Desde Proyecto Base se nos ha dado la oportunidad de llegar más allá de las aulas de clase y del activismo, con conceptos y discusiones políticas para el público general. Nuestro objetivo de este año fue iniciar una suerte de cortas lecciones sobre la democracia contemporánea y sus problemas más acuciantes. Algunas piezas se han quedado en el tintero, pero las retomaremos con la rutina venidera.

Estas últimas décadas de crisis financieras, guerras contra el terrorismo, agresiva re-ideologización, y revisión del pacto político-social de la postguerra, despliegan en las páginas de opinión y en la literatura politológica contemporánea una angustia que traiciona el optimismo con el que recibimos el siglo. Como demuestran las expresiones de mis compañeros y los distintos autores que citamos, la temática que hemos ido escogiendo está a tono con la renovada ansiedad global sobre la democracia. Es un mérito de los organizadores de Proyecto Base haber logrado reunir a tan diversas firmas en una preocupación común, mirando más allá de la coyuntura y trascendiendo nuestra realidad inmediata.

Con ambas ideas en la mente, decidí cerrar este año de reflexiones políticas con una breve reseña de los libros políticos que más han llamado mi atención durante el año. No todos son libros cuyas prescripciones comparto, pero que creo que reflejan muy bien el espíritu de la época, y posiblemente nos sirvan para revisar en los años por venir. Hago notar que, aunque son casi todos libros escritos originalmente en inglés, doy la información de su edición en castellano, si tal existe.

«Runciman advierte que en las democracias debería asumirse que no hay un criterio establecido para ningún tema, lo cual debería permitir una innovación más audaz, posibilidad que escapa a las burocracias y partidos dominantes por temor a su irrelevancia.»

Uno de los mejores libros del año es How Democracy Ends (Profile Books), del profesor británico David Runciman. Con este libro, que completa una especia de trilogía accidental compuesta por sus dos obras previas, la acerba The Confidence Trap y la lacónica Politics, Runcinam critica a la élite de las democracia occidentales por haber permitido el deslizamiento de los valores democráticos ante sus amenazas más salientes, asumiendo que en efecto los mecanismos institucionales diseñados por los regímenes representativos no han sido suficientemente capaces de resolver los problemas contemporáneos, pero eso porque han estado ancladas en una serie de valores que limitan sus herramientas. Runciman advierte que en las democracias debería asumirse que no hay un criterio establecido para ningún tema, lo cual debería permitir una innovación más audaz, posibilidad que escapa a las burocracias y partidos dominantes por temor a su irrelevancia.

Una posición distinta, que encuentra la falta más en las contradictorias aspiraciones de la población postmoderna -a la vez más exigente en lo material, menos participativa y más cínica- se encuentra en el tomo del politólogo alemán Yascha Mounk, El Pueblo contra la Democracia: Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla(Paidós). Allí, Mounk expresa que la tensión entre las libertades individuales y la voluntad popular se ha profundizado, al generarse una revuelta entre unas sociedades que demandan sobre un demosvariable, con problemas globales y presiones políticas de alcance local. Así sólo crece la desconfianza, estimulada por la constatación de una desmejora relativa en el nivel de vida, el temor a la inmigración y el auge de las redes sociales, cuya inmediatez y revulsión a narrativas impuestas desde el centro es difícil de controlar. La propuesta de Mounk es una democracia más participativa, donde los ciudadanos perciban que no sólo son dueños del voto sino actores relevantes en la decisión.

Esa misma esperanza la asume el filósofo español Daniel Innerarity en su volumen Comprender la Democracia (Gedisa). El autor bilbaíno, que evoca lecturas de Sartori, Savater o Bobbio, abunda en una caracterización de la democracia que recuerda su esencia popular, y que desestima un tanto la crítica liberal persistente en los comentarios contemporáneos. Eso sí, ha de admitirse,el ciudadano que exige Innerarity no es cualquiera, sino que debe ser más que el espectador y consumidor pasivo que hoy prevalece. ¿Cómo alcanzarlo? Reitera los valores que todos conocemos (participación ciudadana, elecciones libres, soberanía nacional, protección de las minorías, primacía del derecho, autoridades independientes, rendición de cuentas, deliberación y, para nuestra sorpresa, la representación y el juicio de los expertos…), pero recordándonos que deben ser observados integralmente, y que su desequilibrio nos tiene en el marasmo actual.

Pero, ¿podemos confiar en nuestros representantes y en el juicio de los expertos? Dos visiones peculiares de esa desafección se encuentran en los libros The Perils of Perception: Why we’re wrong about nearly everything.(Atlantic Press) del encuestador inglés Bobby Duffy, y En Defensa de la Ilustración (Paidós) del psicólogo social canadiense Steven Pinker. Pinker trata de establecer que pese a lo que creemos, este es el mejor de los tiempos posibles: hemos vencido a las endemias y a la pobreza, tenemos más libertades e igualdad, y hemos expandido la base social de una democracia representativa ilustrada. La regresión autoritaria efectiva desmiente el optimismo de Pinker, pero éste sostiene que ello se debe a gríngolas ideológicas sin fundamento en los hechos. Tal cosa nos la confirma Duffy, quien como encuestador jefe de la agencia global Ipsos MORI, habla de la distancia entre los hechos, el conocimiento experto y la opinión pública: cada día más los consensos entre el público sobre datos simples (como el clima, los hábitos sexuales o la importancia de las vacunas) son más débiles, y la polarización lleva a posturas que imponen narrativas morales divergentes que debilitan el espacio público. Esta implicación es para Duffy el hallazgo más importante, y el investigador pide que una actitud crítica sea crecientemente cultivada en nuestra educación.

Los viejos ideólogos de la democracia liberal, como Mill y Tocqueville, esperaban que el público crecientemente racional abandonara sus prejuicios, y autores como Weber y Schumpeter exigían que así lo hiciera el liderazgo. El politólogo norteamericano Francis Fukuyama planteó hace casi tres décadas que ese camino había llegado a su fin con el rechazo de los totalitarismos del siglo XX; sin embargo, la neutralidad axiológica que defiende la democracia liberal parece hoy insuficiente. Por eso, en la cada vez más sugerente obra de este siempre polémico autor, su más reciente título Identity:The Demand for Dignity and the Politics of Resentment (MacMillan) es un aporte singular: la identidad no sólo es el nativismo racial, étino o religioso, sino la identificación del individuo con su comunidad política, con su Estado. Carentes de ella en las sociedades postmodernas, pero necesitados de su fuerza como impulso humano básico, apelamos a placebos y sustitutos que amenazan la existencia común. A su modo, Fukuyama defiende la identidad cosmopolita ilustrada, que implicaba una serie de derechos y deberes que daban agencia a los individuos. Y es en esa agencia restaurada donde podríamos encontrar, más que en la distribución socioeconómica, la solución de nuestra crisis global de identidad.

Termino con una pieza rotundamente académica, que ha sido recientemente premiado como el más visto artículo científico en ciencias políticas del año: State of the field: How to study populism and adjacent topics? A plea for both more and less focus (European Journal of Political Research) del politólogo holandés Matthijs Rooduijn. En nuestra página, el tema del populismo ha sido tocado por autores como Adriana Boersner, Nancy Requena, Ysrrael Camero y especialmente Eladio Manuel Hernández, y la recurrencia del problema -cómo suele abusarse la apelación al pueblo para concentrar el poder- da legitimidad a este interés y al concepto mismo de “populismo”, que admitimos suele ser subvertido por la crítica periodística y el comentario banal. La pieza de Rooduijn, destinada a convertirse en seminal, recorre exhaustivamente la literatura, pidiendo que identifiquemos la esencia del populismo en la relación élites y masas, y no en prácticas socioeconómicas o discursos raciales con los que esta tensión suele confundirse.

Como dijo el viejo profesor George Sabine, los momentos de crisis generan una oportunidad para la redefinición y relectura. Estoy complacido de la oportunidad que Proyecto Base nos ha dado, y agradezco a todos los lectores la oportunidad de conversar sobre nuestra preocupación democrática.

Deseo a todos un año de libertades, en especial la libertad de cuestionar nuestro presente.

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