La victoria en las elecciones presidenciales de Andrés Manuel López Obrador, politólogo nacido en Tabasco en 1953, puede ser comprendida desde diferentes perspectivas. Podemos enmarcarla dentro de la crisis mundial de los sistemas de representación de las democracias contemporáneas, de allí el conjunto de simpatías (o antipatías) globales que despierta en algunos grupos. También puede ser entendida como parte de una ola de rechazo a las reformas económicas del Estado dominantes desde fines del siglo XX. Incluso podría insertarse como una expresión tardía de la corriente de gobiernos que emplean discursos y símbolos de la izquierda anti globalización en América Latina.
Todos estos acercamientos pueden ser útiles para comprender el fenómeno AMLO. Pero, y es acá donde pretendo situarme, debemos acercarnos a este resultado electoral intentando ubicarlo en el marco del devenir mexicano, de las luchas, frustraciones y esperanzas que han movilizado al pueblo mexicano durante las últimas décadas. Hay hitos históricos que debemos repasar para entender las múltiples lecturas que los mexicanos pueden tener del resultado electoral.
El primer hito es centenario. El México contemporáneo es hijo de la Revolución de 1910. Esta frase ha sido repetida en múltiples ocasiones, pero no deja de ser cierta en muchos elementos. Hay en una parte importante del movimiento social y político que ha acompañado a López Obrador que reivindica valores y símbolos de la Revolución Mexicana, empezando por la defensa de una identidad nacional-popular en confrontación con las elites (tradicionales o nuevas), el nacionalismo reactivo contra Estados Unidos y contra la entrada de los capitales privados en sectores sensibles, como la industria petrolera, y el énfasis en la honestidad administrativa y la austeridad republicana, en el sentido que le daba a esto la figura de Benito Juárez.
El segundo hito nos habla de la descomposición del mito de la administración institucionalizada de la Revolución a través del partido político que le dio forma al sistema político mexicano: el PRI. La matanza de Tlatelolco de 1968 representó una ruptura histórica en la relación entre el Estado mexicano y la ciudadanía, expresando al régimen político en su brutal carácter represivo. Posteriormente, la escasa capacidad del Estado para responder al terremoto en 1985, y la aparición de un movimiento de solidaridad ciudadana como alternativa, pueden ser entendidos también como puntos de inicio de una presión social proclive al cambio democrático.
El tercer hito se desarrolla entre 1982 y 1994, pero sus consecuencias pueden extenderse hasta la actualidad. El gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988) representó el inicio de una ruptura histórica con el Estado social mexicano definido en la Constitución de 1917. La apertura económica preparó el terreno para la negociación del posterior Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Estas reformas liberales no fueron aceptadas por todos los actores políticos y sociales. Dentro del PRI emergió una Corriente Democrática que combinó dos agendas, una política y otra económica, la primera insistía en la necesidad de una democratización del régimen político mexicano, la segunda reivindicaba la tradición social heredada de la Revolución. Esa corriente democrática, dentro de la que se encontraba un joven dirigente de Tabasco, Andrés Manuel López Obrador, fue el origen del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Eso nos lleva a un cuarto hito, un inmenso movimiento democratizador se abrió paso desde finales de la década de los años ochenta hasta el año 2000, cuando la victoria de Vicente Fox, empresario proveniente del conservador Partido de Acción Nacional (PAN), pareció mostrar al mundo una transición democrática a la mexicana, pacífica e institucional.
Dentro de este proceso de democratización hay momentos clave, donde participó López Obrador, respaldando la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, o enfrentándose a la maquinaria electoral del Estado priísta como candidato a la gobernación de Tabasco.
La presión social llevó a una reforma política importante durante los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), marcado por las sospechas de fraude, y de Ernesto Zedillo (1994-2000), que condujo a la creación del Instituto Federal Electoral (IFE). La oposición apareció finalmente en el Parlamento mexicano.
En 2000 el Partido Revolucionario Institucional perdió su hegemonía política de siete décadas. Pero la transición a la democracia no estuvo a la altura de las expectativas de todos los mexicanos. El gobierno de Vicente Fox (2000-2006) resultó frustrante para algunos sectores del movimiento democrático que había impulsado los cambios durante las décadas previas. De esta frustración ante el cambio democrático de 2000 viene una parte importante del movimiento social que acompaña hoy a López Obrador.
En el mismo año 2000 Andrés Manuel gana las elecciones para la Alcaldía de DF, de la Ciudad de México. Durante su gestión como Alcalde hizo uso de mecanismos como el referendo y construyó mecanismos novedosos de comunicación con la ciudadanía, aparte de impulsar importantes reformas urbanas en la capital.
Dos factores impulsaron la creciente frustración de una parte de la ciudadanía mexicana con la transición a la democracia que se abrió a partir de 2000, por un lado la expansión de la violencia vinculada a la guerra que emprendió el gobierno de Calderón contra el narcotráfico y, en segundo lugar, la percepción creciente de que la corrupción caracterizaba el funcionamiento del poder. Frente a ambos temas AMLO parece tener posturas diferenciadas respecto a los gobiernos anteriores.
Las elecciones presidenciales de 2006 y 2012 fueron pruebas importantes para López Obrador, y para quienes lo apoyaban. En 2006 es derrotado por Felipe Calderón, del PAN, pero López Obrador no reconoce el resultado electoral y moviliza a miles de personas, como lo había hecho anteriormente al ser derrotado como candidato a la Gobernación de Tabasco (1994), al Zócalo de la capital. En 2012 fue derrotado por Enrique Peña Nieto, del PRI, denunciando también múltiples irregularidades en el proceso electoral y movilizando a otros miles en similar acción.
La distribución geográfica del electorado reflejaba, en ambos casos, una polarización significativa del electorado mexicano, López Obrador triunfaba al sur del país, mientras que en el Norte lograron la victoria los candidatos del PAN y del PRI. El sur, con mayor presencia indígena, ha obtenido menos beneficios del proceso de apertura e integración que el norte, y ese factor pudo haber tenido una influencia en el voto de ruptura que parecía representar López Obrador.
Para las elecciones de 2018 se presentó como candidato de una coalición cuyo eje central era el Movimiento por la Renovación Nacional (MORENA), pero del que también formaban parte un movimiento conservador evangélico, el PES y un PT más radical de izquierda. Los candidatos del PRI y del PAN, Meade y Anaya, cometieron una sucesión de errores durante la campaña. La ventaja de López Obrador fue consistente a lo largo de la misma, ya que parecía representar de una manera más clara los deseos de cambio y de ruptura de una parte importante de la sociedad mexicana. La distribución geográfica del resultado electoral demostró una evolución drástica, López Obrador triunfó en todos los Estados, excepto en uno, dominando norte, centro y sur de México. Asimismo, ganó la mayoría en ambas cámaras del Congreso, y MORENA alcanzó el triunfo en varias gobernaciones. Triunfó López Obrador entre la población con mayor nivel educativo, más joven y con mayor presencia urbana.
Su plataforma programática mezcla reivindicaciones de los movimientos democráticos nacidos a partir de los años ochenta, con una defensa del legado de la Revolución Mexicana en lo que se refiere a la economía y el nacionalismo, lo que podría considerarse una reivindicación del viejo PRI (previo a 1982) estatista, paternalista y con una profunda vocación social.
En diciembre iniciará el mandato que ya propone como el cuarto cambio en la historia de México, siendo el primero la Independencia, el segundo la Reforma, y el tercero la Revolución.
El factor Trump no puede ser dejado de lado al momento de analizar la victoria de AMLO. El rechazo al Presidente de Estados Unidos es generalizado en México, y transversal a todo el espectro político mexicano, lo que se articula con los patrones tradicionales del nacionalismo mexicano. López Obrador era percibido como quien más claramente podría defender los intereses mexicanos frente a Estados Unidos.
Su enfoque moralista del tema económico es una de sus principales debilidades al vincular el acceso a los recursos para los programas sociales a la eliminación de la corrupción, pensando que basta con adecentar la administración, así como hacerla austera, para tener el dinero para pagar la ampliación de las garantías para los derechos sociales y económicos de la población más pobre.
El gabinete que ha hecho público para ser una mezcla sugerente, desde personal que lo ha acompañado desde sus tiempos de Alcalde, profesionales formados en la UNAM y en el Colegio de México, con posgrados y carreras docentes en universidades mexicanas y estadounidenses, con una importante presencia femenina, hasta viejos priistas.
La clave de comprensión se encuentra en descubrir qué tipo de esperanza representa la figura de López Obrador para los mexicanos que votaron por él, y que clase de temores genera en quienes fueron derrotados. ¿A qué narrativa histórica y política pertenece este triunfo? Quedará por dilucidar en el sexenio que se inicia.