Haciendo una presurosa revisión de los acontecimientos políticos en regímenes democráticos durante los últimos años, en diversas latitudes del mundo con las diferencias de cada caso, llama la atención un elemento común en cada uno de ellos. La enérgica irrupción de nuevas e inadvertidas fuerzas políticas, la aparición de actores ajenos a la dinámica partidista tradicional y hasta la consolidación de nuevos métodos de comunicar e imponer una verdad, son algunos de las circunstancias que comparten algunos de los procesos de cambio más importantes del acontecer político reciente.
«Frente a este escenario, el populismo se presenta como una repuesta sistémica, como consecuencia de la falta de una estructura democrática sensible a las nuevas y complejas realidades…»
Un sentimiento de indignación colectiva ante la falta de respuestas a la congestión de demandas, se presenta como una de las consecuencias más evidentes de las fallas del sistema democrático representativo. El distanciamiento entre los representantes y los representados, la inconsistencia entre las acciones y actitudes de aquellos por un lado y los intereses colectivos de estos por otro, sustentan la consolidación de una desconfianza generalizada de la ciudadanía hacia la vida política en su conjunto, sin atender las virtuales diferencias que pudieran existir entre la diversidad de los actores que la componen. El desapego de la disciplina ideológica, la corrupción, el exceso de demagogia, la incompetencia administrativa frente a la diversidad de problemas y la insensibilidad del aparato burocrático, asienta la frustración de una ciudadanía demandante que no espera para expresar su descontento, fortaleciendo la aglomeración de los sentimientos de desafección política.
Como respuesta a este entorno de crisis que se nos presenta el sistema democrático, el resurgimiento protagónico de los sentimientos en el primer plano de la vida política no es de extrañarnos, tanto como resguardo de aquellas aspiraciones acumuladas así como instrumento de interacción con una sociedad frustrada, como un mecanismo de conducción de la inconformidad colectiva. Sirviendo como expresión y válvula de escape, la indomable circulación de emotividades agitan las perspectivas de cómo debe responder el sistema democrático, de cómo modificar las pesadas y adormecidas prácticas institucionales ineficientes. Frente a este escenario, el populismo se presenta como una repuesta sistémica, como consecuencia de la falta de una estructura democrática sensible a las nuevas y complejas realidades, carente de gestión política y saturada de un tecnicismo administrativo gubernamental deficiente.
«…en otras palabras, ¿el populismo vigoriza las bases del sistema democrático o por el contrario las quebranta?».
El populismo irrumpe en una dinámica institucional adormecida, donde la característica emotividad de la interacción con el ciudadano, representa un nuevo estímulo para atender el acontecer político en búsqueda de lo que la democracia representativa no ha logrado, el cumplimiento de las aspiraciones ciudadanas.
Ahora bien, volviendo a la revisión del acontecer político reciente, el debate admite responder si, ¿la irrupción de la propuesta populista en la dinámica política, como respuesta a la crisis, favorece el fortalecimiento y renovación institucional para la satisfacción de las demandas o supone el reemplazo por nuevos mecanismos de interacción entre los ciudadanos y el poder político?, en otras palabras, ¿el populismo vigoriza las bases del sistema democrático o por el contrario las quebranta?. Antes de ahondar en el debate actual sobre el populismo, es necesario comprender algunos elementos esenciales de este. Sólo logrando esto podremos arrojar perspectivas más claras sobre la complejidad de la realidad política actual.