Mucho se ha escrito sobre este clásico de la teoría política, la historia y la sociología de Alexis de Tocqueville (1805-1859), pero como suele suceder con los textos clásicos, son inagotables y admiten muchas y variadas lecturas. Recordemos que Tocqueville no fue a los Estados Unidos de América a indagar en los temas que aborda en este libro, fue a informarse sobre el sistema penitenciario para poder escribir un informe, y su estadía se prolongó por nueve meses a partir del 11 de mayo de 1831. La primera edición salió de la imprenta en 1835, en francés, naturalmente. De modo que este es un caso típico de alguien que se moviliza por un motivo y termina abrazando otro no previsto. No obstante, el inicial fue cumplido, ya que Del sistema penitenciario en los Estados Unidos y de su aplicación en Francia fue publicado en 1833, cumpliendo el cometido que el abogado Tocqueville y su compañero de viaje Gustave de Beaumont (1802-1866), se habían propuesto, y que motivó el viaje.

Muy pronto nuestro autor va a abandonar el ejercicio del derecho y se va a entregar a la vida política y a la creación intelectual. En el primer ámbito fue diputado, canciller y vice-presidente da la Asamblea Nacional de Francia, en el segundo no sólo es el autor de La Democracia en América sino de un libro extraordinario, también: El antiguo régimen y la revolución (1856). Pero he aludido dos obras centrales suyas, hay otras que fueron recogidas en sus Obras Completas, que comprenden nueve tomos, y fueron publicadas póstumamente, a partir de 1860. Por otra parte, conviene recordar que el libro que nos mueve a escribir estas líneas se publicó en dos volúmenes, el primero en 1835 y el segundo en 1840.

Nuestras observaciones se referirán a tres temas que Tocqueville aborda y nos resultan centrales: el de la tiranía de la mayoría, como una de las amenazas mayores que enfrenta la democracia; el del tejido cultural asociacionista que prosperó en los Estados Unidos desde sus inicios como trama nacional y, finalmente, el del papel de las mujeres en aquella joven y fervorosa democracia que el autor auscultó hasta los tuétanos en su viaje, acompañado por Beaumont. No solo recorrieron el norte hasta Canadá, sino que bajaron al sur hasta Tennesee, Alabama, Georgia y Nueva Orléans.

Vamos a utilizar la traducción al español del Fondo de Cultura Económica de México, con introducción de Enrique González Pedrero y traducción de Luis R. Cuéllar, reimpresa innumerables veces desde que se reeditó corregida en 1957. Comencemos por consignar la sorpresa que representó para Tocqueville su estadía estadounidense. Así lo afirma en la Introducción de la obra: “Entre las cosas nuevas que durante mi permanencia en los Estados Unidos, han llamado mi atención, ninguna me sorprendió más que la igualdad de condiciones.” (Tocqueville, 200: 31). Y más adelante, refiriéndose a la misma nación, apunta: “Hay un país en el mundo donde la gran revolución social de la que hablo parece haber alcanzado casi sus límites naturales. Se realizó allí de una manera sencilla y fácil o, mejor, se puede decir que ese país alcanza los resultados de la revolución democrática que se produce entre nosotros, sin haber conocido la revolución misma.” (Tocqueville, 2009:39).  Ambos aspectos son de importancia: la igualdad natural en la dinámica social norteamericana (no había nobleza) y el alcance de la democracia sin los traumas de la revolución francesa. Primera señal que enarbola el autor del método de análisis comparado que sostiene toda la obra.

La tiranía de la mayoría

 Son varias las páginas que le dedica Tocqueville a este tema álgido de la democracia en sus primeras décadas en Norteamérica. Y lo hace con angustia porque si bien encuentra razones para que en democracia la mayoría se imponga, no deja de preocuparle el estado de indefensión de las minorías. Lo expresa así: “¿Cuándo un hombre o un partido sufre una injusticia en los Estados Unidos, ¿a quién queréis que se dirija? ¿A la opinión pública? Es ella la que forma la mayoría. ¿Al poder ejecutivo? Es nombrado por la mayoría y le sirve de instrumento pasivo. ¿A la fuerza pública? La fuerza pública no es otra cosa que la mayoría bajo las armas. ¿Al jurado? El jurado es la mayoría revestida del derecho de pronunciar sentencias. Los jueces mismos, en ciertos Estados son elegidos por la mayoría. Por inicua o poco razonable que sea la medida que os hiere, os es necesario someteros a ella.” (Tocqueville, 2009: 258-259).

Como se desprende de la cita precedente, la minoría no tiene cómo defenderse. La justicia no le auxilia. No olvidemos que esto lo advierte el autor en 1831, de entonces a nuestros días el valor de la ley y la justicia han crecido en los Estados Unidos, y la tensión entre estos factores en juego suele decantarse a favor de la justicia, a pesar de que vaya en contra de la mayoría. No obstante, la amenaza que advierte Tocqueville es real entonces y, en menor medida, ahora, y sigue cocinándose en el fogón del ideal igualitario que, llevado a su extremo, puede vulnerar los derechos del individuo. Lo expresa claramente: “La omnipotencia en sí misma es una cosa mala y peligrosa…No hay sobre la Tierra autoridad tan respetable en sí misma, o revestida de un derecho tan sacro, que yo quiera dejar actuar sin control y dominar sin obstáculos. Cuando veo el derecho y la facultad de hacer todo a cualquier potencia, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, sea que se ejerza en una monarquía o en una república, yo afirmo que allí está el germen de la tiranía.” (Tocqueville, 2009: 258).

No cabe la menor duda de que acierta nuestro autor, y coincide con otro autor al que mucho le preocupaba el tema: John Stuart Mill (1806-1873), otro liberal que, como tal, siempre le preocuparon los derechos individuales y cómo en el ejercicio del poder por parte de la mayoría las minorías quedaban en una situación vulnerable, que solo el imperio de la ley y la justicia podía proteger. También le interesa este tema al maestro Norberto Bobbio (1909-2004), pero esto es “harina de otro costal.”

Por su parte, no olvida Tocqueville que James Madison tenía una plena conciencia de esta amenaza que blandía la democracia una vez implantada, y de hecho lo cita, escogiendo el párrafo perfecto. Dice Madison: “Es de gran importancia en las repúblicas, no solamente defender a la sociedad contra la opresión de quienes la gobiernan, sino también garantizar a una parte de la sociedad contra la injustica de la otra. La justicia es la meta a donde debe tender todo gobierno; es el fin que se proponen los hombres al reunirse.” (Tocqueville, 2009: 265). Imposible olvidar que en la nuez del liberalismo está el defender a la nación de sus gobernantes; de hecho no exagera quien afirme que el liberalismo nació de esta relación tensa en la que la gente se defiende de quienes la gobiernan, de los abusos de quienes la gobiernan.

La clave del asociacionismo

 En este punto del asociacionismo Tocqueville dio en la diana. Afirma: “Los norteamericanos de todas las edades, de todas las condiciones y del más variado ingenio, se unen constantemente y no sólo tienen asociaciones comerciales e industriales en que todos toman parte, sino otras mil diferentes: religiosas, morales, graves, fútiles, muy generales y muy particulares. Los norteamericanos se asocian para dar fiestas, fundar seminarios, establecer albergues, levantar iglesias, distribuir libros, enviar misioneros a las antípodas, y también crean hospitales, prisiones y escuelas…Siempre que a la cabeza de una nueva empresa se vea, por ejemplo, en Francia al gobierno y en Inglaterra a un gran señor, en los Estados Unidos se verá, indudablemente, una asociación.” (Tocqueville, 2009:473).

La diferencia no es menuda, sin duda. Sobre todo si tomamos en cuenta la sistemática acusación de individualista que pesa sobre la sociedad norteamericana desde hace muchos años. ¿Individualismo en una sociedad que todo lo construye mediante un tejido social cooperativo? Pues sí, porque como reza el refrán “lo cortés no quita lo valiente” y, en efecto, en los Estados Unidos hay un acendrado individualismo y un enfático asociacionismo. Ambos vectores no coliden, van hacia el mismo lugar. No se excluyen uno a otro y, por lo contrario, esta debe ser una de las claves del desarrollo estadounidense que Tocqueville advirtió con su aguda perspicacia.

¿Por qué prosperó hasta el delirio este tejido asociacionista en los Estados Unidos y en otros países del nuevo mundo no? Es una pregunta que toca la puerta de los sociólogos y psicólogos sociales y supera las pretensiones de este ensayo, pero no por ello deja de ser pertinente formularla. Es evidente que los trámites que supone toda asociación para su funcionamiento son democráticos, necesariamente dialogantes, forzosamente consultivos y, por supuesto, en las antípodas del funcionamiento autoritario y vertical de otras organizaciones, como las fuerzas armadas, la iglesia, algunas empresas, por solo citar tres ejemplos evidentes. De modo que un ciudadano norteamericano de 1831 ya acudía en su vida cotidiana a varias asociaciones que se manejaban bajo parámetros democráticos en la medida en que sus gobiernos eran colectivos, y respondían a la voluntad y vigilancia de la mayoría. En otras palabras, el gimnasio democrático era de asistencia cotidiana.

El papel de las mujeres

 El tema tiene la mayor importancia sociológica. Nuestro autor comienza por afirmar: “En casi todas las naciones protestantes, las jóvenes son mucho más libres en sus acciones que en los pueblos católicos.” (Tocqueville, 2009:545). Luego explica cómo las mujeres son educadas en camino hacia la libertad. Dice: “Mucho tiempo antes de que la joven norteamericana haya llegado a la edad de casarse, se la empieza a sacar poco a poco de la tutela maternal, y no bien ha salido de la infancia, cuando ya piensa por sí sola, habla libremente y obra también por sí.” (Tocqueville, 2009: 545). Más adelante va a apuntar que la mujer norteamericana no se casa para crecer, sino que contrae matrimonio cuando ya ha crecido. De modo que el matrimonio no es un camino a la emancipación del yugo paterno, como en otras sociedades, sino que los márgenes de libertad de la casa paterna son grandes y la mujer se casa con plena conciencia, según nuestro autor. Afirma, además, que esa es la razón por la cual la mujer se casa con una edad suficiente y no precozmente.

Concluye Tocqueville con este párrafo que citamos: “En cuanto a mí, no olvidaré decir que, aunque en los Estados Unidos no salga la mujer del círculo doméstico y en ciertos respectos sea muy dependiente, en ninguna parte su posición me ha parecido más elevada, y si ahora me aproximo al fin de este libro, en que he mostrado tantas cosas importantes hechas por los norteamericanos, me preguntan a qué se debe atribuir el progreso singular y la fuerza y prosperidad crecientes de este pueblo, respondería sin vacilar que a la superioridad de sus mujeres.” (Tocqueville, 2009:556). La afirmación es contundente, no deja lugar a dudas, de modo que con más razón debemos atenderla. La pregunta que se nos presenta es redonda: ¿Hay una relación entre la singular educación de la mujer norteamericana en el hogar paterno y la democracia estadounidense? Pues sí la democracia requiere de ciudadanos libres y conscientes de sus responsabilidades, deberes y derechos, lo cierto es que la mujer norteamericana de 1830, a juzgar por lo dicho por Tocqueville, había dado pasos hacia su emancipación más sólidos que los que se advertían en Francia que era, como sabemos, el punto de comparación central de nuestro autor. Veamos ahora dos aspectos anotados por Tocqueville en las conclusiones del primer tomo de La democracia en América.

Conclusiones

 El francés vaticina que las regiones de México colindantes con los Estados Unidos terminarán en manos de este, tal y como ocurrió pocos años después. Dice: “Más allá de las fronteras de la Unión se extienden, del lado de México, vastas provincias que carecen todavía de habitantes. Los hombres de los Estados Unidos penetrarán esas soledades antes de aquellos mismos que tienen derecho a ocuparlas. Se apropiarán el suelo, se establecerán en sociedad y, cuando el legítimo propietario se presente al fin, encontrará el desierto fertilizado y a extranjeros tranquilamente asentados en su heredad.” (Tocqueville, 2009: 380).

A esta suerte de profecía se suma otra. Recordemos que estamos en 1831. Afirma nuestro autor: “Hay actualmente sobre la Tierra dos grandes pueblos que, partiendo de puntos diferentes, parecen adelantarse hacia la misma meta: son los rusos y los angloamericanos.” (Tocqueville, 2009: 382). Sorprendente y, por supuesto, fruto de un espíritu libre que se aventuraba con conjeturas. Si hubiese sido un “científico social” de nuestro tiempo, no se hubiese permitido estos vaticinios asombrosamente certeros.

La democracia en América es una mina inagotable. Lo he leído varias veces. He participado en cuatro seminarios sobre esta obra clásica y no deja de sorprenderme. La riqueza de este libro estriba en la variedad de intereses que tocaban la puerta de su autor, la perspicacia en el análisis, y la libertad en la escogencia de los temas. Se pasea por asuntos antropológicos, políticos, económicos, culturales, de psicología social, sociológicos, jurídicos, religiosos y los relativos a las costumbres. No desdeña el detalle, por nimio que sea, si este le revela un sesgo definitorio de aquella nación que abrazaba la democracia como destino. Además, y no es un dato subalterno, está sabrosamente escrito. Es un libro ameno, que invita a la lectura. Muy lejos de los “ladrillos” con que nos topamos con frecuencia.

En toda la obra está presente un matiz de religión comparada, ya que el católico Tocqueville estaba tomándole el pulso a una nación protestante, y no pocas claves están allí, en lo mismo que años después advirtió Max Weber (1864-1920) en La ética protestante y el “espíritu” del capitalismo (1905), otro libro esencial para comprender ese fenómeno histórico que representan los Estados Unidos de América. Hasta aquí estas notas sobre tres asuntos axiales abordados por Tocqueville y dos premoniciones cumplidas.

Bibliografía

BOBBIO, Norberto (1992). Liberalismo y democracia. Fondo de Cultura Económica, México.

TOCQUEVILLE, Alexis de (2009). La democracia en América. Fondo de Cultura Económica, México.

WEBER, Max (2001). La ética protestante y el “espíritu” del capitalismo. Alianza Editorial, Madrid.

 

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