Andalucía, España.
[4] Tomando en cuenta la apreciación que hace Teodoro Petkoff respecto a las utopías concretas en su entrevista con Rafael Arráiz Lucca en Conversaciones Bajo Techo (1994).
[5] V-Dem Institute. (2020).
[6] Runciman, D. (2018). How Democracy Ends. Profile Books: Londres, Reino Unido.