Trabajaremos con la edición mexicana del libro On democracy, publicado por Robert Dahl (1915-2014) en 1998, por primera vez. A esta edición en español la editorial Taurus le añadió un subtítulo que no estaba en la edición original “Una guía para los ciudadanos”, por supuesto, con autorización de su autor. Es una edición del año 2005 y, como toda buena guía, la de Dahl comienza con consideraciones históricas sobre la democracia, sin que el interés histórico sea su foco principal. Sobre este período de gestación en los pueblos primitivos, las observaciones de nuestro autor son precisas e iluminadoras. Obviamente, no se trataba todavía de la democracia ateniense ni de la romana, pero sí había fórmulas que convocaban a la voluntad de la mayoría de la tribu a tomar decisiones.
Aquella dupla democrática Grecia-Roma se extinguió con el asesinato de Julio César en el año 44 a.C y se necesitaron mil años para que resurgiera el espíritu de la democracia en las ciudades-Estado del norte de Italia. Por qué la democracia hibernó durante 10 siglos y de pronto resurgió, es algo que todavía merece explicaciones. Por otra parte, cuando señalamos estos antecedentes estamos lejos de las democracias liberales representativas modernas. No obstante, las advertimos como antecesoras, sin la menor duda. Aquel resurgir italiano se dio en pequeñas ciudades, al igual que en Grecia y, también, restringida la participación a las élites. Por su parte, John Hirst en su inteligente resumen, Una historia de Europa, apunta que la causa por la que la democracia resurgió en Italia fue la ciudad, ya que: “La variedad y la vitalidad de la ciudad marcaron la vida de todos los grupos sociales.” (Hirst, 2017: 133). La observación es neurálgica: fue en la ciudad griega y en la italiana donde brotó la democracia, como si este terreno urbano fuese el apto para que prosperara y, en efecto, así lo fue. No exagera quien afirme que la democracia es un fenómeno urbano.
Será luego cuando se formen los parlamentos en Gran Bretaña, Suiza, Holanda y los países escandinavos, y entonces los nobles y los “hombres libres” se avendrán a la práctica de la deliberación. Por cierto, señala Dahl que los vikingos libres se reunían en una corporación denominada Ting, hacia el año 900 d.C. Incluso, apunta algo todavía más interesante: “Cuando los vikingos se aventuraron hacia el oeste y llegaron a Islandia, transplantaron sus prácticas políticas y en diversas localidades recrearon un Ting. Pero hicieron algo más: anticiparon la posterior aparición de los parlamentos nacionales en otros lugares; en el 930 d.C. crearon una especie de supra-Ting, el Althing o Asamblea Nacional, que durante tres siglos siguió siendo la fuente del derecho islandés hasta que los islandeses fueron finalmente subyugados por Noruega.” (Dahl, 2005:27). ¿Será pertinente preguntarse entonces, si el desarrollo excepcional de la democracia parlamentaria de los países escandinavos no encuentra causa en estos lejanos antecedentes? Pues no luce descabellado considerarlo y es toda una línea de investigación a transitar.
En ese camino, habrá que atender a este párrafo de Dahl: “Cómo evolucionó el parlamento desde estos comienzos es una historia demasiado larga y compleja para resumirla aquí. Hacia el siglo XVIII, sin embargo, tal evolución había conducido a un sistema constitucional en el que el rey y el parlamento estaban cada uno limitado por la autoridad del otro; dentro del parlamento, el poder de la aristocracia hereditaria en la Cámara de los Lores estaba compensado por el poder del pueblo en la Cámara de los Comunes; y las leyes promulgadas por el rey y el parlamento eran interpretadas por jueces que la mayoría de las veces, aunque no siempre, eran independientes del rey y del parlamento.” (Dahl, 2005: 28).
Pero no olvidemos que los electores de estos señores eran muy pocos, tan tarde como 1832 en Gran Bretaña tan sólo votaba el “5% de la población mayor de veinte años.” (Dahl, 2005: 31). En el caso venezolano, en la constitución de 1830, en su artículo 14, quedaba establecido el universo electoral: “Art. 14º – Para gozar de los derechos de ciudadano se necesita: (1) Ser venezolano. (2) Ser casado o mayor de veintiún años. (3) Saber leer y escribir. (4) Ser dueño de una propiedad raíz cuya renta anual sea de 50 pesos, o tener una profesión, oficio o industria útil que produzca cien pesos anuales sin dependencia de otro en clase de sirviente.” (Arráiz Lucca, 2007: 26-27). Como vemos, se trata de un universo reducidísimo, semejante al 5% británico. De allí que José Gil Fortoul en su Historia Constitucional de Venezuela se refiriera a las “oligarquías conservadoras y liberales”, ya que estaban conformadas por pequeños grupos de propietarios, hombres, que ejercían el derecho de ciudadanía y, en rigor etimológico, constituían una oligarquía.
«…Con una adecuada comprensión de lo que exige la democracia y la voluntad de satisfacer sus requerimientos, podemos actuar para preservar las ideas y prácticas democráticas y, aún más, avanzar en ellas.»
Sigue Dahl avanzando, y antes de fijar sus cinco criterios básicos para la determinación de la democracia, nos regala un párrafo que difícilmente no se suscribiría. Afirma: “La democracia, tal parece, es un tanto incierta. Pero sus posibilidades dependen también de lo que nosotros hagamos. Incluso aunque no podamos contar con impulsos históricos benignos que la favorezcan, no somos meras víctimas de fuerzas ciegas sobre las que no tenemos control. Con una adecuada comprensión de lo que exige la democracia y la voluntad de satisfacer sus requerimientos, podemos actuar para preservar las ideas y prácticas democráticas y, aún más, avanzar en ellas.” (Dahl, 2005: 33).
«…buscamos la democracia, pero no nos educamos en ella.»
El tema es familiar para los venezolanos, y abre un abanico de preguntas que vienen al caso. Formulo algunas: ¿en las instituciones en las que nos formamos y hacemos vida se observan prácticas democráticas? Me refiero a la familia, la escuela, el bachillerato, la universidad, el trabajo, los gremios, los clubes sociales, los equipos deportivos, los condominios, los partidos políticos. ¿En todas estas corporaciones se toman decisiones mediante trámites democráticos? En algunas quizás sí, pero en muchas otras no y, por lo contrario, no son pocas las que son cooptadas por un caudillo o una camarilla y las prácticas democráticas brillan por su ausencia. Como vemos, el tema no es menor y cualquiera podría reducirlo a una paradoja: buscamos la democracia, pero no nos educamos en ella. El clima predominante no es el de un Estado de Derecho, ni el de una asamblea deliberante, sino más parecido al de un cuartel donde hay fidelidades, traiciones, incondicionalidades y poco parecido al imperio de la Ley. No parece ser éste el clima donde se educan los ciudadanos que la democracia requiere para su razonable funcionamiento. Volvamos a Dahl.
Enunciemos los cinco criterios para la determinación de un gobierno democrático de Dahl: 1) Participación efectiva. 2) Igualdad de voto. 3) Comprensión ilustrada. 4) Control de la agenda. 5) Inclusión de los adultos. Remitimos a su obra a quienes tengan interés por comprender a fondo sus criterios.
Refirámonos a una afirmación de oro que nos regala el profesor de Yale. Afirma: “El problema quizá más persistente y fundamental de la política es el de evitar el gobierno autocrático. Durante toda la historia conocida, incluyendo nuestra propia época, los líderes guiados por megalomanía, paranoia, interés propio, ideología, nacionalismo, creencias religiosas, convicciones de superioridad innata, o puro impulso y sentimiento, han explotado las excepcionales capacidades del Estado para la coerción y la violencia con el objetivo de ponerlas al servicio de sus propios fines. Los costes humanos del gobierno despótico rivalizan con los de la enfermedad, la hambruna y la guerra.” (Dahl, 2005:57). En este párrafo hay muchas perlas, escojamos una: “las excepcionales capacidades del Estado para la coerción.” Ciertamente, el monopolio de la violencia que tiene el Estado moderno es abrumador y la capacidad para imponer criterios por parte de quienes detentan el gobierno del Estado es gigantesca. Esto los venezolanos lo hemos vivido en carne propia no sólo en años recientes, sino durante las dictaduras de Castro (1899-1908), Gómez (1908-1935) y la década militar (1948-1958), cuando el gobierno ejerció su poder despótico en contra de sus adversarios, moviéndose por una lógica militar (no política) según la cual no hay adversarios sino enemigos a vencer y “exterminar”, según la versión fascista.
En el capítulo de las ventajas de la democracia, Dahl ofrece una lista de 10. Conviene reproducirlas aquí: “1) La democracia ayuda a evitar el gobierno de autócratas crueles y depravados. 2) La democracia garantiza a sus ciudadanos una cantidad de derechos fundamentales que los gobiernos no democráticos no garantizan ni pueden garantizar. 3) La democracia asegura a sus ciudadanos un ámbito de libertad personal mayor que cualquier alternativa factible de la misma. 4) La democracia ayuda a las personas a proteger sus propios intereses fundamentales. 5) Sólo un gobierno democrático puede proporcionar una oportunidad máxima para que las personas ejerciten la libertad de autodeterminarse, es decir, que vivan bajo las leyes de su propia elección. 6) Solamente un gobierno democrático puede proporcionar una oportunidad máxima para ejercitar la responsabilidad moral. 7) La democracia promueve el desarrollo humano más plenamente que cualquier alternativa factible. 8) Sólo un gobierno democrático puede fomentar un grado relativamente alto de igualdad política. 9) Las democracias representativas modernas no se hacen la guerra entre sí. 10) Los países con gobiernos democráticos tienden a ser más prósperos que los países con gobiernos no democráticos.” (Dahl, 2005: 72).
«…esos regímenes parlamentarios en su mayoría nacieron de la dialéctica entre el poder del monarca y los nobles reunidos en asamblea. Es decir, nacieron de un balance entre poderes, hecho esencial a la democracia.»
El último punto es cierto, al igual que todos los anteriores. Si tomamos por bueno el IDH (Índice de Desarrollo Humano) de las Naciones Unidas, elaborado por el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), para 2017 de los 20 primeros Estados sólo 2 no tienen gobiernos democráticos: Singapur y Hong Kong. La lista es como sigue: 1) Noruega. 2) Australia. 3) Suiza. 4) Alemania. 5) Dinamarca. 6) Singapur. 7) Países Bajos. 8) Irlanda. 9) Islandia. 10) Canadá. 11) Estados Unidos. 12) Hong Kong. 13) Nueva Zelanda. 14) Suecia. 15) Liechtenstein. 16) Reino Unido. 17) Japón. 18) Corea del Sur. 19) Israel. 20) Luxemburgo. Recordemos que el IDH mide tres variables: salud, educación y riqueza. Por otra parte, no deja de ser interesante observar que la mayoría son Estados con sistemas de gobiernos parlamentarios. Es decir, naciones donde el trámite democrático es diario, donde la negociación es permanente, donde el balance entre los poderes está en operación siempre, incluido el cuarto poder: los medios de comunicación. Además, esos regímenes parlamentarios en su mayoría nacieron de la dialéctica entre el poder del monarca y los nobles reunidos en asamblea. Es decir, nacieron de un balance entre poderes, hecho esencial a la democracia.
Por último, veamos lo que apunta Dahl sobre la democracia y la economía de mercado: “Durante los dos últimos siglos, socialistas, planificadores, tecnócratas, y muchos otros alimentaron visiones en las que los mercados serían amplia y permanentemente reemplazados –o al menos eso creían- por procesos más justos, mejor ordenados y planificados, de toma de decisiones económicas sobre la producción, el establecimiento de los precios, y la distribución de bienes y servicios. Estas visiones prácticamente se han desvanecido en el olvido. Con independencia de los defectos que pueda tener una economía de mercado, parece ser la única opción para los países democráticos en el nuevo siglo.” (Dahl, 2005: 205).
«…la democracia es impensable sin libertades económicas, mientras el despotismo tolera libertades económicas controladas.»
Lo que no es cierto es lo contrario: una economía de mercado puede funcionar en un régimen no democrático. La realidad chilena en su momento lo confirmó, Singapur y China hoy en día lo refrendan. No deja de ser una paradoja inquietante: la democracia es impensable sin libertades económicas (aunque ha tolerado altos niveles de intervención estatal a la luz de políticas keynesianas), mientras el despotismo tolera libertades económicas controladas. Hay quienes sostienen que una vez que la nación tiene libertades económicas falta poco para que quiera las políticas. Es posible, pero querer no es poder. Las élites gobernantes de estos sistemas sin libertades políticas no suelen entregar su poder a las fuerzas democráticas fácilmente. En aferrarse al poder se les va la vida; de allí que la democracia muchas veces haya sido alcanzada por la vía de la fuerza. Otra paradoja.
Por último, hemos seleccionado un libro de Dahl de su obra que, sin ser vasta, comprende otros títulos. Dahl vivió 98 años y estuvo activo durante su senectud, cuando sus críticas a la democracia norteamericana no se hicieron esperar. En particular la obra How Democratic is the American Constitution?, publicada en 2002. Concluyamos con palabras del profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid, Fernando Vallespín, quien al momento de morir Dahl, afirmó en ofrenda de despedida: “Hace años, en 2001, fue nombrado doctor honoris causa por la universidad Complutense de Madrid, junto con otro grande de la teoría democrática, Giovanni Sartori, y el genial Albert Hirschman, a quien también perdimos hace poco más de un año. Mantenía el mismo porte de patricio de Nueva Inglaterra y sorprendió por esa modestia de la que solo son capaces los mejores. En público y en privado no dejó de llamar la atención sobre su máxima preocupación en esos momentos, el peligro que para la salud democrática significaban la globalización y la concentración del poder económico. Como siempre, resultó profético. Me temo que habrá que esperar mucho para encontrar otra figura de su talla humana e intelectual.” (Vallespín, 2014: obituario).
Bibliografía
ARRÁIZ LUCCA, Rafael (2007). Venezuela: 1830 a nuestros días. Caracas, editorial Alfa, Biblioteca Rafael Arráiz Lucca.
DAHL, Robert (2005). La democracia. Una guía para ciudadanos. México, editorial Taurus.
GIL FORTOUL, José (1930).Historia constitucional de Venezuela. Caracas, Parra León hermanos Editores.
HIRST, John (2017). Una historia de Europa. Barcelona, editorial RBA.
VALLESPÍN, Fernando (2014). “Robert Dahl, teórico de la democracia”. Madrid, diario El País, 11 de febrero.