Migrar siempre supone dar un salto de fe hacia lo desconocido; significa dejar atrás una forma de vida y cambiarla por otra que, si bien parece mejor, requiere de cambios importantes y de un proceso de reconstrucción personal.
La historia de un migrante comienza cuando decide desplazarse a otro país en busca de mejores condiciones. Esto puede significar, por ejemplo, la búsqueda de una mayor libertad política o de mejores oportunidades laborales que le brinden estabilidad económica.
Si bien cada experiencia es única y representa su propio conjunto de deseos y luchas, hay algo que es universal para todo migrante, se enfrenta un estado de incertidumbre porque existe un sueño y, para cumplirlo, hay que recomenzar. Nuevo país, nueva cultura, a veces nuevo idioma, nuevas tradiciones y nuevos referentes.
El migrante responsable trata de asimilar una forma de vida que puede ser opuesta a la de su país de origen. Necesita entender cómo manejarse en cada actividad que debe realizar en su cotidianidad e intenta actuar como un ciudadano más para ser aceptado como tal.
La política es una de las áreas de la vida social a las que un migrante debe prestar más atención, ya que puede influir de forma directa en las oportunidades y dificultades que conseguirá a partir de ese momento.
Cuando un migrante llega al país receptor, se inicia un doble proceso. Por un lado, busca adaptarse y, al mismo tiempo, intenta permanecer conectado con su pasado reciente. De esta forma, esta persona no sólo transforma su cultura política, sino que puede, potencialmente, transformar la de sus conocidos y familiares al transmitirles información sobre las prácticas de una sociedad, que por alguna u otra razón, ofrece una mejor forma de vida.
Un poderoso ejemplo de ello es la población migrante mexicana que hace vida en Estados Unidos. En 2005, los líderes de organizaciones de migrantes que residen en este país, empujaron y gestionaron el establecimiento de sus derechos políticos para incidir en las elecciones a realizarse en México. Lo anterior dio paso a las reformas electorales federales que posibilitaron a los mexicanos en el extranjero ejercer su voto en las elecciones para Presidente de la República en 2006. Además, algunas entidades federativas, como Michoacán y Zacatecas, reformaron sus códigos estatales electorales para integrar a los migrantes a los congresos locales como “Diputados Migrantes” y, en el caso de Michoacán, como votantes para elegir al gobernador de ese estado[1].
La democracia, más que una forma de gobierno es un estilo de vida, un conjunto de valores que sirven para relacionarnos en armonía. La democracia es deseable, se puede enseñar y también se puede aprender a través de la experiencia, porque los valores democráticos, que contribuyen a construir una sociedad tolerante, respetuosa y libre, se asimilan en la práctica cotidiana.
El entendimiento de estos valores se refuerza mediante el contacto continuo y se puede potenciar con planes políticos de integración en las comunidades. Hay migrantes que, a pesar de no haber experimentado anteriormente las bondades de la democracia, cuando aprenden a vivir en ella se convierten en férreos defensores de sus ideales de libertad.
Según Steven Finkel (2003)[2], haciendo referencia a estudios llevados a cabo en Polonia, República Dominicana y Sudáfrica, las percepciones de un individuo sobre las condiciones económicas, el desempeño de un gobierno y sus experiencias con autoridades gubernamentales en su vida adulta, pueden afectar sus orientaciones políticas.
Se ha evidenciado que las personas que han experimentado la vida en democracia, aun a corto plazo, les dan más importancia a los valores democráticos, a las instituciones y a la eficacia de la práctica política por medio de la cual sus demandas pueden ser escuchadas y atendidas.
En un caso estudiado por Tobías Pfutze (2014)[3] sobre los resultados de las elecciones municipales llevadas a cabo entre el 2000 y el 2002 en México, se descubrió que por cada incremento del 1% de hogares influenciados por la migración de familiares o personas cercanas a Estados Unidos, aumentaban en un 0.5% las posibilidades de una victoria opositora en los municipios tradicionalmente gobernados por el PRI.
El PRI representaba entonces al poder hegemónico en la historia de la política mexicana, y el cambio causado por el efecto de la migración aumentaba la probabilidad de que un partido diferente tomara posesión por primera vez. Ese caso mostró que los votantes fueron influenciados por las experiencias de los migrantes, no sólo al rechazar la continuación de un gobierno con prácticas contrarias a la democracia, sino también al redescubrir que su voto podía marcar la diferencia.
La transformación de la cultura política se debe a lo que Rosendo (2012) llama la “socialización política”, el proceso en el cual se confrontan valores, códigos y normas de las experiencias del migrante en el país receptor y las costumbres del país emisor. Quiere decir que el migrante desarrolla una visión crítica sobre cómo podría cambiar la manera en la que se desenvuelve la política y los efectos que esto produciría en su país de origen, si se asumieran prácticas similares a las que observa y experimenta en su nuevo entorno.
Esta transferencia de valores también se pudo observar en la población migrante mexicana de Almoloya de Alquisiras. Según un estudio de la CEPAL[4] sobre esta localidad, el 98% de los migrantes retornados de Estados Unidos cuentan con credencial de votación. Este documento es imprescindible para votar en México, lo cual denota un compromiso de la comunidad por participar en elecciones o, por lo menos, tener la intención de hacerlo en un futuro.
Si bien se cree que la democracia se asimila usualmente mediante un largo proceso de exposición y educación que consigue mejores resultados cuando se inicia lo más pronto posible en la vida de la persona, estos resultados de transformación de la cultura política muestran que la democracia también se aprende en la vida adulta gracias a las experiencias vividas.
Resultados similares se han visto en estudios de poblaciones migrantes provenientes de Cabo Verde[5], Moldavia[6], China, Tanzania, Camerún, Cuba, Haití, Yemen, Togo, Ruanda, Gabón[7], cuando estas emigraron hacia democracias asentadas como Estados Unidos, Canadá y algunos países de Europa Occidental. En estos estudios se comprueba cómo los migrantes muchas veces adoptan prácticas que se encuentran en línea con lo que experimentaron bajo un gobierno democrático, dejando atrás ideas autoritarias y, que además tienen interés en replicarlas en su país de origen.
Los migrantes suelen y deben aprender a relacionarse con la política de otra manera. Esto puede significar seguir normas que antes no eran respetadas, formar parte de nuevos procesos políticos o darle una mayor importancia a entes gubernamentales que, por sus experiencias pasadas, parecían estructuras obsoletas incapaces de resolver sus problemas.
Este proceso de aprendizaje tiene la potencialidad de cambiar drásticamente la actitud política de las personas, formando a un nuevo ciudadano que a la vez transmite esta información a sus conocidos. Se extiende de esta manera una red de transformación de la cultura política y de sus valores que puede llegar a los que residen en el país de origen y que también puede asegurar el desarrollo de una visión crítica de los hijos de estos migrantes. Así, la historia familiar es susceptible de convertirse en una lección sobre política y sobre cuáles son las actitudes y comportamientos que contribuyen verdaderamente a una mejor vida para todos.
[1] González, R. (2009). Migrantes mexiquenses y su participación organizada. Recuperado de: https://www.corteidh.or.cr/tablas/26837.pdf
[2] Finkel, S. (2003). CAN DEMOCRACY BE TAUGHT?. Recuperado de: http://constitutionnet.org/sites/default/files/Finkel%20can_democracy_be_taught.pdf
[3] Pftuze, T. (2014). Does Migration Promote Democratization? Evidence from the Mexican Transition. Recuperado de: https://faculty.fiu.edu/~tpfutze/trial2_files/MigrationDemocracy.pdf
[4] Rosendo, A. (2009). Cultura política de migrantes mexiquenses. El caso de Almoloya de Alquisiras. Recuperado de: https://www.corteidh.or.cr/tablas/26837.pdf
[5] Batista, C., & Vicente, P. C. (2011). Do Migrants Improve Governance at Home? Evidence from a Voting Experiment. The World Bank Economic Review, 25(1), 77–104. Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/23029729
[6] Mahmoud, T.; Rapoport, H.; Steinmayr, A.; Trebesch, C. (2014). The Effect of Labor Migration on the Diffusion of Democracy: Evidence from a Former Soviet Republic. Recuperado de: https://ftp.iza.org/dp7980.pdf
[7] Bilodeau, A.; Nevitte, N. (2007). Transitions to democracy among immigrants to Canada: Democratic support and conceptions of democracy. Recuperado de: https://www.researchgate.net/publication/228837166_Transitions_to_democracy_among_immigrants_to_Canada_Democratic_support_and_conceptions_of_democracy