1. Introducción.

          Desde cualquier punto de vista que se observe el fenómeno de la Globalización, encontraremos que estaba latente desde hace tiempo, ya que formaba parte de la lógica expansiva de las fuerzas de la economía de mercado. Pero estas fuerzas expansivas encontraban otras que las negaban y proponían un esquema de desarrollo de diverso signo, determinado por la centralización económica y el intervencionismo de Estado, y por distintas concepciones relativas a la propiedad de los medios de producción.

          Esas fuerzas contrarias estaban allí, haciendo las veces de un dique, hasta que fueron rebasadas por la presión de la propia realidad social que ellas mismas crearon, y no pudieron contener por más tiempo el empuje que brotaba de su propia ineficiencia. El símbolo de aquellas aguas desbordadas, que dieron al traste con un modelo político y económico que se impuso en el mundo soviético y sus satélites a partir de 1917, fue la caída del muro de Berlín, en 1989. Este hecho inimaginable antes de su ocurrencia, constituye el punto de inflexión de esta historia, cuyos capítulos más recientes ocurrieron en las últimas tres décadas.

          Con la caída del muro de Berlín se colocó el punto final al llamado Socialismo Real y, en consecuencia, a la Guerra Fría, al mundo bipolar, a la discusión implícita entre dos modelos económicos y políticos: las democracias liberales y las dictaduras socialistas. Pero esta dicotomía no nos hace olvidar que otras propuestas también han estado colocadas sobre la mesa. Pienso en las tesis de la Socialdemocracia y las de la Democracia Cristiana, aunque tributarias de universos epistemológicos distintos, comparten la asunción de la democracia como el sistema político que permite la más justa elección de los gobernantes, y la menos imperfecta administración de la justicia. Pero al margen de estas consideraciones que matizan las sentencias a rajatabla, no hay manera de disociar la desaparición del largo ensayo socialista de sus propios fracasos y, tampoco puede obviarse que en el extremo contrario el liberalismo democrático exhibe mayores logros económicos y políticos.

          Cualquier disertación sobre el proceso globalizador debe tomar en cuenta las fuentes filosóficas que le dan nacimiento y que nutren su crecimiento, así como las fuerzas que entran en retirada, una vez que el proceso no encuentra barreras mayores para su expansión. Insisto en esto porque sería una ingenuidad pensar que la Globalización es un movimiento de orden económico exclusivamente, cuando en realidad sus bases se asientan, también, en terrenos antropológicos, culturales, políticos y filosóficos que hacen evidente que un proceso como éste sólo se hubiera podido dar en las “sociedades abiertas” que dibujó Karl Popper, inspiradas por los principios de libertad económica y democracia política.

          Sería impensable que las sociedades comunistas, o las fascistas o las nazistas, o todos aquellos ensayos de organización social que han tenido al Estado y al autoritarismo como eje, fuesen la semilla de un proceso que se sustenta, precisamente, en la condescendencia del Estado con actores que vienen, en cierto sentido, a subvertir algunas pautas que le han sido propias desde la instauración del Estado-Nación. Dicho de otro modo, el Socialismo Real, con toda su carga imperialista, autoritaria, centralista y totalitaria, difícilmente hubiera sido la semilla de un proceso que se basa en la libertad de los actores económicos para moverse en espacios cada vez más amplios, y menos regulados. Como afirmé antes, y ahora insisto en ello, el proceso de la Globalización puede ser leído como un nuevo capítulo en la historia que los liberales clásicos iniciaron hace unos 250 años, aproximadamente, ya que todos los principios que lo inspiran podemos hallarlos en el sueño de aquel escocés llamado Adam Smith, para citar sólo al ejemplo paradigmático.

          Todo lo anterior nos lleva a afirmar que la Globalización es un proceso complejo (como todos los procesos históricos que representan un cambio significativo), que no se reduce a sus facetas económicas y políticas, sino que comporta implicaciones de toda índole. Por ello, en este ensayo intentaremos esbozar el perfil de este fenómeno de naturaleza plurifactorial y nos detendremos, al menos, en cinco facetas del mismo: empresarial, financiera, de recursos humanos, política y cultural.

          También nos detendremos, especialmente, en los recursos tecnológicos que han potenciado, y han hecho posible, el avance del proceso globalizador a una velocidad que lo hace distinguirse, radicalmente, de otros procesos históricos que requirieron de mucho más tiempo para comenzar a ocurrir y a extenderse. No exagero si afirmo que sin las Nuevas Tecnologías de la Información, en particular Internet, el proceso de la Globalización no se habría dado como lo observamos en la actualidad. Por ello le dedicaremos un capítulo entero, buscando establecer la secuencia histórica de estos avances y, ¿por qué no?, intentando precisar sus líneas definitorias.

          Sin más preámbulo, comencemos a visitar aquellos predios conceptuales que fueron la semilla de lo que hoy observamos. Intentemos establecer vínculos entre aquellos universos filosóficos, y la realidad globalizadora de la actualidad.

  1. El panorama de una pre-historia.

          Los antecedentes históricos más lejanos del proceso de Globalización los vamos a encontrar en las elaboraciones filosóficas y teóricas del Liberalismo, en especial en su vertiente económica. Como se sabe, el Liberalismo se sustenta sobre la base de unos principios básicos, entre los que destacan, en una lista inconclusa: A) La Defensa de la Libertad.  B) La autonomía del Individuo y la defensa de sus derechos. C) El principio de la Separación de los Poderes. D) La Tolerancia política y religiosa. E) La defensa de la propiedad privada. F) La libertad para contratar. G) La limitación de los poderes del Estado.

          Principios todos que fundamentan el proyecto liberal y que se han venido desarrollando en la sociedad occidental (no sin enormes dificultades y resistencias) a lo largo de los últimos doscientos cincuenta años. El cuerpo de pensadores liberales iniciales, en su mayoría escoceses, ingleses y franceses, es de una pertinencia indiscutible. A los efectos de nuestro trabajo nos limitaremos a citar a Adam Smith (1723-1790), sin desconocer que los aportes de John Locke (1632-1704), Jeremías Bentham (1748-1831) y John Stuart Mill (1806-1873) son sustanciales para la conformación de un universo de ideas liberales en tres núcleos centrales: el político, el moral y el económico. Este cuerpo de ideas es el que la historiografía suele llamar Liberalismo Clásico.

          No podemos olvidar ni un segundo que las ideas liberales toman fuerza, fundamentalmente, en las clases medias enfrentadas al poder del señor feudal, al poder de los terratenientes, y en todo momento tuvieron como uno de sus enemigos a vencer al Estado, no sólo porque representaba los intereses contrarios a su proyecto sino porque entendían que el papel del Estado tenía que ceñirse a algunas actividades explícitamente establecidas por la ley, y ajustarse a un estricto campo de acción. En otras palabras, para el Liberalismo Clásico el Estado más que exaltado en sus funciones debía ser constreñido y limitado en sus actividades, de lo contrario la fuerza del mercado, como asignante natural de recursos, no podría funcionar plenamente. Es conveniente recordar que la animadversión de aquellas clases medias no respondía a un capricho, sino al padecimiento de una realidad interventora radical, por parte del Estado de entonces.

          Como se comprende fácilmente, un cuerpo de ideas como éste es contrario a lo que el politólogo italiano Norberto Bobbio ha llamado un “Estado Máximo” en oposición dicotómica al “Estado Mínimo” que propugna el Liberalismo, y, sí el Estado Mínimo es el deseable, se comprenderá que el Nacionalismo, naturalmente apoyado en el poder del Estado, no será uno de los sueños del Liberalismo. Todo lo contrario.

          El Liberalismo escocés e inglés estuvo más atento a la formación del mercado y del núcleo económico del Liberalismo, que el francés, que en su vertiente rousseauniana se detuvo con fruición en la exaltación de la soberanía, la defensa de la territorialidad, y la ideologización de toda la simbología patriótica. De hecho, los conceptos del Estado-Nación que fueron abonando el terreno de la Revolución Francesa, habían brotado en Francia con mayor énfasis que en otra parte de Europa. Cierta historiografía, con razón, distingue entre el Liberalismo francés y el inglés, y la pertinencia de esta distinción es indiscutible, ya que las ideas liberales en Francia condujeron a un fortalecimiento del papel del Estado, mientras que en Gran Bretaña siempre tuvieron al Estado Máximo como la principal barrera a vencer. De modo que cuando hablamos del Liberalismo histórico se hace necesario atender a estas diferencias de interpretación que surgen de fuentes similares.

          Del largo párrafo anterior se desprende que en las ideas liberales ya estaba latiendo el sueño globalizador, sobre todo en el Liberalismo británico, como se desprende de las líneas anteriores. En el fondo, el anhelo de Adam Smith en su libro Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776) era que el mercado, y sus fuerzas naturales, no encontraran ninguna resistencia que limitara su desarrollo, y casi todas estas resistencias podían provenir de las que estableciera el Estado en su papel regulador e interventor de la vida de los particulares. Decía Smith: “Cada individuo es el mejor juez de sus acciones e intereses. Si se le deja a la gente manos libres para perseguir sus intereses lo harán, y haciéndolo aumentarán la riqueza de la sociedad y de la nación como un todo.”

          La confianza de Smith en las fuerzas particulares, articuladas naturalmente en la trama del mercado, era consistente. Y tanto él, como los pensadores liberales que le suceden, lucharon contra las barreras que las fuerzas del mercado podían encontrar en el camino, especialmente, las barreras que el Estado colocaba en función de preservar la esencia de los elementos que la Nación presentaba. Ernest Renán, por ejemplo, en su conferencia dictada en La Sorbona en 1882: ¿Qué es una Nación?, trabaja estos elementos constitutivos del concepto de Nación (religión, lenguaje, raza, pasado común, geografía) que, obviamente, ya no conservan plena vigencia, pero que, entonces, fueron los elementos que fortalecieron el Estado-Nación naciente, frente a las fuerzas reaccionarias que se oponían al cambio que aquella revolución supuso.

          Es dable pensar que los liberales clásicos que vieron cómo sus ideas contribuyeron a derrocar a las monarquías y a los señores feudales y, en cierto sentido, le abrieron paso a la democracia, no observaban con agrado como el Estado-Republicano respetaba las mismas barreras que el Estado-Absoluto defendía. De allí que el sueño Liberal no cristalizó plenamente con la Revolución Francesa, y en su andadura fue fortaleciendo una crítica tenaz en su contra: la de Karl Marx, que prosperó a partir de las fuentes del Socialismo Utópico francés y las ideas de Hegel, así como del estudio crítico tanto de las obras de Smith como de la realidad económica inglesa, entre otras fuentes.

          El Socialismo, a partir de su realización bolchevique, además, se erigió en el gran sistema crítico del Liberalismo sobre la tierra, y asumió como propia, aunque el viejo Marx no lo imaginaba exactamente así, la emocionalidad patriótica, el nacionalismo, la economía centralizada y, todo ello, dentro de los parámetros de un Estado enormemente interventor. Este episodio de 72 años (1917-1989) concluye con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética sin que se dispare un solo tiro, con lo que el sueño del Socialismo Real se hundió por la propia inoperancia de su sistema económico, por la patología de su sistema burocrático, y por una manifiesta ausencia de libertades, entre otras causas.

           Con la desaparición de la URSS y del Socialismo Real, el Liberalismo no tuvo ante sí ningún enemigo considerable que lo alejara de su propia realización. En este sentido puede preguntarse: ¿qué es la Globalización sino una fase del Liberalismo en su desarrollo? ¿Acaso aquello que soñaba Smith no encuentra materialización en un mundo sin fronteras, sin barreras arancelarias, en el que las fuerzas del mercado pueden expandirse sin trabas, y las empresas no encuentran más limitaciones que sus propios recursos?

          Pues sí, no es descabellado tener a Smith, y a los pensadores liberales clásicos, como el más lejano antecedente de la Globalización, al menos el más lejano antecedente seriamente formalizado, porque si llevamos el argumento hasta el extremo, pues hallaríamos que los primeros comerciantes del planeta, los fenicios, ya llevaban en sus bodegas el ideal de un mundo sin fronteras en el que se podía comerciar libremente. Si analizamos la Globalización desde la perspectiva del desarrollo del comercio y de la empresa, seguramente partiríamos de los fenicios, pero si lo hacemos buscando los antecedentes en la teoría política y en la económica, pues los Liberales fueron los primeros en soñar con un mundo sin fronteras para el crecimiento del mercado.

          Dicho de otra manera, los presupuestos que hacen posible el proyecto globalizador están en el Liberalismo, ya sea en la defensa de la libertad de contrato, ya sea en la exaltación de los derechos individuales, ya sea en la necesidad de establecerle límites al Estado y, sobre todo, en la conveniencia de abrirle a las fuerzas del mercado todo el espacio posible, y todo el espacio posible bien puede ser el planeta entero. De modo que, con todo y las resistencias y los adversarios que ha ido enfrentando la Globalización, pues la idea que ella conlleva habría hecho sonreír de satisfacción a los primeros liberales, y en especial a Adam Smith.

        Pero, si el sueño Globalizador encontró las puertas del campo abiertas a partir de 1989, las resistencias que ha ido sembrando a su paso no son pocas ni despreciables. De modo que el camino de la Globalización no está libre de acechanzas, y es previsible que las fuerzas que la adversan busquen la manera de regular su desarrollo desde el Estado, diseñando un nuevo marco legal que le ponga coto, o dando la batalla en el espacio mediático, con el instrumental ideológico con que suelen hacerlo. De hecho, las fuerzas de la izquierda han encontrado en la lucha contra la Globalización un motivo para oxigenarse, después de haber quedado postradas ante el rotundo fracaso del Socialismo Real, y no es exagerado advertir que se reagrupan a partir de la constatación de estar ante un enemigo paradójico: es preciso en su denominación, pero múltiple en sus rostros y procederes.

          También, pensadores posteriores a los liberales clásicos han defendido principios y valores comunes al Liberalismo, pero sus ideas no han sido exclusivamente tributarias de éste. Es el caso de Karl Popper, quien en su libro, ya clásico, La sociedad abierta y sus enemigos, distingue entre las sociedades con resabios tribales, y aquellas que están dispuestas a abrirse hacia otras dimensiones. En su obra indispensable, en el espacio introductorio, aclara sus puntos de vista, y le atribuye a la libertad, en todas sus facetas y expresiones, un papel central para nuestra civilización, y refiriéndose a esta última, afirma: “Apunta hacia el sentimiento de humanidad y razonabilidad, hacia la igualdad y la libertad; civilización que se encuentra todavía en su infancia, por así decirlo, y que continúa creciendo a pesar de haber sido traicionada tantas veces por tantos rectores intelectuales de la humanidad. Se ha tratado de demostrar que esta civilización no se ha recobrado todavía completamente de la conmoción de su nacimiento, de la transición de la sociedad tribal o ‘cerrada’, con su sometimiento a las fuerzas mágicas, a la ‘sociedad abierta’, que pone en libertad las facultades críticas del hombre.”

          Aceptemos, pues, que el fenómeno de la Globalización es fruto conceptual del Liberalismo, sobre todo en sus postulados económicos, y tiene lugar con mayor facilidad en las sociedades abiertas popperianas, aunque es posible que las libertades económicas que le son consustanciales puedan darse en gobiernos autoritarios.

III) Un esbozo de su naturaleza.

          Si en un primer capítulo intentamos establecer la prehistoria del proceso de Globalización, en éste nos esmeraremos en asediar el fenómeno desde distintos ángulos. Para ello hemos seleccionado cinco puntos de visión y penetración, ellos son: A) Empresarial. B) Financiero. C) Recursos Humanos. D) Política. E) Cultura, dando por sentado que la palanca primordial de estos procesos ha sido el avance de las Tecnologías de la Información. Antes, sin embargo, acerquémonos a aproximaciones conceptuales generales, que sobre la Globalización se han ofrecido pertinentemente.

          Rafael Myro, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, ofrece una definición de Globalización Económica sumamente amplia y abarcante que, por su agudeza definitoria, cito in extenso: “La globalización económica puede ser definida como proceso por el cual los mercados se liberalizan y hacen más internacionales; se integran, perdiendo sus características nacionales y locales, o, si se quiere, perdiendo muchas de sus restricciones geográficas. Detrás de este proceso hay fundamentalmente dos fuerzas. Una de raíz tecnológica, la reducción de los costes de los transportes y de las comunicaciones, que abarata el movimiento de mercancías, servicios, capitales, información y personas. Una segunda, hasta ahora la más importante, de orden estrictamente político, la opción de un número creciente de países por la apertura de sus fronteras a la competencia internacional, a los flujos comerciales, de servicios, de inversiones, de información y de personas con el resto del mundo, y por la paralela liberalización de sus mercados internos. Esta apertura de fronteras es resultado del fracaso de muchas experiencias de crecimiento autárquico e intervenido gubernamentalmente y de otros diversos factores, entre ellos la presión intensa y con frecuencia amenazadora de los países más desarrollados.”

          Conviene subrayar la afirmación de Myro relativa al “fracaso de muchas experiencias de crecimiento autárquico” ya que, como sabemos, la memoria colectiva suele ser frágil. Se nos olvida con frecuencia que el Socialismo Real sucumbió por su inoperancia económica, y su economía respondía al sueño del Autoabastecimiento, al de la Autonomía, siempre bajo los parámetros de una economía fuertemente centralizada y, lógicamente, respaldada por un sistema político autoritario. Conviene recordar que el desarrollo del proceso globalizador es, también, una consecuencia directa del fracaso del modelo económico centralista.

          Veamos ahora la definición que dio un estudioso excepcional de estos temas contemporáneos, Manuel Castells, profesor de la Universidad Abierta de Cataluña: “Se trata de un proceso objetivo, no de una ideología, aunque haya sido utilizado por la ideología neoliberal como argumento para pretenderse como la única racionalidad posible. Y es un proceso multidimensional, no sólo económico. Su expresión más determinante es la interdependencia global de los mercados financieros, permitida por las nuevas tecnologías de información y comunicación y favorecida por la desregulación y liberalización de dichos mercados.”

          Esta definición de Castells presenta un flanco que puede prestarse a tergiversaciones. Me refiero a la afirmación “Se trata de un proceso objetivo, no de una ideología”. ¿Tiene razón Castells cuando no le atribuye valor ideológico a la Globalización, y la considera un proceso objetivo? Para evitar una posible confusión, recordemos la diferencia entre filosofía e ideología, y para ello citemos el extraordinario texto de los profesores Roy Macridis y Mark Hulliung, Las ideologías políticas contemporáneas, allí se afirma: “Lo que separa la teoría o la filosofía de la ideología es que, mientras las dos primeras implican reflexión, organización de ideas y, siempre que sea posible, demostración, la ideología forma creencias que incitan a la gente a la acción.” Antes, en el mismo texto se asume la definición de “ideología” de John Plamenatz: “Conjunto de creencias, ideas e incluso actitudes íntimamente relacionadas, características de un grupo o comunidad.”

          Como vemos, la ideología como tal guarda mayor relación con el universo de las creencias y los valores que con el de la reflexión filosófica. Sin embargo, casi todas las ideologías tienen fuente en algún o algunos pensamientos filosóficos. Dependerá del valor de estas fuentes, o de su ausencia, el peso, la entidad que tenga la ideología a considerar. Si el Nazismo y el Fascismo nos parecen ideologías de una pobreza argumental lamentable, pues en buena medida ello ocurre porque sus fuentes filosóficas son pobres y confusas, como pobre y confuso fue el discurso de Hitler o de Mussolini. Entonces, regresando a la afirmación de Castells que produjo esta digresión, ciertamente, sí el proceso de Globalización es objetivo, y no tiene que ser ideologizado, como afirma el autor que han pretendido tornarlo, esto no nos puede hacer olvidar lo que señalamos al inicio de este ensayo: que las fuentes filosóficas del proceso globalizador son, en primer lugar, liberales, y también, democráticas.

          Conviene recordar, también, que el intento de ideologización del proceso globalizador no es sólo un propósito de quienes buscan atribuirse sus éxitos, sino de quienes adversan el proceso. Tan ideologizado es el intento de confiscar un “proceso objetivo” como el de negarlo a rajatabla. Ambas posturas, en verdad, contribuyen con la alimentación de un laberinto de prejuicios, de verdades a medias que no abonan la comprensión del fenómeno, ya que ambas posturas lo leen de manera acrítica, ideologizada y, lamentablemente, cuando estas lecturas imperan, pues se hace muy difícil que el entendimiento de fenómenos como éste pueda extenderse más allá de los ámbitos académicos e intelectuales.

          Llevar al extremo la postura antiglobalizadora supone colocarse en la acera de enfrente del mercado y del comercio, una vez que se ha identificado ideológicamente a la Globalización con el Liberalismo, operación en la que los propios liberales no han escatimado esfuerzos. Así, como vemos, corremos el riesgo de extremar ideológicamente el asunto, conduciendo a desafueros inaceptables, como en los que ha incurrido cierta izquierda intolerante.

          Por otra parte, una izquierda pensante hace esfuerzos por materializar su crítica poniéndole coto al fenómeno globalizador, en ningún caso negándolo de plano, como si se tratase de una herejía. El profesor James Otis Rodner se detiene en el tema: “Los enemigos de la globalización se vuelven enemigos del mercado y del comercio, como su fórmula para atacar a los del otro bando, los neoliberales. Esto, por supuesto, es una visión fatalmente errada y no lleva a nada. El comercio y el mercado donde éste se desarrolla, no son un dogma, ni una doctrina, sino una característica de la esencia social del hombre y una libertad fundamental de éste.”

          También, Carlos Fuentes, publicó un ensayo en el que busca esclarecer el papel de la izquierda moderna frente al proceso globalizador, afirma: “Si algo une a la nueva izquierda europea es su decisión de sujetar la globalización a la ley y la política. El ‘darwinismo global’ sólo genera inestabilidad, crisis financiera y desigualdades crecientes. La misión de la nueva izquierda es controlar la globalización y regular democráticamente los conflictos que de ella se derivan. Ello no significa que la izquierda tema a la globalización. Al contrario, ve en los procesos de mundialización un nuevo territorio histórico en el cual actuar.”

          No deja de ser curioso que un factotum de la izquierda hispanoamericana, como lo fue Fuentes, se avenga a reconocer que la Globalización es un fenómeno que ni la izquierda puede negar. Con ello, concuerda a medias con la posición de Castells: la de desideologizar el fenómeno, pero se esmera en asignarle a la izquierda el papel de controlarla, desde una posición democrática.

          Como vemos, por distintas vías se desata el fenómeno libremente, y por distintas, pero análogas vías se busca hacerle un cauce regulatorio al proceso globalizador. Lo que se hace evidente es que es un proceso que en términos militares podría calificarse como vanguardista, ya que va en la línea de fuego, avanzando. Y las fuerzas que buscan regularlo pueden calificarse de reaccionarias, en el sentido de que reaccionan frente a algo, que se mueven por causa de otro, que no establecen la agenda, que van detrás intentando meter en cintura un proceso que las avasalla. Insisto: no deja de ser curioso que las fuerzas de la izquierda, que se atribuyen naturalmente el poder del cambio, de la revolución, vayan rezagadas, detrás de un proceso económico, político, tecnológico y cultural que intentan comprender y ajustar. Hay algo irónico en todo esto.

  1. El ámbito empresarial

           Enrique Viloria Vera en su ensayo “De la empresa internacional a la empresa global”, recogido en el libro colectivo Globalización, riesgos y realidades repasa el devenir del desarrollo de las empresas y sus cambios a través de la historia. En tal sentido señala: “La internacionalización de la actividad de las empresas no es un fenómeno reciente. En la Alta Edad Media, los bancos genoveses y venecianos extendieron el marco de sus actividades tradicionales para financiar proyectos de importación de bienes y especies del Lejano Oriente.”

          Ciertamente, la internacionalización de las empresas ha pasado por diversas etapas, y no puede afirmarse que sea un fenómeno reciente. La búsqueda de nuevos mercados para sus productos es un empeño que ha provocado desde tiempos lejanos la expansión de los ámbitos territoriales de la actividad empresarial, pero esa expansión no ha sido siempre la misma, como veremos más adelante.

          En el mismo trabajo el profesor Viloria acoge la periodización propuesta por el estudioso Christopher Tugendhat. Ella establece tres períodos: 1) un primero que va de 1860 a la primera guerra mundial, 2) un segundo que cubre la etapa de entreguerras, y 3) un tercero que se inicia con el fin de la segunda guerra mundial en 1945 y que aún no ha concluido. El período en el que se catapultó el proceso de internacionalización de las empresas es el tercero y actual, particularmente por la necesaria reconstrucción de Europa y la participación de la economía estadounidense en esa gesta.

          Sin duda, el crecimiento exponencial de la inversión norteamericana en el viejo continente supuso una nueva realidad económica que fue abriéndole paso a la situación actual, del Plan Marshall (1947) a la situación de hoy hay una solución de continuidad, en cierto sentido. Pero hasta entonces, la inversión se regía por las pautas que dictaba el sistema jurídico del Estado-Nación, siempre defendiendo la estructura accionaria nacional de las empresas y la creación de un régimen de fronteras que hacía de la actividad económica una dicotomía importación-exportación. Con esto quiero señalar que la internacionalización de la actividad económica no había sufrido las transformaciones recientes. Se trataba de empresas multinacionales, es decir, de empresas que se regían por directrices de casas matrices, pero que adelantaban la mayoría de sus operaciones en el ámbito nacional del que se tratase.

          Así como la empresa multinacional es el antecedente de la empresa global, el sueño del Autoabastecimiento, la política de Sustitución de Importaciones, las barreras arancelarias, la planificación económica, antecedieron a la economía globalizada que se abre paso en el mundo. Y esa economía se ha instrumentado, en buena medida, sobre la base de la experiencia operativa de las empresas, de allí que el sesgo de la empresa para comprender el proceso de Globalización sea uno de los más representativos.

          Así como es poco probable conseguir una empresa de magnitudes globales que pertenezca a una sola familia, también es difícil hallar una cuyo capital accionario pueda ubicarse nacionalmente. Ejemplos abundan: la Volkswagen compra la Rolls Royce, la Daimler Benz se fusiona con la Chrysler, y así muchos casos más que señalan que las diferencias históricas nacionales no han representado un obstáculo para las fusiones. Por lo contrario, ya no puede hablarse de la nacionalidad accionaria de ninguna empresa e, incluso, no puede hablarse del control accionario de ninguna empresa global en términos absolutos, sus dueños son miles de accionistas que en muchos casos ni siquiera saben que lo son, a través de la figura de los fondos de pensiones o de los bancos de inversión.

          La capacidad de ahorro de las siete grandes economías del mundo y de otras no tan grandes es inimaginable, con lo que los capitales que financian empresas a través del mecanismo de las bolsas de valores es gigantesco, de modo que se hace imposible determinar, y a nadie le interesa, además, la nacionalidad de los capitales, ya que el dato es irrelevante para la nueva economía en expansión.

          Una empresa global busca segmentar la producción de acuerdo con sus intereses, de manera de ubicar determinada producción, que constituye una faceta de su producto completo, en el lugar del mundo donde las condiciones sean mejores. Y las condiciones pueden ser geográficas, de mano de obra, de disposición de materia prima, tributarias o de cualquier otra índole.

          El anhelo de reducir costos se ha dado la mano con la velocidad de las comunicaciones, con el avance de las Zonas de Libre Comercio o las Zonas Económicas Especiales (ZEE), y con la capacidad tecnológica que permite fraccionar los procesos de producción. Esto, a su vez, ha desarrollado una considerable cultura empresarial que busca determinar la experticia exacta de los negocios, e indica cuáles son las actividades en las que la empresa debe concentrar su trabajo, dejando las otras, colaterales, a otras empresas que presten el servicio. Por ello han proliferado las alianzas estratégicas y los outsourcing, pero además estas figuras representan menos cargas laborales para la empresa central, menos personal, empresas menos grandes y, en consecuencia, con mayores posibilidades de manejarse ágilmente.

          En todo este panorama empresarial, brevemente presentado, las Comunicaciones Integradas son un eslabón fundamental de la cadena de valor, sobre todo en un mundo mediático en el que el poder de la imagen es decisivo, en un mundo en el que por razones tecnológicas la información se ha hecho moneda común y radicalmente asequible para quien quiera buscarla. Estos cambios de la naturaleza empresarial, de la multinacionalidad a la globalidad, han estado acompañados de Nuevas Tecnologías Informativas que han hecho de las comunicaciones un fenómeno imposible de obviar para las empresas.

  • El ámbito financiero.

          En este ámbito los cambios han sido radicales y determinantes. Las fusiones han estado a la orden del día, bien sea porque grandes se unen o porque grandes compran a pequeños o de mediana magnitud. En cualquiera de los casos, lo cierto es que hoy en día existen menos instituciones financieras que hace pocos años, incluso algunos banqueros opinan que el proceso de Oligopolización de la banca es indetenible, al menos así opina Edgar Dao, expresidente del Banco del Caribe, en su trabajo “Finanzas y globalización”. Afirma Dao: “Así que estamos en presencia de un proceso irreversible de la globalización de la banca, de una banca global, de una banca como respuesta a mercados absolutamente integrados… Yo creo que este proceso de globalización es la autopista a la oligopolización del sistema financiero mundial.”

          De ser cierta la predicción de Dao, y no tenemos por qué dudar de ella, la Globalización en el área financiera estaría conduciendo a una situación contraria a los intereses del usuario de servicios financieros, ya que la concentración en pocas manos del sistema financiero global atenta contra la natural competencia que esperamos de los mercados. Ahora bien, está claro que las fusiones entre mega-bancos y otros que no lo son tanto ocurren porque para estas instituciones es imperativo poder competir en el planeta entero, y las posibilidades de hacerlo desde sus reducidas comarcas es inexistente, de allí que el músculo económico que les permita acceder a las tecnologías adecuadas se haga necesario. A estas razones pueden añadirse otras que, siempre, contribuyen a abonar el terreno de la necesidad de fusionarse para sobrevivir, crecer para poder competir en el campo de los mayores.

          En el ámbito financiero, hasta ahora, todo indica que el proceso globalizador ha significado una contracción del número de actores y un crecimiento desmesurado de los mismos, sacando del juego a los pequeños, ya sea por la vía de la fusión o la compra por parte de los grandes. Es obvio que este proceso ha sido posible gracias al avance de las Nuevas Tecnologías de Información, como en todos los casos de avance del proceso globalizador.

  • El ámbito de los Recursos Humanos.

          En este ámbito los cambios también han sido sustanciales. No sólo porque hay destrezas que se han hecho universales y las fronteras en algunos casos de integración comunitaria han desaparecido, sino porque la empresa está en capacidad inmediata de hallar a los mejores recursos para el cumplimiento de sus objetivos. Veamos algunos casos: un europeo puede trabajar en cualquier país de la Unión Europea, antes esto era difícil, hoy es un simple trámite; los alemanes, recientemente, tuvieron un déficit en operarios de computación e importaron a cerca de 30.000 indios, especialmente dotados para estas tareas, sin mayores inconvenientes. Para ambos casos, y para todos en general, lo determinante es que la formación de Recursos Humanos está haciéndose pensando en ámbitos planetarios, sin que ello atente, necesariamente, contra las culturas locales.

          Al dibujar el perfil del profesional ideal para el proceso de Globalización vamos a encontrar que este domina, por lo menos, otro idioma, especialmente el inglés; que se adapta con facilidad a los cambios culturales que supone mudarse con frecuencia; y que busca comprender el sustrato cultural del país en donde le ha tocado desarrollarse por un lapso de tiempo. En el fondo, lo que viene ocurriendo es que aquella aldea global que vislumbró en los años sesenta Marshall Mac Luhan llegó para quedarse, y las nuevas tecnologías informativas han hecho del tiempo y el espacio categorías que se han relativizado sustancialmente. Las distancias, prácticamente, no existen y ello facilita enormemente tanto el trámite operativo de las empresas como la búsqueda del personal requerido, y para el recurso humano, a su vez, la posibilidad de ofrecer sus habilidades es mucho más grande que antes, cuando estaban más compelidas al ámbito nacional.

  • El ámbito de la política.

          El proceso de la Globalización afecta fundamentalmente el concepto histórico y jurídico del Estado-Nación en algunos de sus principios básicos: la soberanía y, en menor medida, la autodeterminación. La Globalización también pone en tela de juicio el papel del Estado en la sociedad, y hace patente la dicotomía Estado-Mercado o, más exactamente, tamaño del Estado-Mercado. Para ser todavía más precisos, no es exagerado afirmar que lo que pone en aprietos el proceso globalizador es el papel del Estado, así como su tamaño y fortaleza.

          En este sentido, el politólogo Joaquín Marta Sosa, profesor jubilado de la Universidad Simón Bolívar, en su ensayo “Estado, Nación y Globalización”, afirma: “De tal modo que, para concluir, necesitaremos de un Estado más fuerte, que requerirá de buenos gobiernos internos, muy decentes, porque la corrupción tiene un costo económico y un costo en legitimidad política absolutamente imposible de sobrellevar en este tiempo; con un fuerte acento en las políticas sociales, porque la pobreza es una rémora a la competitividad, más allá de que la pobreza nos cause conmoción en el fondo de nuestros principios morales. Que preste servicios sociales de altísima eficiencia. La educación va a ser uno de los servicios sociales más importantes, y ya lo está siendo. Que proteja el desarrollo de los programas de ciencia y tecnología, que son los que producen el valor agregado más importante a la competitividad.”

          Marta Sosa le atribuye la debilidad del Estado a su tamaño, a la tentacular manera como abarcando muchas áreas, abandona las sustanciales. De modo que, al contrario de los pensadores liberales clásicos, Marta Sosa si le asigna un papel principal al Estado, pero señala que no lo ha estado cumpliendo. Incluso, va más allá, le asigna un papel regulador fundamental en el juego globalizador, cree que lejos de retirarse de sus obligaciones nacionales, se requiere un Estado que las enfrente con fiereza, con efectividad. Su ensayo es una suerte de llamado al orden, de advertencia de lo necesario que viene a ser el Estado en el proceso globalizador, y su llamado se articula a partir de la constatación de que ha sido el Estado el que se ha resentido, verdaderamente, ante el empuje de la fuerza globalizadora.

          Por la vía de Marta Sosa del llamado al orden del poder del Estado o por la vía liberal de la necesaria concentración del Estado en sus tareas fundamentales, lo cierto es que la Globalización atenta seriamente contra algunos principios del Estado-Nación, sobre todo el de Soberanía, ya que si las Nuevas Tecnologías de la Información han transformado los conceptos de espacio y tiempo, cómo no va a modificarse una categoría tan espacial como es el territorio, sobre todo cuando ya son muchas las operaciones económicas que no ocurren en ninguna parte, quiero decir que ocurren en el cyber espacio.

          Por otra parte, el proceso globalizador se ha acompañado de un cambio radical en las relaciones aduanales y tributarias, que ha hecho de Europa un solo territorio laboral y monetario, creando instancias supranacionales con verdadera incidencia en los asuntos internos de los países. Son muchas las pruebas que pueden presentarse para demostrar que el Estado-Nación que viene formándose desde la Baja Edad Media y encuentra en la revolución norteamericana y francesa su apogeo, ha entrado en una fase de transformación sustancial, debido a un proceso económico y tecnológico que tiene evidentes consecuencias políticas, y que está en marcha obviando principios caros al concepto de Estado-Nación.

          Por todo lo anterior es que señalamos que las consecuencias políticas del proceso globalizador son enormes y le atañen directamente a la institución fundamental sobre la que se levantó la Civilización Occidental a partir del triunfo de las revoluciones norteamericanas y francesa: el Estado-Nación. De modo que lo que está ocurriendo en nuestro tiempo no es poca cosa, y las reacciones que comienzan a asomarse no son pocas, también.

          Conviene recordar ahora que todo este proceso es consecuencia de la desaparición del mundo bipolar, del fracaso del Socialismo, de la extinción del imperio soviético, que fue una realidad que le hizo contrapeso al Liberalismo en su expansión planetaria, y que esta expansión a partir de la caída del muro de Berlín no encontró más obstáculos y avanzó a su aire por el mundo.

  • El ámbito cultural

          La incidencia cultural del proceso de Globalización es significativa, pero no está completamente clara la magnitud de sus efectos. En principio, se tiende a pensar que la Globalización en la medida en que aldeaniza el planeta lo uniformiza, también, y en consecuencia uno de sus efectos sería la desaparición de las culturas locales, claudicando ante el embate global. Sin embargo, esto que de buenas a primeras puede pensarse, no ha ocurrido en todos los casos así, ha habido culturas locales que se han robustecido frente al embate global, y lejos de desaparecer han comenzado una fase de fortalecimiento en sus ámbitos regionales.

          Si algo va quedando claro desde el punto de vista cultural es que las singularidades son necesarias para distinguirse culturalmente en el concierto globalizador, y ello incluye la gastronomía, la música, la literatura, la danza, el cine, la artesanía, el folklore y tantas otras manifestaciones particulares que son las que le otorgan personalidad a una comunidad determinada. Todo aquello que se produzca solo en un sitio determinado o que se produzca bien solamente en un espacio geográfico y cultural, tendrá un especial valor en la sociedad globalizada, ya que las singularidades serán, como siempre, las que se busquen con más afán en el mercado.

          Pero no nos engañemos, todas aquellas manifestaciones culturales que no dispongan de mecanismos de mercadeo globales, que sus gerentes no sepan colocarlas en el mercado global, van a sufrir las consecuencias. Y sufrir las consecuencias puede significar que no logren ir más allá de sus ámbitos regionales, que no puedan crecer y, en consecuencia, se les haga cada vez más difícil sobrevivir con el pequeño espacio de mercado de sus comarcas. Pero aclaro, estoy hablando desde el punto de vista de la producción cultural, ya que desde el punto de vista del consumidor cultural, la Globalización puede significar un gran avance: casi nada estará lejos de su alcance, ya sea espacial o ciberespacial.

          De modo que todo esto es paradójico: si bien la Globalización constituye una amenaza y un reto para las singularidades culturales, puede significar una bendición para el consumidor cultural, que tiene casi todo al alcance de su mano: televisión, cine, libros, música, etc. Por ello decía al principio de estas líneas que no se sabía con exactitud cómo afectaría al entorno cultural una vez hecho el balance. Todo indica que favorece al consumidor cultural y todo indica que coloca frente a un reto arduo al productor de bienes culturales.

          Tampoco cabe duda de que la Globalización tiene efectos considerables en el tejido de la cultura. Abolir las distancias y transformar el tiempo no son “conchas de ajo”, tampoco lo es hacer del planeta el mercado posible de un producto cultural, de modo que los cambios en el ámbito de la cultura se vislumbran consistentes, pero no necesariamente devastadores para las singularidades, como creo haber dicho desde un principio.

          Más claro aún que lo que he intentado expresarlo, Manuel Castells en su libro, La era de la información, lo dibuja con precisión: “En un mundo como éste de cambio incontrolado y confuso, la gente tiende a reagruparse en torno a identidades primarias: religiosa, étnica, territorial, nacional. En estos tiempos difíciles, el fundamentalismo religioso, cristiano, islámico, judío, hindú e incluso budista (en lo que parece ser un contrasentido), es probablemente la fuerza más formidable de seguridad personal y movilización colectiva.”

          Como bien puede desprenderse de lo que señala Castells: no siempre ocurre lo evidente y, paradójicamente, la uniformidad cultural que trae consigo un proceso globalizador, pues ha fortalecido las singularidades regionales, religiosas, étnicas y de otra índole, de modo que la uniformidad va encontrar en la acera de enfrente la singularidad defendiendo lo suyo y, a su vez, esa misma singularidad intentando colocar su identidad en el concierto global.

  1.  Las Nuevas Tecnologías de la Información y el proceso globalizador

          El desarrollo de la Globalización hubiese sido imposible sin que las Nuevas Tecnologías de la Información se hubiesen desenvuelto como ha ocurrido. Por la importancia de este desarrollo tecnológico es que he optado por señalar el tema en un capítulo aparte, ya que merece que nos detengamos en él, aunque sea someramente.

          Lo primero que hay que hacer es ubicar tanto histórica como geográficamente este desarrollo. En tal sentido es que no dudamos en afirmar que las Nuevas Tecnologías de la Información se desarrollaron enormemente durante la década de los años setenta, más aún, podría decirse que el nacimiento de las tecnologías de la información que conocemos hoy está en esos años, independientemente de que para que en esos años hubiese ocurrido lo que ocurrió se necesitaron unos hechos que produjeron otros.

          El espacio en el que se produjo esta revolución fue en California, en la costa oeste de los Estados Unidos, en especial en Silicon Valley, gracias a las políticas inteligentes que adelantaron las autoridades universitarias de Stanford en la década de los treinta, ubicando allí un futuro parque industrial con facilidades de todo tipo. De hecho, William Hewlett y David Packard establecieron muy cerca, en 1938, una de las primeras empresas electrónicas, gracias a aquellas facilidades brindadas. Y de acuerdo con lo que establece Castells en su libro ya citado, la secuencia fue así: primero se inventó el microprocesador, en 1971, luego el microordenador, en 1975, y Microsoft comenzó a vender sus productos en 1977. Esto en cuanto al avance de los instrumentos necesarios, ya que, en 1969, el Departamento de Defensa Estadounidense estableció una red electrónica que con el tiempo devendría en Internet. Pero, estos hechos históricos se concatenan con  descubrimientos anteriores de enorme significación. Me refiero al invento del teléfono, en 1876, por parte de Bell, al de la radio, en 1898, por Marconi y, quizás el más importante, el transistor, en 1947, por parte de la tríada formada por Bardeen, Brattain y Shockley.

          Si la Revolución Industrial tuvo lugar en Inglaterra, la Revolución Tecnológica ha tenido lugar en los Estados Unidos, específicamente en California, en la década de los años setenta. ¿Por qué se dio en aquel lugar y no en otro? Estoy seguro de que la respuesta guarda relación con el desarrollo de las universidades ubicadas allí y, probablemente, con unas condiciones económicas y culturales que no se dieron en otros centros académicos, así como una ubicación geográfica determinada, pero esto es un tema que rebasa nuestras posibilidades (y nuestras intenciones) en este momento.

          Para definir Nuevas Tecnologías de la Información voy a recurrir a Castells y a su libro, afirma: “Por tecnología entiendo, en continuidad con Harvey Brooks y Daniel Bell, ‘el uso del conocimiento científico para especificar modos de hacer cosas de una manera reproducible’. Entre las tecnologías de la información incluyo, como todo el mundo, el conjunto convergente de tecnologías de la micro electrónica, la informática (máquinas y software), las telecomunicaciones/televisión/radio y la optoelectrónica. Además, a diferencia de algunos analistas, también incluyo en el ámbito de las tecnologías de la información la ingeniería genética y su conjunto de desarrollos y aplicaciones en expansión.”

          Si bien es cierto que la radio y la televisión han sido determinantes para el desarrollo de las comunicaciones, a los efectos de este ensayo lo primordial ha sido el surgimiento de Internet. Por más que Internet haya sido inventado en 1969, la verdad es que fue determinante para su expansión la creación del world wide web que sólo ocurre a partir de 1994, y que permite la constitución de una red mundial de ordenadores que pueden comunicarse entre ellos sin importar la distancia. El crecimiento de la red, como se sabe, es exponencial.

          Se hace evidente que Internet ha creado en el planeta una suerte de nueva realidad, signada por la facilidad para comunicarse, reduciendo las limitaciones que el espacio coloca entre unos y otros, y creando en consecuencia una nueva realidad empresarial y económica, de allí que se hable con propiedad de una “nueva economía”, desarrollada gracias a un instrumento revolucionario como lo es Internet. Las tasas de penetración de esta red mundial son asombrosas, pero aún son bajas en los países emergentes.

          Una de las consecuencias primeras que ha traído Internet es que ha transformado el modelo de funcionamiento de las empresas, así como ha transformado el modelo de los negocios en sí mismos. También ha sido, sin la menor duda, el eje sobre el que ha girado el proceso de la Globalización. Sin este instrumento no se habría podido ir dando esta expansión de los mercados y, sobre todo, esta forma de operar las empresas planificando sus actividades de manera global, con el orbe terráqueo como escenario posible, ya sea para la producción o ya sea para el mercadeo.

            De las líneas anteriores se desprende que el fenómeno de la Globalización no hubiese podido darse como ha ocurrido hasta ahora sin que las Nuevas Tecnologías de la Información hubiesen funcionado como palancas. Para ser todavía más precisos, ha sido Internet la plataforma que ha propiciado una revolución en las comunicaciones, que ha traído consecuencias de toda índole. No sólo ha propiciado los cambios de la mano de la Globalización, en el ámbito financiero, empresarial, de recursos humanos y político, sino que ha revolucionado el funcionamiento de las empresas, sus estructuras de producción, sus relaciones con el entorno, sino que ha creado unas nuevas relaciones económicas, en las que los sujetos que interactúan cuentan con un espacio que antes no existía.

          No sé si he insistido suficientemente en la indisolubilidad del vínculo entre las Nuevas Tecnologías de la Información y la Globalización: son elementos de la misma historia reciente, en la que el mundo ha visto cómo el espacio y el tiempo dejan de constituir dificultades particulares o insoslayables para las relaciones de producción y para las relaciones académicas, para tan sólo citar dos ámbitos que han sido modificados radicalmente por estos fenómenos paralelos.

La importancia histórica de Internet irá esclareciéndose con el paso del tiempo, pero no creo que exageramos si comparamos su significación con los hitos tecnológicos fundamentales de la historia de la humanidad. Aquellos que abrieron las puertas de la era industrial o aquellos que hicieron posible la masificación de la palabra escrita y, en consecuencia, del conocimiento. El hito de Internet es de incidencia múltiple, ya que un hito tecnológico que tenga consecuencias comunicacionales como éste, pues es previsible que modifique todas las relaciones sociales, desde las económicas hasta las afectivas, incluso.

  • Un intento de perspectivas.

          El proceso de la Globalización a medida que ha ido avanzando, como todo proceso, ha ido encontrando resistencias y apoyos. Los apoyos, evidentemente, han venido desde el ámbito empresarial, bien sea porque respaldan decididamente el fenómeno o bien porque entienden que es imposible resistirse a él. Lo mismo ha ocurrido en el ámbito de los Recursos Humanos: trae consigo un mayor número de posibilidades, de puertas abiertas, que los inconvenientes que en un inicio presenta para quienes no están preparados para competir en un mercado laboral más amplio.

          En el ámbito financiero, las instituciones pequeñas han comprendido el fenómeno y saben que se les habría hecho cuesta arriba sobrevivir en un mundo de peces grandes, si no se hubiesen asociado con uno de ellos, de modo que las alianzas han estado a la orden del día. En este campo ha habido júbilo y tristeza por partes iguales, pero la tristeza ha estado signada más por el vínculo afectivo entre empresarios de las finanzas y sus instituciones, que por las operaciones de fusión o compra de las que han sido objeto sus instituciones.

          En los ámbitos cultural y político es dónde ha comenzado a manifestarse una mayor resistencia. Sobre todo en el ámbito político que, evidentemente, suma la interpretación cultural del fenómeno para ejercer su crítica a las consecuencias que le adjudican al proceso globalizador. Concentrémonos, entonces, en el ámbito político.

          Es en este territorio donde pueden esperarse, hacia delante, la mayor cantidad de energía opositora o reguladora del fenómeno globalizador. Las posiciones van, desde la fundamentalista, insuflada por la izquierda decimonónica en alianza con el ecologismo purista, que se opone radicalmente al proceso; hasta la inteligente, representada por la izquierda pensante, que intenta ponerle límites jurídicos al proceso, pero que lo considera inevitable e, incluso, como afirma Fuentes, una oportunidad histórica para incidir en el rumbo de la vida social.

          Los que es válido para ambas tendencias opositoras (la talibánica y la comprensiva) es que la Globalización, sin proponérselo, ha servido para que la izquierda abatida por la contundencia de los hechos, encuentre una nueva bandera por la que luchar y oponerse al status quo. Es previsible, entonces, que esa izquierda, en algunos casos en alianza con otros sectores que trabajan en distintos escenarios mundiales, busque formular un marco regulatorio para el proceso de Globalización. De hecho, es lo que viene asomándose en las convenciones de organismos supranacionales cada vez con mayor frecuencia. Es lógico que así sea: si algún sector se ve vulnerado por este proceso es aquel que vive alrededor del concepto del Estado-Nación, aquel sector, naturalmente político, que ha concebido su radio de acción asociado a la existencia del Estado, de la institucionalidad pública. Y la prevención de este ámbito es comprensible: los instrumentos tecnológicos de la Globalización pasan por encima de las alcabalas que el Estado durante siglos ha interpuesto, colocándose él como árbitro indiscutible de las relaciones sociales ¿Cómo hacer ahora para que esas relaciones se den, pero interesen el mismo tributo de siempre? ¿Cómo hacer para que el poder del Estado permanezca incólume ante el embate de una fuerza que lo obvia?

          A estas preguntas intenta responderse el universo de la izquierda, en sus distintos matices y, también, un universo jurídico no necesariamente de inspiración marxista, que busca que las relaciones sociales en un mundo globalizado se desarrollen de acuerdo con un marco jurídico que garantice la justicia. Como siempre, se busca proteger al más débil, se busca responder a lo que este sector advierte como consecuencias indeseables: la desaparición de empresas locales, el aumento del desempleo, el fortalecimiento del pensamiento único, la prescindencia de la fuerza laboral (dado el avance tecnológico de las facetas del proceso de producción), el irrespeto a la propiedad intelectual y un largo etcétera que supone una radical modificación de los marcos jurídicos en los que se viene desenvolviendo la sociedad occidental.

          Todos estos reacomodos que se intentan, parten sensatamente de una constatación inevitable: lo que la Globalización ha traído al interior de las empresas es la satisfacción de un deseo natural de toda empresa: reduce los costos de producción y, en consecuencia, puede ser causa de mayores ganancias. ¿Acaso toda empresa no busca producir más con menos, y no es eso precisamente lo que las Nuevas Tecnologías de la Información facilitan, en perfecta consonancia con un proceso de re-estructuración de las empresas, bajo una filosofía de la globalidad? Si, y es por ello que será imposible frenar esta tendencia natural de la empresa, que ahora encuentra mecanismos que la potencian notablemente. Esta es una de las razones de mayor peso para que la Globalización se acepte como un fenómeno indetenible: constituye la materialización de un viejo sueño, que abrigan las empresas internamente de manera consustancial, forma parte de su manera de ser y de estar. Pero, para colmo, la Globalización hacia fuera de la empresa representa la materialización de otro sueño: la infinitud planetaria de los mercados, la libertad de comercio en su expresión más amplia y comprehensiva.

          Desde el ámbito académico, aquel especialmente preocupado por las consecuencias sociales de los procesos en marcha, se habla insistentemente de la responsabilidad social del empresario, e incluso se diserta sobre ello como una conveniencia para ese empresario que se desenvuelve en determinado contexto social. Con ello se pone de manifiesto un intento más por “humanizar” el proceso de Globalización, lo que no quiere decir otra cosa que buscar paliar la condición del más débil en un campo de competencia para el que no se ha preparado.

          La culebra se muerde la cola: la Globalización supone una mayor preparación de los actores porque la competencia es cada vez más exigente, pero el drama de los países emergentes es, precisamente, que sus actores no son los mejores preparados, con lo que la competencia mayoritariamente se inclina a favor de aquellos recursos humanos formados en ambientes de excelencia. Al menos así piensan quienes adversan este proceso, pero no siempre es así: ellos mismos se sorprenderían de las facultades y destrezas con las que compiten nacionales de países emergentes en el contexto del desarrollo, de modo que la regla no es matemática.

          Lo que sí es cierto es que sin una mejoría inmediata de los niveles educativos será muy difícil competir con éxito. Dicho de otro modo: se abrieron las puertas para todos, y eso trae consecuencias negativas para los que reciben la competencia exterior, y positivas para quienes son capaces de competir internamente y externamente. Por supuesto, me estoy refiriendo al sesgo humano que tanto preocupa a sectores académicos con conciencia social, no estoy generalizando acerca del fenómeno global.

          En resumen: la oposición a la Globalización presenta los matices que ya hemos señalado y, por las razones expuestas, la llamada “Anti-globalización”, como expresión radical y reaccionaria, es el otro extremo del péndulo. No parece razonable pensar que logrará sus objetivos, ya que hacerlo es colocarse en la acera de enfrente de los desarrollos tecnológicos y esto sería anti-histórico, de modo que puede preverse, eso sí, que las fuerzas regulatorias de la izquierda en su vertiente demócrata, podrían matizar jurídicamente los efectos globales, pero siempre desde la perspectiva del que se resiste a algo, que no es la misma del que tiene el futuro en sus manos.

          Por último, una mínima reflexión sobre el destino de las instituciones políticas del mundo occidental. Si observamos con objetividad los acontecimientos históricos del siglo XX hallaremos que surgieron instituciones cada vez más universales. Es el caso de la Sociedad de las Naciones (1919), primero, y de las Naciones Unidas (1945), después. Pero también es el caso de una de las experiencias históricas más asombrosas: la Comunidad Económica Europea (1957), antecedente de la Unión Europea (1993). También, sumamos a la lista de ejemplos el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, USA y México (1994),  que ha producido resultados asombrosos. Y, también, los grandes avances que ha dado la Corte Penal Internacional (2002), en cuanto a la universalización de algunos delitos vinculados con la humanidad.

          Todos estos avances señalan un camino: un paulatino acuerdo acerca de algunos temas comunes para la sociedad internacional que, razonablemente, nos llevan a pensar que este proceso lejos de detenerse seguirá acelerándose. Recordemos, por otra parte, que estos avances son fundamentalmente institucionales, basados en el Derecho Internacional Público y que, como suele suceder, van naturalmente a la saga de los acontecimientos económicos y tecnológicos. Difícilmente este sector podría pasar de la retaguardia a la vanguardia del proceso de Globalización.

          Sólo me falta detenerme, una vez más y aunque sea someramente, en un malentendido bastante extendido que, como todos los entuertos, responde a una reducción elemental del asunto. Me refiero a la creencia de que el proceso globalizador atenta contra las particularidades o, también, que será imposible porque las particularidades lo determinan así. En verdad, lo que la experiencia histórica reciente nos señala es que la Globalización estimula la búsqueda y relanzamiento de las particularidades, porque lo singular comprende que para competir en el contexto plural es imperativo que fortalezca lo propio. El temor que conduce a creer que la Globalización puede arrasar con las particularidades, sin embargo, no es baladí: es sentido por quienes no experimentan suficiente fortaleza para defender y hacer valer lo propio, pero no porque el proceso en sí se proponga barrer con las particularidades. Todo lo contrario, para competir exitosamente en el juego globalizador, como en todo juego, se necesita determinar las fortalezas y debilidades con que nos colocamos en el campo. Eso sí, el juego es duro y exigente, pero si se alcanza el éxito, pues la victoria es larga y extendida.

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