Con la intención de comprender la complejidad del desgaste democrático y la irrupción de las fuerzas populistas en la dinámica contemporánea, propongo un breve primer esfuerzo por despejar dudas sobre el concepto de populismo, a pesar que actualmente no existe un acuerdo teórico claro sobre este.
Son innumerables los opinadores y personalidades que han utilizado alegremente este concepto para identificar algunas prácticas políticas que verdaderamente se ajustan a otros términos. La demagogia, el clientelismo o el personalismo, son elementos que comúnmente se confunden con el populismo. A pesar de que este último puede convivir tranquilamente con muchas y diversas nociones del espectro político (algunas con mayor frecuencia que otras), es fundamental entender que se trata de conceptos muy distintos. Para tratar de entender el populismo, abordaré rápidamente los tres enfoques que he logrado resumir en las diferentes propuestas teóricas y trataré identificar los elementos comunes centrales para alcanzar una suerte de consenso práctico.
«…elementos comunes asociados con la propuesta populista: la supremacía de la voluntad del pueblo y su relación con un líder sin mediación frente a la tradicionalidad institucional.»
En este sentido, destacan al menos tres grandes enfoques sobre el concepto populismo: como movimiento, como ideología o como práctica o lógica política. El primero de ellos, el populismos como movimiento, se basa a partir de los estudios sobre los movimientos políticos ocurridos en Rusia y Estados Unidos de América durante el siglo XIX y luego complementado con otros más recientes. En todos ellos se han identificado elementos comunes asociados con la propuesta populista: la supremacía de la voluntad del pueblo y su relación con un líder sin mediación frente a la tradicionalidad institucional, son dos de los más resaltantes. A pesar de estas similitudes iniciales, su semejanza no es lo suficientemente sólida para entender todos estos movimientos políticos como un sólo a lo largo de décadas y en cada uno de los diferentes escenarios donde surgieron. Las grandes inconsistencias resultantes no permitieron lograr una adecuación en una identidad compartida. En consecuencia, este enfoque ha quedado casi descartado en el debate teórico actual, aunque brindó unas primeras señales sobre los elementos que componen la noción populista.
Por otra parte, el populismo como ideología sugiere entenderlo como una visión del mundo, una forma de expresar intereses y de comprender los fenómenos políticos actuales y pasados. Algunos de los elementos más importantes que sobresalen de esta propuesta se refieren a la regeneración histórica de la soberanía popular y la construcción homogénea de una identidad de pueblo frente a un ellos. Esta diferenciación se basa en el registro dicotómico de amigo-enemigo, y es expresado a través de un liderazgo carismático como representación de aquella identidad común, construida a su vez, sobre las demandas y frustraciones ciudadanas no resueltas por las propias limitaciones de la dinámica institucional. Fundamentados en estos elementos centrales, este enfoque sugiere que el populismo sea una forma de explicar el mundo, una especie de lente dogmático por el cual se pudieran comprender los cambios políticos, sociales y económicos a lo largo de la historia.
«…el populismo puede convivir perfectamente con planteamientos asociados al neoliberalismo o al socialismo, con políticas proteccionistas o de apertura económica, progresistas o más conservadoras.»
La principal inconsistencia de este enfoque recae en la imposibilidad de atribuirle una base social, de adecuarlo a intereses o aspiraciones de un determinado colectivo social, económico, político o de cualquier índole. Se ha observado durante los últimos años que el populismo puede convivir perfectamente con planteamientos asociados al neoliberalismo o al socialismo, con políticas proteccionistas o de apertura económica, progresistas o más conservadoras. El populismo comparte identidad con cualquier clase social, económica o étnica, e incluso hacerlo simultáneamente a varias de estas.
Sin una base social determinada, el populismo se presenta lo suficientemente versátil, flexible y maleable para trascender a la rigidez que suponen las ideologías del siglo XX. Se hace considerablemente difícil utilizar el populismo como un registro para explicar todos los eventos del mundo, para darle una razón histórica a los principales acontecimientos sin poder ajustarlos a determinadas características económicas, sociales o incluso filosóficas que sustenten esos sucesos.
Por último, tomando en consideración los aportes de los enfoques anteriores, el populismo como lógica política brinda una aproximación práctica y amplia sobre su verdadero alcance, dirigiéndose a lo que pareciera un consenso en el plano teórico.
«…el populismo trasciende a cualquier arreglo de las condiciones históricas, pudiendo desarrollarse en diferentes momentos y circunstancias sin que estas determinen su alcance.»
El populismo como lógica política se fundamenta en comprenderlo como una práctica de articulación narrativa de los diferentes contenidos sociales, económicos y/o políticos, brindándole versatilidad sobre cualquier concepción dogmática rigurosa o sobre cualquier circunstancia histórica definida. En otras palabras, pudiera ajustarse a cualquiera de los contenidos ideológicos de la escala izquierda-derecha, nacionalistas-globalistas, en definitiva a cualquier signo ideo-político. De esta misma forma, este enfoque sugiere que el populismo trasciende a cualquier arreglo de las condiciones históricas, pudiendo desarrollarse en diferentes momentos y circunstancias sin que estas determinen su alcance.
Lo esencial de esta articulación se establece a partir de un proceso flexible de construcción discursiva, en la que se identifica un pueblo como sujeto homogéneo con base a las frustraciones colectivas, una frontera interna que separa a un enemigo común responsable y un líder representante de la soberanía de aquel a partir de un vínculo emocional y simbólico. A través de este último y con una excesiva simplificación nominal, se busca suprimir las trabas de la mediación institucional representativa para solventar las innumerables demandas insatisfechas por el sistema.
El populismo se desarrolla con la interacción de todos estos elementos, de forma sistemática en el discurso de un determinado actor político, por lo que abordar estos componentes individualmente nos aleja de la tarea de percibir verdaderamente la lógica populista. Este enfoque nos permite vislumbrar el alcance conceptual del populismo así como la relación con los factores del entorno en el que este se desarrolla. Al plantearse como un lógica, como una construcción discursiva, como una edificación narrativa de todos los elementos anteriores, se hace evidente su atractiva maleabilidad y por tanto las complicaciones para identificarlo a primera vista. Esta narración, como dije anteriormente, se encuentra entremezclada con registros discursivos de otras categorías, inclusive se presentan a través de varios actores claramente alejados por premisas ideológicas diferentes, pero que de forma simultanea comparten la lógica populista como forma de interactuar con su respectivo público. Parece ser entonces, al menos hasta los momentos, que el enfoque del populismo como lógica política es el más útil para comprenderlo en sus verdaderas dimensiones, sin condicionantes sobre el momento y el lugar en el que se desarrolla ni los ajustes que suponen las diferentes estructuras de pensamientos ideológicas.
«…la prevalencia del vínculo emocional entre el líder y el sujeto..llega a ser vista como una de las principales causas de las problemáticas ciudadanas, de las innumerables demandas insatisfechas que han dado cabida a esa la identificación dicotómica del sujeto pueblo frente a otro sujeto enemigo»
Ahora bien, una vez expuestos los diversos enfoques e identificados los elementos que constituyen el populismo, cabe retomar las interrogantes planteadas en el trabajo anterior: ¿el populismo fortifica o debilita la bases del sistema democrático?. Sobre esta relación, pareciera que algunos de sus componentes medulares sugiere al menos, una difícil convivencia con la democracia representativa como la entendemos hasta ahora. Me refiero a la prevalencia del vínculo emocional entre el líder y el sujeto que ha sido determinado como pueblo, en detrimento a la mediación institucional característica del sistema democrático actual. Incluso esta mediación o intervención institucional, identificada como instrumento del establishment, llega a ser vista como una de las principales causas de las problemáticas ciudadanas, de las innumerables demandas insatisfechas que han dado cabida a esa la identificación dicotómica del sujeto pueblo frente a otro sujeto enemigo, responsable de los desajustes sociales, económicos, políticos y/o culturales. La simplificación discursiva de las complejas circunstancias actuales y el rescate de los sentimientos en el primer plano de la vida política, a primera vista se alejan de las nociones de un sistema democrático fuerte, y más allá de evidenciarlos, el populismo pareciera nutrirse de ellos.
En vista de esto y para continuar adentrándonos en el debate, se hace obligatorio entender la importancia de la institucionalidad en el marco democrático, de forma que se pueda evaluar la eventual afectación populista a este sistema y el alcance de la misma; en otros palabras, ahondar sobre esta aparentemente difícil relación, si efectivamente el populismo y la democracia son inevitablemente incompatibles o por el contrario sus diferencias iniciales son superadas en la práctica.