La primera modalidad con la que Benjamín Arditi[i] intenta explicar la complicada relación entre el populismo y la democracia, apunta hacia entender el primero como un modo de representación, el cual coexiste en el esquema democrático incluso llegando a influir en las prácticas habituales de dicho sistema, diferenciado por la concepción y alcance de esa representación de la voluntad popular. La segunda propuesta del autor, sugiere comprender el populismo como un síntoma de la democracia moderna, que refleja sus propios límites y que revela las fallas que lo alejan de los márgenes del comportamiento democrático.
Haciendo referencia a los estudios de Sigmund Freud en el Psicoanálisis, Arditi expone el populismo como expresión de lo que falta o lo que falla en la democracia, como el “retorno de lo reprimido a través de caminos más o menos tortuosos”. En este sentido, el síntoma populista evidencia los trastornos de la democracia desde un territorio interno desconocido para ella misma, desde una “periferia interna” que al revelarse entra en conflicto con el territorio exterior, con los bordes de la realidad imperante. El populismo se presenta como la evidencia de las propias contradicciones democráticas, adormecidas hasta ahora por la normalidad del sistema; representa aquellas perturbaciones intrínsecas contenidas del funcionamiento institucional representativo, exponiendo una especie de frontera entre esa normalidad y los espacios oscuros que comienzan a no ser democráticos.
«El populismo pertenece al propio sistema democrático en cuanto es un elemento interno al sistema, empero, surge para trastocar la normalización del mismo.»
Como he mencionado en otras oportunidades y como igualmente destaca Arditi, el populismo comparte con la democracia aspectos básicos de los mecanismos de participación y expresión de la voluntad popular, sin embargo, el conflicto se presenta sobre las bases del arreglo institucional, las características del orden establecido, los procedimientos y las relaciones institucionales; en otras palabras, el populismo pertenece al propio sistema democrático en cuanto es un elemento interno al sistema, empero, surge para trastocar la normalización del mismo, se presenta como una forma de agitación del equilibrio que supone los mecanismos de representación y mediación institucional en el formato liberal de la democracia.
Ahora bien, no todos las expresiones políticas que trastoquen la normalización del sistema democrático pueden considerarse como expresiones populistas. Muchos movimientos radicales comparten este objetivo, incluso pudieran compartir su pertenencia originaria a los esquemas democráticos esenciales. Particularmente el populismo se diferencia por introducir y hacer especial énfasis en el elemento del pueblo como sustancia perturbadora. Los arreglos institucionales propios de la democracia liberal, se exhiben como los mecanismos de entendimiento y conciliación de la comunidad, asumiendo las propias limitaciones de la representatividad. El populismo en cambio, exalta la movilización del pueblo como desafío de ese orden establecido, se enmarca en una narrativa de redención de la política a través de la participación ciudadana y el carisma de los líderes, para sobreponerse a la mediación institucional y descomponer los procedimientos instituidos, lo cual resulta lo suficientemente peligroso pudiendo aterrizar en escenarios fuera de la convivencia democrática.
«La substitución del arreglo institucional por la relación carismática con la nueva elite, aumenta la discrecionalidad de las decisiones de los representantes y pervierte el principio deliberativo de la democracia.»
Esta segunda propuesta de Arditi refleja el riesgo de la perturbación populista. La paradójica relación entre este y la democracia, deja en evidencia el alcance de la exaltada apelación romántica al pueblo como agente movilizador de un cambio radical. A pesar de que la práctica política moderna pudieran alimentarse de algunos rasgos populistas, el destino al que apunta esta lógica deja a un lado otros elementos sustanciales de la democracia liberal. La substitución del arreglo institucional por la relación carismática con la nueva elite, aumenta la discrecionalidad de las decisiones de los representantes y pervierte el principio deliberativo de la democracia, se aleja de los esquemas de convivencia institucionales para priorizar la propuesta redentora de un “gobierno de todos”, de la contradictoria expresión de la soberanía popular en la personalidad de un líder.
En definitiva, el populismo se presenta esta vez como un trastorno propio de la democracia, como una expresión de las perturbaciones ocultas internas, como algo no resuelto en el pasado que explica comportamientos fuera de lo normalizado, pudiendo llegar al límite de atentar contra lo que es esencial para ella misma.
En el marco del trabajo expuesto por Benjamín Arditi, resta por abordar la tercera propuesta para comprender la relación entre el populismo y la democracia, en la que presenta aquel como el reverso de esta, como una suerte de “sombra” que la persigue constantemente y de la que pareciera difícil librarse.
[i] ARDITI, Benjamín, (2005).“El populismo como periferia interna de la política democrática”, en Panizza, F. (comp.), 2005, El populismo como espejo de la democracia, p. 97-132. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.